Sugerentes, provocadores, los cuentos de estas dos colecciones nos revelan aspectos inéditos de nuestra sociedad actual o del pasado.
Por Carmen Dolores Hernández / cdh@caribe.net
Periódico El Nuevo Día
Fuente: http://www.endi.com
Fecha: 30 de septiembre de 2007
Nada más satisfactorio para un lector que encontrar un libro que le impacta y le descubre una promesa. Eso proyectan, sin duda, los dos que reseñamos hoy: una gran promesa. En ambos casos, sus autoras van mucho más allá de la mera expresión efectista de una situación. En ambos casos, la narración descubre visiones nuevas de nuestra sociedad -en el presente o en el pasado- que se encarnan en los personajes o en las tramas. Ambos libros, también, tienen la virtud de convertir rápidamente la sorpresa en reconocimiento. En otras palabras, el curso de la narración no se resuelve por medio de soluciones fáciles o gratuitas de las situaciones que conforman los ejes de las tramas, sino que éstas llevan a desarrollos que representan una evolución coherente -aunque sorpresiva- de lo planteado. Y, por último, ambas autoras manejan muy bien -aunque de maneras diferentes- los recursos de la escritura.
Varios de los cuentos de la colección ‘Ojos de luna’, de Yolanda Arroyo Pizarro, crean un clima de expectativa tan bien elaborado que no es sino hasta que están bien adentrados en el texto que los lectores se dan cuenta de hacia dónde los está llevando éste. Los cuentos que nos parecen los mejores de esta colección se desarrollan en un contexto referencial que supone una variación o ampliación del pasado histórico. Tales visiones alternas enlazan ese pasado con preocupaciones y enfoques muy contemporáneos.
El que le da título al libro, por ejemplo, subtitulado ‘Hipaniola, 1493’, va revelando el verdadero objeto de una acción de guerra concertada y va revelando también quiénes serán sus protagonistas. El descubrimiento -doble- que hacen los lectores es tanto más eficaz cuanto que, históricamente, se trata de un evento del cual no quedaron testimonios: la destrucción del fuerte de la Navidad, construido por Cristóbal Colón en La Española y en el cual dejó un número de sus hombres cuando regresó a España tras su primer viaje. Las motivaciones personales y colectivas, los antecedentes de la acción bélica y sus métodos, todo va cayendo en su sitio, sorpresivamente, según avanza la narración. Ésta, además, adquiere fuerza al identificar de manera coherente los ritos de guerra con los ritos de parto: dar vida y quitarla se convierten entonces en dos caras de una moneda que manejan, con aplomo, las mujeres.
Fuerza similar tiene el cuento titulado ‘Saeta’, que trata de otra venganza, igualmente enraizada en injusticias históricas: la de una esclava africana contra sus amos. Se personaliza aquí la humillación -sexual, racial- de los negros traídos a América para explotar su potencial laboral. El cuento no sólo ofrece atisbos interesantes de la sicología de la persona esclavizada sin entender porqué, sino que resulta poético en la fuga final hacia una realidad que puede ser material o evocada pero que conlleva la fuerza de una historia ancestral: “…No fallezcas, odalisca. No perezcas, gladiadora. El tiempo de las edades pasadas te reclama. El agua transportando pinos a esa tierra árida y enterrándolos en el lodo durante el transcurso de los siglos demanda tu existencia. Millares de cebras, antílopes y ñúes, miríadas de elefantes, leones y jirafas marcan el carnaval de las heridas, lamiendo la carne descompuesta luego de la batalla”.
‘Alborotadores’ y ‘Especias del medioevo’ son igualmente sugerentes. El primero narra, con gran delicadeza, la relación entre un centurión romano y una muchacha hebrea rebelde y osada. El segundo -aunque su referencia temporal, 1682, no parece ajustarse a una trama en que figura prominentemente el celo inquisitorial- recuerda, en su intensidad, algunos de los cuentos góticos de Edgar Allan Poe. Sugiere eficazmente -más que cuenta- una historia de celos, de frustraciones, de intolerancia y de injusticia.
A pesar de algunas inconsistencias semánticas, la lengua literaria de Yolanda Arroyo es rica y dramática. Y aunque algunos cuentos no tienen la misma intensidad que los mencionados (uno, ‘Claro’ resultó, para esta reseñadora, oscuro y excesivamente complicado), se trata de un conjunto sólido, sugerente y provocador.
El libro de Dinah Kortright fue otra sorpresa agradable. Consiste de cuentos muy cortos -ilustrados por Juan Álvarez O’Neill- cuyo título se ajusta a su talante. La mirada narrativa es, efectivamente, insomne en el sentido de que, escrutadora, no se desvía ni un momento de su objetivo: la claustrofóbica existencia de mundos convencionales que actúan como cárceles para el espíritu.
También en estos cuentos -como en los de Yolanda Arroyo- surgen, inesperados, desarrollos que, lejos de ser casualidades, expresan preocupaciones disimuladas, a veces inconscientes. La mayor parte de los personajes son mujeres que, al tratar de llenar un vacío en sus vidas, chocan contra la convención o la norma. El titulado ‘El balcón’, aunque gira en torno a dos hombres, ofrece -en la imagen misma de ese elemento arquitectónico- una concreción del movimiento temático del libro: los conflictos inherentes a asomarse a realidades diferentes de la propia.
‘Se busca a Freud’, por ejemplo, es un relato de gran complejidad disimulada tras la voz de una mujer chismosa que critica a su vecina. A medida que avanza su diatriba viperina, ella va revelando, inconscientemente, sus propias insatisfacciones. En ‘De poetas y de locos…’, la obsesión de una mujer de clase media con un deambulante demente no sólo yuxtapone dos modos de vida, sino que también subraya el peso aplastante de lo convencional y el precio emocional de la aceptación social. Hay detalles en este cuento que abren la acción hacia un escenario más amplio, como el interés de una vecina en las reacciones de la protagonista ante lo que todos construyen como una agresión.
Otros cuentos son enternecedores, como ‘Nada queda’, que explora esa condición tan elusiva de la larga felicidad matrimonial. Igualmente lo son varias de las ‘Instantáneas’ -minicuentos- del final, algunos de los cuales alcanzan una armonía interna que los acerca a la poesía, mientras que otros constituyen reflexiones complejas aunque breves sobre situaciones como la amistad, el erotismo o la muerte.
Uno de los aciertos del libro es el estilo diáfano y sencillo, que funciona como un cristal claro a través del cual se deja sentir el impacto innegable de las narraciones.
No todos los cuentos en estos libros tienen el mismo nivel de calidad. En ambos casos hay excepciones que, sin embargo, podrían confirmar la expectativa de que estas nuevas plumas nos ofrecerán muchas sorpresas agradables en el futuro.
Fuente: Periódico El Nuevo Día, La Revista, Domingo 30 de septiembre de 2007
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