En el año 2016 el mundo se sorprendió ante la noticia de los 49 fallecidos en la masacre de Pulse, en Orlando. De esos, 23 eran puertorriqueños. Mi comunidad LGBTQ+ sufrió muchísimo por aquella injusticia motivada por el odio. Perdimos a novios, novias, esposos, esposas, grandes amores, hermanos, hijas, madres, amistades, en fin. Los cadáveres de los boricuas fueron trasladados a la Isla para que sus parientes y cercanos viviendo acá pudieran despedirse. Durante semanas muchos de nosotres asistimos a los memoriales, funerales, vigilias y velorios de casi todes. Pero uno de los cuerpos nunca fue reclamado por su padre, y permaneció semanas enteras en la nevera de la morgue. Ya fuera por la furia homofóbica, o porque se negaba a dar el último adiós a un hijo gay, o el desdén, o la indiferencia, o hasta el dolor de saberlo desaparecido para siempre, esa memoria no me abandona.
Mañana se cumple otro aniversario de la Masacre de Pulse que fue un 12 de junio de 2016. En recuerdo a elles va este poema publicado en el libro Yo, Makandal.
no fui a recoger a mi hijo
no fui a recoger a mi hijo
como en el kínder
luego de hacer su lonchera
o a su espera en el merendero
velando que nadie lo molestara
cual primigenio padre ansioso
que necesita estar al frente de la verja
para verlo salir a salvo
estar ahí por si lo enfrenta un coloso
que lo hará llorar
que se burlará de sus músculos débiles
o de su vocecita de niña
no fui a reclamar a mi hijo
como cuando lo visitaba en el camerino
de su primera obra de teatro
o por su estreno en el cuerpo de bailarines
sabiendo que sufría
disimulando entre la canasta de frutas
alguna rosa escondida por su madre
aquellas que solo él disfrutaba en secreto
para evitar el acoso
la frustración
los miramientos y la humillación tosca
de tantos desentendidos
no fui a identificar a mi hijo
como en el desfile de la primera comunión
encubriendo su amistad con algún monaguillo
ocultando sus vestimentas coloridas
la maleta de maquillaje estrambótico
las pelucas, los sombreros y las estolas
las lentejuelas y los tacones en piel
no fui a cargar a mi hijo muerto
cual escultórica Pietà de Vaticano
no me atreví
no fui a su cuerpo
no fui a su rostro
ni a sus pestañas llorosas ante el dolor de los disparos
no fui a sus brazos temblorosos en la ausencia de mi bendición
ni al hueco de cuello moribundo
al que le falta mi corona de flores
no vi sus labios pronunciando un lamento
no recité junto a su oreja el ángel de la guarda
no dije amén con él
no me retorcí ante su falta de pulso
ante su pestañear agónico
frente a su ultimo respiro
no quise estar ahí
no lo busqué en la morgue
no lo saqué de aquella nevera morada
no lo recogí para besar su frente
no lo enterré
tiene culpa la vergüenza
tiene culpa aquella discoteca
tiene culpa el asesino
tengo culpa yo
y en el fondo
no fui por el deseo de pensarlo aún vivo…
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