jueves, marzo 21, 2013

Para apre(h)ender un cielopájaro: reseña al poemario de Mairym Cruz Bernal


CieloPájaro Nuestro
Autora: Mairym Cruz-Bernal
Casa Editora: Senderos Editores
Año de publicación: 2012
Edición a cargo de: Mario Torres Duarte

 
“Para apre(h)ender un cielopájaro”
(Por Carmen R. Marín)

¿La manera correcta de aprehender un cielopájaro? Acaso un método científico necesariamente desvirtuado y alevosamente sacudido no sea suficiente. Habrá que hurgar contracorriente entre sus plumas de nube y planear entre cañones destinados a la palabra.

Cielopájaro Nuestro de Mairym Cruz-Bernal es un formidable poemario en contenido y espesor. Se trata de la obra más reciente de la poeta; un libro monumental, anidado por nueve años hasta su eclosión. Es -- para empezar su descripción por lo más obvio de su cuerpo aviar -- un hermoso libro en forma y portada. Es un ancho pájaro de plumaje grisáceo y mate, con solo dos pinceladas de sangre que sugieren su palpitar de temperatura constante. Exquisitas ilustraciones de Casabe alientan sus alas. Si no fuese por el banquete que aguarda en su interior, sería fácilmente catalogado como uno de esos objetos preciosos que se colocan sobre la mesa de centro y dan de qué hablar.

En Cielopájaro Nuestro persiste la voz obcecadamente íntima, y a la vez cósmica, de Cruz-Bernal; ese mirarse y mirarnos del ojo penetrante de cóndor y poeta al que ha acostumbrado a sus lectores. Su primer aleteo es el rotundo “Hacíamos el amor una silla” (a veces mientras hago el amor legal/actuando en el teatro íntimo de mi cuarto/miro la silla/y pienso en la delicia que se sienta en ella/y siento que es en esta cama donde soy infiel). Su último batir es el sello de ese movimiento al que la poeta ha inspirado en las letras puertorriqueñas -- inspirar es atraer aire hacia los pulmones --, la literatura confesional: Confieso que de muy niña me inclinaba en los charcos de aceite/en busca del brillo de los colores/Y ahí comenzó mi recurrente error/doblarme a recoger la luz.

En medio del aletear del texto aparece un poema que da título a la obra; es -- ¿quién sabe? -- un atisbo de explicación expresionista al concepto de cielopájaro que no obstante, rebasa los límites de sus treinta y ocho versos. El Cielopájaro Nuestro es una exploración de lo que puede y no puede hacer la palabra: soy ciega/ y nadie me ha podido explicar/cómo se siente/lo azul (“Lo que no pueden las palabras”). Más aun, el cielopájaro gestado por nueve años como meses, explora, se obsesiona bellamente, en el poder de la poesía: Si tuviera que nombrar árbol/sueño/marcapaso/avión/hablaría de la terca manía de un poema/cómo abre la piel, flecha con flecha/en busca del sabor más adúltero en la sangre (“Y de repente la poesía”). Y la angustia característica de la buena poesía prevalece en su vuelo: La sombra es el mapa del cuerpo./A contraluz el eclipse./¿Será el poema la sombra de la poesía?/¿Serán los ojos la sombra de la mirada? (“Juego de sombras”).

Las alas del Cielopájaro Nuestro se extienden amorosas y terribles, como las de una madre mitológica de pico penetrante. A veces elevadas en el dolor por la humanidad: las naciones se hunden/regalan guerra para la paz/última resolución para emitir/cuerpos deformes/brazos cortos para amputar el abrazo (“Ave Caesar, moritori te salutant”), y en la solidaridad con las mujeres-ave de especies diversas: quién es esta mujer de cabellos en hilachas/cabizbaja/sin cadenas de oro […] a punto de abrir los ojos/a punto de cantar/puede ser tan fuerte el drama/lo ha dicho todo/des-velada, sin burka posible (“Mesalina”). Otras veces, escarbando en la ficción propia de la definición de identidades: No soy las palabras que inventan lo que soy (“Pequeño poema del no ser”); Una aprende a enamorarse, crece hacia eso/coloca fotos de él en una esquina de la oficina (“Un tango para el oficio de amar”); No quiere ser niña/No le alcen la voz/Le aprieta la hebilla en su pelo (“Psicoanálisis”); siempre dije que era astronauta y que era rusa/para evitar el you don’t look puerto rican (“Astronauta rusa”). Pero siempre, sus apéndices plumados se ofrecen dadivosos, dedicando gran cantidad de poemas a amores poco más tangibles que nubes, y escogiendo con precisión picotuda epígrafes que son homenajes.

Llama la atención en Cielopájaro Nuestro el planeo retozón alejado de altanerías -- alto vuelo de algunas aves -- repartido a través del libro.  Aparecen poemas escritos totalmente en forma horizontal (“Hombre-árbol”, “Caricias de agua”, “Un país inocente”), a veces, anidados en el marco de un solo juego palabral (“Siete martes para un olvido”); otras, en forma de micro drama (“Gestos para una fuga”).  El texto coquetea, aunque no demasiado, con el juego entre el espacio escrito -- nueva versión de caligrama -- y el vacío sobre la página (“El revólver”) así como con el verso breve y rudo, en ocasiones resultado del corte intencional de versos más largos, cercenados extrañamente en su sintaxis para provocar tanto el asombro como la ternura. Muchos de estos vuelos juguetones se recogen en una sección, que es como un libro en sí misma, titulada “Árbol de patio”, donde la autora se sumerge en la aventura del microtexto que ya había iniciado en su libro Ese lugar bajo mi lámpara, publicado en 2010 en una limitadísima y bella edición artesanal.

Finalmente, al ocaso del Cielopájaro se encuentran tres de los poemas más impresionantes de este libro en el “Tríptico de las manos cortadas”, que son como un manifiesto: Mis manos cortadas jamás dejarán de escribir/ sin mí, escribirán mejor/ vueltas alas.

El Cielopájaro es Nuestro porque nace de multitud de voces e identidades. La voz poética que se elevaba hace nueve años no es nunca la del día de la impresión del texto, y esta es siempre distinta de sí misma, tal y como se reitera en más de un poema. Su voz es migratoria: confesional, realista, absurdista, lúdica, microtextual. Dirigida siempre por el compás solar de la imagen contundente que sobrevuela el juego puramente lingüístico y a veces narcisista. Pero es también Nuestro, en un sentido algo más arcaico, -- nacionalista si se quiere --, pues se escapa del espacio aéreo de nuestra Isla y se eleva por el de otros pueblos, afirmando en su canto que en Puerto Rico sobrevive la poesía, aún en tiempos en los que es imposible hablar de representación.

La manera correcta de aprehender un cielopájaro será siempre incorrecta. Hecho de nubes y plumas, es decir, de imagen y lenguaje, será siempre inasible. Solo se puede acariciar momentáneamente y dejarlo volar. Pero he ahí su riqueza: se volverá a liberar cada vez que uno se abandone al espejismo de ser exactamente lo que lee. Entonces, será convertirse en fragmento de espacio sideral que se vuela a sí mismo y es capaz tanto de cantar como de atardecer.

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Acerca de mí

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Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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