II
Congreso Internacional sobre el Caribe: Cartografías de género(s)
Universidad Carlos III, Madrid 26-29 de marzo de 2012
Universidad Carlos III, Madrid 26-29 de marzo de 2012
Deseo homoerótico, violencias
identitarias, transgresiones espaciales: hacia una lectura de Caparazones de Yolanda Arroyo Pizarro
María Teresa Vera Rojas
(Universitat de Barcelona)
“No
soy yo la que se viene. Es su boca. La boca de Alexia se me viene en la
entrepierna” (11), así comienza la novela Caparazones
de Yolanda Arroyo Pizarro. Desde el relato de este orgasmo, Nessa nos introduce
a su deseo por Alexia y a su maternidad, a las luchas del activismo ecológico, al
recuerdo de experiencias de abuso infantil y a diferentes expresiones de
infidelidad y engaño amorosos. Porque, como veremos, Caparazones es una historia de amor que narra el desamor, el
abandono y la ausencia y, desde estas emociones y desde la violencia que les
rodea, Caparazones desmitifica la
idea del amor romántico, la idea de “completud” y dependencia que éste supone
y, en su lugar, apuesta por la disidencia del sujeto lesbiano que ama y desea
desde su lugar de diferencia, gesto que no sólo desarticula el control heteronormativo
sobre los afectos, sino que además apuesta por nuevos modos de habitar la
familia y la sociedad caribeña del siglo XXI.
Aunque son muchas las posibilidades críticas que ofrece Caparazones, por razones de tiempo en
esta presentación me aproximaré solamente a las estrategias a partir de las
cuales Yolanda Arroyo Pizarro aborda las violencias que naturalizan las formas
de sujeción del amor y del deseo normativas. Me interesan en especial las
relaciones que establece en su novela entre sexualidad, deseo, violencia y
vulnerabilidad de los cuerpos, todo ello orientado hacia su apuesta por la
representación de una subjetividad lesbiana que desautomatiza su inscripción en
el imaginario heteropatriarcal y ensaya estrategias de reconocimiento del deseo
lesbiano en la literatura caribeña y puertorriqueña contemporáneas, estrategias
que reescriben el cuerpo afrocaribeño para trascender las representaciones
codificadas, preconcebidas y controladas de la feminidad.
(...)
Con Alexia funciona, y con casi todos. Menos con la que
me parió y me dejó a expensas de otros. Las escenas de madre e hija en las
películas me dan rabia, coraje, me molestan, me incomodan, me dan escozor, me
provocan odio. Ya no voy al siquiatra. Me
cansé de hablar de alguien que me trajo al mundo y que no demostró jamás
ningún tipo de interés en mí. En vez, tomo tequila Patrón. En vez, evoco a mi
mujer mamando del mismo alimento de la cría, lamiendo las puntas y succionando
todo mi pecho, comulgo con especies menos afortunadas que tienen caparazones,
observo el reloj y los calendarios a ver si la madre del bebé reaparece. (164)
El
erotismo con el cual Nessa construye y percibe su cuerpo va más allá de las
pretensiones de reapropiación del cuerpo femenino. En Caparazones nos encontramos con un cuerpo lesbiano que se recrea en
su representación, que en su monstruosidad y violencia, pero también en su
vulnerabilidad y en su sexualidad se resiste a la idealización masculina, para ser
accesible a una subjetividad lesbiana que desafía lo que Teresa de Lauretis
llama la paradoja que desemboca en la “indiferencia sexual”, esto es, la
paradoja conceptual que supone que el deseo de las lesbianas sea determinado
por un tropo masculino, de acuerdo con el cual sólo es posible una única
representación de la sexualidad (48-71), que cancela toda condición de
posibilidad de la representación del deseo lésbico. De ahí la importancia no
sólo de escenas como la anterior porque desarticulan el imaginario falocéntrico
del deseo femenino, pero también porque construyen un sujeto deseante que se
construye a sí mismo a partir del carácter lúdico y creativo de su sexualidad.
(...)
El
final culmina con una “Catástrofe”, es decir, con lo que Roland Barthes define
como una “Crisis violenta en cuyo transcurso el sujeto, al experimentar la
situación amorosa como un atolladero definitivo, como una trampa de la que no
podrá jamás salir, se dedica a una destrucción total de sí mismo”. (Barthes 40)
Pero como he tratado de demostrar, una de las más importantes contribuciones
políticas de Caparazones es
justamente su apuesta por una subjetividad cuyo deseo desarticula los códigos
heteronormativos del afecto, del amor de pareja y de la sexualidad. Por eso, en
lugar de encontrarnos con la destrucción total de sí misma, al final de la
novela Nessa redefine su posición en el mundo como sujeto sexuado que desea
desde la diferencia y desde ese lugar continúa su trayecto boreal:
No me molesta el tiempo. Me siento muy cómoda con él. Muy
a gusto. El tiempo hizo que el día en que comenzara la falta de Alexia, yo
dejara de faltarme a mí misma. Y tiempo fue lo que necesité para convencerme
que los cuerpos celestes rotan, mutan, pero no se crean ni se destruyen, como
la masa. [...] El tiempo no es una línea recta, ni tampoco se traslada en
paralelo. Es una extensa curva que va zigzagueando a comodidad, en espirales
torcidos. (172) [1]
María T. Vera-Rojas |
[1] Fragmento de ponencia dictada el 27 de marzo de 2012 en Madrid. reproducido con permiso de la autora.
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