Por Manolo Coss
La retó con su mirada amanecida por minutos, por horas, mas no respondía. La insultó y culpó por su extravío creativo y hasta le sonrió implorante mientras caminaba en desganados círculos viciosos… Pero ahí seguía, indiferente, pálida, fría.
Como tantas veces esa noche, el escritor estranguló a su más adorada enemiga. La comprimió en una mano, se despidió de ella con frustración y la lanzó al zafacón que ya desbordaba bolitas blancas de papel.
_________________________
No hay comentarios.:
Publicar un comentario