"Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá y escogí a mi papá. Fue la primera discusión teológica de mi vida y la tuve con la hermanita Josefa, la monja que nos cuidaba a Sol y a mí, los hermanos menores. Era una mañana luminosa y estábamos en el patio, al sol, mirando los colibríes. De un momento a otro la monja me dijo: "Su papá se va a ir para el infierno". -¿Por qué?, le pregunté yo. -"Porque no va a misa". -"¿Y, yo?" -"Usted va a irse para el Cielo, porque reza todas las noches conmigo". Por las noches la monja se quitaba el hábito detrás de un biombo para que no le viéramos el pelo; nos había advertido que verle el pelo a una monja era pecado mortal. Yo, que entiendo las cosas bien, pero despacio, había estado imaginándome todo el día el Cielo sin mi papá. Entonces le dije: "No voy a volver a rezar". -"¿Ah, no?", me retó ella. -"No. Yo ya no me quiero ir para el Cielo. A mí no me gusta el Cielo sin mi papá. Prefiero irme al infierno con él".
Así, de este modo tan único, me transporta Héctor Abad Faciolince al mundo de los afectos paternales y hace que recuerde a mi Papi Coco. Papi murió de noventa años en 2003 y lo mismo que Héctor, yo lo creía un dios. Un Pélida, un gladiador, un arrojado. Lo mismo que el autor de la novela ‘El olvido que seremos’, pienso que sobrevivir la muerte de un padre es una tarea titánica, a veces imposible.
Hector cuenta en su novela la historia de una Colombia escindida por la guerrilla y los ghettos, por los grupos de izquierda y derecha, de católicos y librepensantes, de falsos demócratas y alcaldes aliados, de médicos dedicados y otros que son buscones. Cuenta del amor de su familia, de sus inicios, de su niñez, de sus sueños y pesadillas, de sus romances y llantos en los cuales uno se ve fácilmente reflejado. Es atronadora la familiaridad con la que narra, como si te estuviera rezando una plegaria sentado contigo en la sala de tu casa.
Alda Mera entrevistó a Héctor en la pasada Feria de Libro de Cali, y me llamó la atención lo siguiente:
“Sobre la muerte de su padre, sostuvo que lo difícil de este libro, fue que se trataba de escribir sobre algo que era verdad, la realidad, pero que no recordaba nada de ello por la conmoción tan fuerte que ese hecho significó. “Hay como un machetazo en mi memoria de ese día”, explicó. Una amiga me dijo, que todos los libros que escribí antes fueron preparatorios para éste, no sé si será verdad o no, pero si fue difícil hacerlo. En otro apartado del encuentro, dijo que creció en “esa licuadora de una madre mística y un padre agnóstico”. Con respecto a esa relación casi perfecta con su padre, admitió que su libro es una declaración de amor a su progenitor. “Pocos escritores trataron la relación con el padre como algo positivo, me molestaba que los escritores buenos que habían escrito sobre el padre, era contra ellos, era algo horrible, negativo, y yo me preguntaba si yo escribía este libro sobre un padre bueno, ¿si sería bueno y se leería? Incluso agregó: “Fui un niño y un adolescente enamorado de mi padre y he constatado que uno como padre quiere más a los hijos más de lo que los hijos queremos a los padres. “A mí me pasó que mi papá siempre creyó que yo era un verraco y no era cierto”.En el último párrafo de la novela, Héctor Abad Faciolince nos enseña: "Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes, y si lo que yo he sentido (y dejaré de sentir) es comprensible e identificable con algo que ustedes también sienten o han sentido, entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más, en el fugaz reverberar de sus neuronas, gracias a los ojos, pocos o muchos, que alguna vez se detengan en estas letras".
Entonces me emociono y le doy la razón. Y claro que tiene razón. La tiene. Este olvido que seremos puede postergarse por un instante más. Un instante como el que se perpetuó cuando en 1987 asesinaron a su padre, Héctor Abad Gómez. Yo tenía diecisiete años. Recién estrenaba mi miedo a la ruptura. Recién estrenaba el corazón roto, destronado, la profecía autocumplida de saber que más adelante, más tarde o más temprano, ya no estaría el progenitor, el orgullo, el eje de tu vida. Se iba a ir, así como se van los novios. Eso sospechaba. Y ya intuía para ese entonces que iba a extrañarlo con cojones. Así como Héctor extraña a su papá. Así como todos los que hemos perdido al hombre más importante de nuestras vidas extrañan el calor del abrazo de un Papi Coco.
1 comentario:
Hay un escrito legal que se llama testimonio para perpetuar la memoria, no te parece un título romántico para un documento público?
Yo también tengo un padre maravilloso, todavía me acompaña, y a medida que pasa el tiempo al parecer es un ente en peligro de extinción cuando escucho las experiencias de los demás.
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