Cómo escribí mi cuento favorito
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro
“Palabras encadenadas, palabras
que matan, muerte, morir, moribundamente… Muerte puta, muerte trapecista, una
amante a la que nunca logramos satisfacer, pero nos cautiva hasta la obsesión,
como las sombras que emborrachan la noche, o como el sexo más esquizoide y
ardiente. Ojalá nunca hubiese tropezado
mi camino con el de ella, pues antes de nuestro encuentro, disfrutaba como
adolescente, en mi hogar, en Miramar, y todavía era virgen de esas sensaciones. […]
Comencé a desarrollar una hipersensibilidad nocturna, también cambié mis
hábitos alimenticios. Mi sentido de audición se desarrolló hasta poder escuchar
las pisadas del rocío. Esto me llevó a una cacería de sombras, habitando un
libro de historias ajenas, vidas y calles de verdades efímeras, hasta ahora
desconocidas para mí, quise ser el propio tío Francisco, su diario de
trascendencia, sus pasiones y luchas; encontrar otras verdades pequeñitas,
temporeras, y hacerlas propias en mi misma carne, y es que la gente pasa y pasa
por aquí, por allá, sin identidad, sin destino.” Entre
sombras y palabras, Ana María Fuster.
Este fragmento pertenece al
cuento Entre sombras y palabras (ganó
premio en el antiguo certamen literario del
Ateneo Puertorriqueño, 2006) Bocetos de una
ciudad silente (ed. Isla Negra, 2007). Ya
había publicado en narrativa Verdades
Caprichosas (2002), Réquiem
(2005), aunque desde la universidad en
los ochenta supe que la necesidad por trabajar historias psicológicas y
orgánicas era inminente.
¿Por qué lo escojo? No tengo un
cuento favorito, pero se me ocurre seleccionar este. Digamos que Entre sombras y palabras encierra mis temas
recurrentes: la lucha entre el amor y las pasiones contra la locura, la
crueldad y la muerte. Así abrirme sin ningún tipo de miedo a escribir sobre los
miedos y las perversiones más ocultas, de sexo, sangre, las pesadillas más
terribles, con la misma libertad que del amor, la demencia, los sueños, las
luchas de género, de sociedad, la poesía, y la piel. De todos eso se tratan los
cuentos que transitan por una ciudad llamada Santurce en Bocetos de una ciudad silente. Escribir y leer son actividades tan innatas en
mí como respirar, pensar, comer, amar. Aunque acepto que el libro que trabajé
con mayor devoción fue (In)somnio (Ed. Isla Negra, 2013) y la novela que estoy
editando-corrigiendo ahora y publicaré a finales de año.
Este cuento trabaja el
autodescubrimiento del yo, el cuerpo, el canibalismo social en un adolescente a
través de su primer contacto con la muerte. Ocurre desde el día de la misma
muerte de su tío Guillermo a quién la familia admiraba. Se descubren los lados
oscuros de esa familia así como el misterio del tío y su doble vida, un
reconocido abogado de la capital y por otro lado sentía un placer por asesinar
y el canibalismo. El tierno protagonista termina convirtiéndose en ese mismo
monstruo que fue su tío.
Aquí no solo el personaje
siente a la muerte como una entidad viva, a quien no conocía pero una vez se
topa con ella ya nada volverá a ser igual, como ocurre cuando esa mujer u hombre
te besa y te desordena el mundo, y quieres seguir ahí, porque ya no tienes otro
remedio. O como la propia crueldad de la existencia, que no importa lo que
hagas morirás. Aquí juega a huir de la muerte y a la vez se siente seducido por
ella. Es una de esas relaciones de
amor-odio, que te llevan a hacer lo que sea por el objeto del amor. Además, me
interesa y que, a su vez, mi personaje principal --que vive estas pasiones de
amor, locura, soledad y muerte-- tenga una relación del mismo tipo con la palabra
(la materia prima del escritor) y que esta lo lleve a una hipersensibilidad con
el mundo.
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