El primer
matrimonio gay puertorriqueño se llevó a cabo en 1986
(Memorias de
mi barrio Amelia I: Brilo y la hija de Luisa)Por Yolanda Arroyo Pizarro
El asunto de la defensa del matrimonio tradicional y la supuesta amenaza a la familia tradicional que alegan los fundamentalistas, me hizo pensar en estos días en una memoria de juventud.
En el barrio Amelia donde me crié, —horizonte que cruza la línea territorial entre Guaynabo city y Cataño town, e insertado en medio del salón comunal de actividades del Residencial Zenón Díaz Valcárcel, —asistí a la boda del primer matrimonio gay de mi vida. Era 1986 y lo presenciamos todos los integrantes, queers y no queers del grupo de teatro Mil caras. Hubo bizcocho, arreglos decorativos con flores plásticas, bombas colocadas en forma de arco por cuyo túnel caminaron los novios y el resto del séquito nupcial. Hubo capias, un tipo de recordatorio en cerámica o plástico, que te colocaban con un alfiler sobre el hombro derecho, y en el que se podía leer la frase Feliz matrimonio sobre una cinta tripa de pollo rosada, trenzada alrededor del centro mismo de una parejita de mini figuras vestida de recién casados, que se combinaba con los colores de la decoración del local de la actividad. Hubo madrina y padrino, bizcocho de bodas de tres pisos con una fuente de agua charrísima, cajas y cajas de cerveza Schaeffer y el vals inicial que nos recordaba que aquella era la primera pieza de baile que danzarían los novios en sociedad, frente a la comunidad del barrio. Hubo cidra, no champagne, hubo dj y un escogido de música que incluía la Sopa de caracol de Wilkins, los primeros merengues de Juan Luis Guerra, las baladas de Cyndi Loper y un extenso escogido de música de Boy George, Madonna y Frankie Ruíz. Hubo también un juez, que fue quien casó a la pareja, hubo testigos, encendido de petardos y cuartos de dinamita para anunciar la celebración y hasta una limusina Cadillac alquilada gracias a la aportación del bichote del punto. Se casaron allí, con la venia de la ingenuidad y la conspiración de la farsa, enfrente de todos nosotros, Brilo y la hija de Luisa, la enfermera.
Brilo era el primer hombre gay
y abiertamente afeminado que jangueba en total normalidad y disfrute, por las
calles atestadas de criminalidad de mi añorado barrio Amelia. Tenía nuestra bendición
y nuestro apoyo, y eso le otorgaba un halo de total seguridad a él. Se lo había
ganado por su simpatía, su hospitalidad, su servicio comunitario y su
transparente apertura para demostrarnos, en esa época, que había gente
diferente y chévere, y que no se caía el mundo por eso. Gustaba de tener
amantes bugarrones cuyos nombres empezaban con J: Joey, Jason, Jefrie. Realizaba
el papel de Herodes en la versión barrioameliana de la obra Jesucristo Súper
Star, y lo interpretaba incluso con sus ademanes y gesticulaciones de
homosexual asumido. Brilo y yo llegamos a ser muy íntimos y confesionales. Me contaba
con discreción, para que le guardara el secreto, sobre los hombres casados miembros
de la iglesia y la asamblea municipal con quienes tenía bretes.
La hija de Luisa era una negra pará y especial. Digo especial,
porque tenía el pelo lacio y eso la colocaba en un nivel superior en el barrio.
Si eras negra, y encima eras bella, eso te subía de nivel. Si eras negra, bella
y de nariz finita, eso te subía a otro nivel. Ella tenía además el pelo lacio
indio, como le llamábamos, así que eso la colocaba en el nivel más alto. Pasó de
ser una chica alegre, a una triste y desgraciada el día que su madre, la
enfermera, llegó a deshoras al hogar, y la encontró en medio de un éxtasis ojos
en blanco, abierta de piernas y permitiendo que Elsie, la pelotera, le lamiera
todo su entorno vulvativo, desde el nié hasta el sié. El escándalo corrió como pólvora,
sobre todo luego de la pela maternal que dejó a la hija de Luisa con los ojos hinchados,
la nariz rota y las bembas de herencia africana más grandes que antes.
Siempre tuvimos curiosidad en saber cómo un ser humano saca
las fuerzas para volver a infringir el orden, luego de tamaña paliza. En especial
porque luego de la primera golpiza, llegaron las otras con
consistencia, cada vez que la hija de Luisa se veía a escondidas con Elsie y su
madre se enteraba. Yo vi a la hija de Luisa usar yeso y muletas en una ocasión.
En otro evento, la vi con un brazo quemado y la forma de la plancha caliente
tatuada en dicha extremidad. La siguiente vez que la vi, ya estaba comprometida
en matrimonio con Brilo, uno de sus mejores amigos, quien, según supe, la convenció
de meterse a la iglesia con él y fingir que ambos habían sido lavados por la
sangre del cordero y que ambos declaraban ser una nueva criatura en cristo. De ese
modo se emancipaban de sus respectivos padres y de paso el gesto era algo así como
sacarles el dedo del medio a los bobalicones de la tradición.
Además de convertirse en el primer matrimonio gay que
llegué a conocer, ellos fueron de los primeros matrimonios interraciales del
que tuve cuenta. Como ya dije, la hija de Luisa la enfermera era negra negrísima
de pelo bueno, y el Brilo era un blanco blanquísimo de ojos claros.
