Las partículas elementales
Michel Houellebecq
Editorial: Anagrama
Año publicación: 1998
Houellebecq me hizo llorar. Tengo que correr a hablar con Francisco Font Acevedo. Cambié de opinión sobre este autor y tengo que advertirle. “Las partículas elementales” de Michel Houellebecq me resquebrajaron el espíritu y me tomó por sorpresa. No lloro muy fácilmente cuando leo. Especialmente cuando lo que leo se inicia de manera tan dramáticamente técnica, casi aburrida. Las partículas inician con un discurso tan adeénico (del ADN), tan genomahumanístico que estuve a punto, en más de una ocasión, de lanzar la novela a la basura. Bendito, Mayra Santos fue la que me la prestó.
Ochenta y dos páginas más tarde, y un cheerleading de parte de Moises Agosto, ya empezaban a caerme bien estos dos hermanastros, Bruno y Michel. Especialmente Bruno, vicioso del onanismo. Todas las referencias directas, casi cínicas que se hacen de su portentosa inclinación a la masturbación —a todas horas y en todo lugar—son muy ingeniosas, al extremo de erotizar al lector. Ajá, entonces creí, tonta de mí, que me hallaba frente a una novela erótica-científica, en donde el asunto de la clonación humana se mezclaba con los clubes de nudistas y las orgías en los centros nocturnos.
Le dije a Moe: Cielo, estoy leyendo a Houellebecq. Él me dijo: ¿Cuál? Yo le contesté: Las partículas. Termínala, chula, termínala y te acordarás de mí. Me acordé.
Treinta páginas antes del final, muere la mujer de Bruno, en una escena tremendamente dramática. Quince más tarde, muere Anabelle, la compañera de Michel. Ambas se han quitado la vida. Luego Bruno se interna en un hogar mental y Michel desaparece en eventos que aún no se esclarecen del todo. El final-final es lo impactante. De ese sí no suelto prenda. El entramado real no se deja ver hasta lo último. Basta con añadir que la desolación descrita en la apología del futuro de la raza humana anterior, posterior, nueva y vieja, es impresionante, toda una loa. La novela está totalmente volcada de sentimientos de soledad, de yermo, de aislamiento y a la vez es un panegírico de motivaciones palpitantes.
De Michel Houellebecq se ha dicho que es probablemente el mejor novelista europeo, lo cual no lo exime del caos causado por críticos a favor y en contra. No le he leído más que Las partículas, pero sin duda su estructura narrativa es muy buena. Anticipa procesos científicos que pueden modificar nuestro futuro como especie, pero que, por otra parte, no son mucho más importantes que otros procesos de naturaleza religiosa y que marcarán el futuro. Usa estas herramientas a su antojo, de telón de fondo, y le da las volteretas necesarias como para hundirte en su trama sin que lo notes. Claro, que primero pensé que el argumento de la novela era un discurso aburrido misógino todopoderoso, en el cual los personajes se jactaban de jugar al misántropo xenófobo, pornógrafo cuasi-obsesionado por las dicotomías en duplex frataernalis, pero al final resultó que ésa precisamente era la belleza ulterior de la historia. Resultó que me hizo pensar en Ray Bradbury y en Asimov, y a mí, todo aquello que me hace pensar en Asimov me enternece.
Ramón Muñoz, reseñistade Bibliopolis.org, ha dicho:
“Las partículas elementales dista de ser una lectura cómoda. Plantea su tesis y la defiende con una solvencia que a más de uno le hará revolverse en el asiento. Tampoco ofrece asideros para esquivar el naufragio. Izquierdas, derechas, utopías, es igual: hay palos para todos. La sensación de callejón sin salida que provoca el libro puede resultar agobiante y el único pero que le encuentro es la falta de un toque de humor que suavice el trago.”
A mí Houellebecq hasta me inspiró un poco. Tuve que escribirle a mi nene lindo. Pausa.
Mensaje a mi nene lindo:
Las partículas elementales me han enseñado sobre tu frío. Por qué tiemblas. Río al pensarlo. Te embromo diciendo que tienes paludismo. Houellebecq me habla a través de Michel, a través de Bruno. Corpúsculos de Krause te tocan y se enciende la piel de un color extraño, labios morados sin maquillaje. Tu sombra presente sobre mí en la superficie de la dermis, sensible al congelamiento global desde este polo, se ubica en mi lengua, en la tuya, en nuestros órganos que se multiplican si se descubren mutuamente. Son dendritas ramificadas y encapsuladas. Hacen sinapsis y eyaculan todas, las tuyas y las mías.
Final de la pausa.
Ahí está. Se lo debo a Houellebecq. Le debo este espasmo de ¿prosa?, una buena lectura, unas cuantas lágrimas y una larga reflexión sobre la inmortalidad del cuerpo esencial, del cuerpo dotado de las más elementales partículas.
1 comentario:
A mí lo que me captura de Houellebecq es su nihilismo; puede ser tan exagerado con él, que llegas a asumirlo como tuyo también.
Estoy leyendo La Possibilité d'une île. Cuando la termine te envio mi comentario.
Un saludo
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