
Cuando vivías
fuiste mi rompeolas,
mi escondite del marullo,
madriguera de la amenaza picos de roca.
Fuiste mi guardacostas,
mi andén contra el dolor del abandono,
mi soporte apaciguante
contra la mujer que puja y renuncia
que me mata
que me suicida.
Eres promontorio
construido para contener el oleaje;
de ese Mar, del Viento, del Huracán.
Eres faro,
la linterna que alumbra la calzada en el recuerdo,
llena de escollos y de arena y de dunas y humedad.
Tú, mi apoyo,
la entrada y salida de barcos mal dirigidos,
un andamio en ese puerto malherido
por la tormenta que se desata aún.
Dique fehaciente,
guarida y salvaguarda.
Estás sin vida;
una rompiente tan segura como el ya no estar.
Fue raro sentirse sin tu auxilio
cerca del escollo; lejos del resguardo
abrazada a la costa donde se acortaba mi corriente,
olas que no dejaron de golpearme.
Mar que levantó el agua y tú tan protectora, y tan estoica y tan maternal.
Mi litoral casi destruido
y tú hecha un Muro de contención para aguas salvajes;
un espacio situado justo en donde buscaría yo el abrigo
los buques entran a ti para llorar…
Carena en seco,
me reparas los párpados y las pestañas.
Obstáculo contra ventoleras,
opones tu cuerpo al progreso de fantasmales ideas.
Me amparas en tus brazos;
intentas prevenirme de mí.
Un rompeolas innombrable.
Una mujer sin sonido.
Una heroína sin ruido.
Mi voz salpica repleta de te-extraños-vuelve-a-mí.