Aquel no fue el único matrimonio tradicional farsante
que conocí en mi vida. A lo largo de los años también he conocido otros muchos
que se hicieron para otorgar legitimidad a ciudadanos ilegales inmigrantes, aquellos
que se planificaron para tapar el embarazo de la hija adolescente preñada por
el primo, el tío, o el propio padre, aquellos que se realizaron porque algún joven
caza tesoros se fijara en la viejita con fortuna de pensión de seguro social,
los que se realizaron para unificar capital, o porque uno o ambos cónyuges
deseaban irse de la casa paternal a vivir más libertades, o los que se
arreglaron para que una testigo de jehová se casara con un testigo de jehová
dentro de su propia religión, a pesar de no amarse entre si…
No sé qué es lo que defienden los supuestos
defensores del matrimonio o familia tradicional. En cuarenta y dos años no
conozco a ninguna familia tradicional que no tenga en sus costillas alguna o varias instancias de adulterio,
embarazos precoces, divorcios, hijos fuera del matrimonio, abortos, doble
vidas, demandas de familiares, peleas acérrimas por herencias y otros escándalos
a su haber que amenacen agudamente la supuesta santidad familiar por la que
luchan algunos heterosexuales. El 100% de la totalidad de las mujeres
heterosexuales que conozco copulan con sus esposos, chillos, amantes, novios,
amigos con privilegios o onenight-standers
disfrutando tanto del sexo oral como del sexo anal. Todas practican lo primero,
y algunas lo segundo; una gran mayoría practican ambas cosas. Y dichas
actividades son condenadas por las iglesias[1]. Entonces,
¿de qué estamos hablando cuando ellas mismas y sus parejas se van en contra de la
unión de parejas del mismo sexo? ¿De qué
estamos hablando cuando ellas mismas en esencia condenan la sodomía, el
fellatio y el cunnilingus entre homosexuales y lesbianas, y sin embargo son
estas actividades las favoritas entre ellas y sus parejas sexuales? La biblia
que usan para supuestamente defender y resguardar una cosa, las acusa a ellas
mismas.
Conozco matrimonios que hacen uso de material
pornográfico dentro de su relación, motivados por algún psicólogo o terapista
sexual que tilda el asunto de saludable siempre y cuando esto se haga en el
contexto de afianzar dicha relación, y no se dan cuenta que la propia iglesia a
la que asisten condena también esto. Conozco matrimonios que hacen uso de
juguetes sexuales y vibradores tanto para ella como para él, y me ha
sorprendido escucharlos decir que no están de acuerdo con la igualdad de
derechos a los homosexuales y lesbianas.
Por otro lado, también conozco matrimonios que se han
divorciado, aunque siguen viviendo juntos, para evitar que la disposición de pensión
alimenticia afecte a ambos en el pago por hijos fuera o de matrimonios
anteriores, y gente que se divorcia por tratar de tomarle el pelo a los
impuestos, para no dividir herencias o capital. ¿De qué defienden el
matrimonio, entonces?
Lo que es peor. Conozco parejas que viven juntas, que
no se han casado, mujeres y hombres que salen con más de una persona, jóvenes que
no son vírgenes, mujeres que me cuentan que se masturban con el bidet o el
masajeador de espaldas y que a la vez se oponen a las uniones de parejas del
mismo sexo “porque eso sí que está mal”. Es de lo más contradictorio.
Después de la ceremonia de Brilo y la hija de Luisa,
todos cantamos "watanegui consup lupipati lupipati" de Wilkins. Poco o
nada sabíamos que aquella letra de canción lo que significaba en lengua
Garífuna era "un poco de sopa para ti, un poco de sopa para mí" (no había
en aquella época internet, Wikipedia, ni San Google). La estrategia remediativa
a la que accedieron mis dos amigos gays lo que buscaba era un poco de paz y
libertad para dirigir desde la mentira del matrimonio, la vida en libre albedrío
que se nos ha otorgado por derecho a todos los seres humanos desde el inicio
del mundo. Viene a ser "un poco de sopa para ti, un poco de sopa para mí" en términos de la empatía a los semejantes, un "ámense los unos a los otros", principio que es hasta bíblico. Brilo y la hija de Luisa
fueron muy felices, con sus respectivas parejas, para siempre.
[1] Si bien no hay textos bíblicos explícitos sobre la
actividad de sexo oral, he sido participe de discursos de llamados a la
castidad y a la santidad del matrimonio donde líderes religiosos, ministros,
ancianos de congregación y otros aluden al mismo como pecaminoso utilizando Romanos
1:26 tanto como prohibición de relaciones anales como de relaciones orales.
Leer ‘Las relaciones sexuales en el matrimonio y sus límites’ en http://integridadysabiduria.org/y-ique-dice-la-biblia-sobre/311-las-relaciones-sexuales-en-el-matrimonio-y-sus-limites
2 comentarios:
Una historia muy bien contada y que definitivamente se sigue repitiendo por los siglos de los siglos... Amén!!! Yo también conozco muchas de esas! ;-)
Encontré Boreales por casualidad, buscando info de Carmen L Montañez, y agradezco mucho la existencia de "san Google", pues he enontrado una página amena, bien escrita y con muchas afinidades. Exito!
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