Un día como hoy, hace nueve años a esta hora, yo estaba sentada en un cuarto de hospital con una bebé recién nacida mamándome desesperada el pecho izquierdo. Desesperada, sí, porque Aurora nació con una sedienta vehemencia por succionarme el elixir más elemental. Sus arcadas por traspasar de un cuerpo a otro, del mío al de ella, del negro al más claro, los líquidos del paroxismo más prehistórico y a la vez, más divino, iban acompañadas del dolor más dulce, del bienestar más estremecedor. La piel vuelta carne viva por la primicia y la inexperiencia, las aureolas laceradas, sensibles los enormes pezones. Sus tragos estaban llenos de un arrebato tal, que por las comisuras de su pequeña boca se le derramaba el abundante calostro. Dí leche desde el cuarto mes de embarazo, lo cual no es muy usual. Jugueteando a Marco Polo en la lujosa piscina del hotel Embassy Suites de Isla Verde, mientras celebraba un aniversario, se me chorreó el líquido amarillento por todo el traje de baño y mi rostro cambió de tonalidades. De la sorpresa, a la vergüenza, al desosirio. No entendía la traición corporal aquella.
Nada de lo que vino después fue planificado, al menos no por mí, porque en lo que respectaba a la criatura en formación, ella ya venía acomodando sus fichas aún sin habérseme salido del vientre. Decidió desde antes de nacer que lactaría hasta los cuatro años y que su pecho favorito sería, precisamente, el izquierdo. Andaba yo siempre con una malformación pectoral, como si se me hubiese vaciado una goma del auto. Seno derecho semi vacío, seno izquierdo explotándoseme y lleno, llenito, rebosante, hinchado y adolorido. Aprendió la nena a usar su motor grueso, practicando el pellizcarme la piel expuesta de su instrumento de comer, con sus uñitas, lo mismo que aprendió a rascarse las encías con la misma teta mientras le salían los dientes. Aprendió a usarla de bobo, de mamadera, de juguete, de maraca, de pera de boxeo, de tambor (tortitas, tortitas, tortitas de manteca sonaba mejor palma de la mano y teta, que aplaudiendo las dos manos), en fin… un día como hoy, en luna nueva.
Nació a las 4:54 de la tarde, después de dos pujos y pocas contracciones desde las 3:00. Acto seguido me la pusieron en el pecho, toda bañada en sangre y especias. Traía olor a batata dulce, el olor de las mujeres de mi casta. Me miró a los ojos llorando a todo pulmón. Abrió su enorme boca y se me guindó del pecho izquierdo. Lo mamó como si viniera programada, como si el mundo fuera a acabarse en breve y a ella le tocara detenerlo mamando así. Un día como hoy, 21 de octubre, me hice gente haciendo gente. Era miércoles.
3 comentarios:
Felicidades a la hija peil y a la madre sangre!!!!!
Besos.
Felicidades a la hija piel y a la madre sangre!!!!!
Besos.
Precioso todo. Tu manera de decir sobre cosas naturales las hace sobrenatural. Felicidad y Armonia para ambas.
Blanca
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