Escribir es testar. Escribir es la subversión del autor ante la muerte.
He leído, con mucho gusto, los cuentos de la colección "Ojos de luna" de Yolanda Arroyo Pizarro y me he encontrado con un testamento. Un doloroso y precoz testamento que hereda la voz a personajes que se enfrentan a una agonía que se disfraza de mil cosas: la agonía de la niñez en una Quisqueya invicta, o la agonía de los olvidados entre el vaivén de las olas que circundan nuestra isla, o la agonía que sospecha para sí mismo un alborotador que rompe mesas en un templo, o la agonía de la libertad en el advenimiento del santo oficio, entre otras agonías más. Los personajes de este libro agonizan, me dije, en una primera impresión.
Pero, algunas lecturas tienen un sabor de boca. Los mensajes más importantes deben ser masticados: el bolo alimenticio del espíritu, a veces demora un cigarrillo en surtir efecto y hacernos crecer. Este libro tiene un sabor de boca, la convicción novedosa de que la agonía no es señal de la muerte, sino un signo inequívoco de la vida misma. Porque para agonizar es necesario estar vivo. Y así, los personajes de este libro viven. Viven intensamente una vida despojada de encantos inmediatos. Una vida que nos circunda y nos rodea, que se nos atraviesa en las esquinas, invisible a veces, pero latente siempre. Una vida que es muchas vidas que hemos dejado de ver porque la ciudad es diáfana a pesar del sol, o porque han llegado a parecer fantasmas dispersos en nuestra historia, en nuestra niñez y en nuestros semáforos o tal vez no los vemos porque hemos dejado de mirarnos dentro. Los personajes de estos cuentos parecen ajenos, pero me pregunto si en realidad lo son. Me pregunto si en realidad podríamos vivir igual si es que no tuviéramos que estarlos ocultando.
Los cuentos de esta colección tienen diversos calibres. Digo calibres, porque Yolanda Arroyo tiene una vocación por el disparo aturdidor, Yolanda dispara significados, evidencias, catalizadores y escándalos a sus incautos lectores. En muchos párrafos la ficción, espejo sublime de la realidad, nos estallará en la cara, en otros tantos, nos elevará el pulso, en unos cuantos más nos preguntaremos si todo esto es posible. Sin embargo, es en la insinuación de la ternura en donde este libro encuentra su climax. Una ternura escondida, escondidísima, en lo más agreste de la narración, como ese lunar que sólo se ve de cerca y que hace perfecta una piel, la gota de tinta sobre el papel que atestigua todos nuestros esfuerzos, el murmullo final en el paisaje oceánico que produce una ola pequeña, que no vimos venir.
No adelantaré temas ni interpretaciones sobre este conjunto de cuentos, de ello ya están hablando propiamente los críticos entendidos. Puedo, eso sí, presentarles el libro, como a la criatura esperada de un amigo, una amiga en este caso, con quien comparto la inquietud cotidiana por la narración. He visto a Yolanda hacer estos cuentos. No tengo temor de decir, como los hermanos chismosos, que éstos son los mejores cuentos escritos por ella. Somos testigos entonces de dos carreras posibles: la que miramos hacia atrás desde sus primeros escritos y estamos en un hito, ante una promesa cumplida y, en segundo lugar, la que miramos hacia adelante y de la que sólo podemos sospechar frutos rotundos que, quienes la leemos frecuentemente, ya hemos comenzado a paladear.
-Presentación Librería Borders
Octubre, 2007
1 comentario:
Me alegra que estés de regreso, buenas vibras siempre.
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