Dedicado a Angelo Negrón Falcón, por hacerme recordar el 2003, cuando publicaba en una página azul, cuando mi nombre no era mi nombre, y mi piel llevaba el seudónimo Gabriela Soyna.
Una persona parpadea aproximadamente tres mil quinientas veces por día. Rodeada de aquellos cuatro hombres, con la garganta seca, con la válvula de adrenalina totalmente abierta, gasté en menos de lo que canta un gallo toda mi cuota de parpadeo diario y tuve que pedirle prestado a los siguientes días por venir.
—Es que viajo para el Festival de Cine de Nueva York. Es para lo único que viajo. —expliqué.
No fueron muy convincentes mis palabras, ni los escuchadores de ellas muy amables. O eso, o de todas maneras llevaba las de perder. El más fornido de todos me abrió de piernas y me bajó la falda. Luego los pantis, lo cual consideré absolutamente injusto e innecesario. Dos de ellos apresaron manos y piernas, y me urgieron por cooperación. Yo protesté. Ellos me ignoraron. Apreté los labios y cerré los ojos mientras el cuarto hombre me metía a la vagina casi la totalidad de su mano. Al final de la habitación, en una esquina, una mujer rubia observaba todo.
Recordé que el 16% de las mujeres nacen rubias, y que el 33% son en realidad rubias pintadas. ¿Sería el cabello de aquella que me miraba mal, teñido o natural? Un dato por demás inútil, como tantos otros que cruzaron mi memoria mientras era hurgada hasta lo más profundo de mis cimientos. Sentía una lubricación extraña, artificial por supuesto. No era la mía, porque nadie en su sano juicio, participando de aquellas condiciones, sería capaz de humedecerse por placer. Me sentí como si viviera en el antiguo Egipto, donde los sacerdotes reales se arrancaban cada cabello y vello de su cuerpo, incluyendo el de las cejas y pestañas, a fuerza de dolor, sin ningún tipo de anestesiante, sacrifico de purificación a la divinidad. ¿Me estaban purificando?
El sol libera más energía en un segundo que toda la energía consumida por la humanidad desde su inicio; es imposible estornudar con los ojos abiertos; el nombre Wendy se inventó en el libro Peter Pan. Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa, esto ya va pronto a terminar.
Dos lagrimones se me salieron, y la presión de mis dientes me tuvo casi al punto de partirlos en un trance. La mujer me observaba malhumorada, sin intención alguna de inmiscuirse o participar, pero enviándome un claro mensaje, altamente vengativo. Se cobraba por la patada que le había yo asestado en sus senos un rato atrás.
—La Lincoln Center Film Society programa estos ciclos de cinearte todos los años. Es el mejor cine que producen todos los países del mundo, y una vez al año celebran un festival en el que se presenta lo mejor de lo mejor. Juro que no hay nada sospechoso en mi viaje. Esto es una equivocación. —las palabras nerviosamente pronunciadas se me escapaban. Pero nadie quería oírlas.
Mi corazón, lo mismo que cualquier corazón humano, genera la suficiente presión cuando bombea la sangre, como para esparcirla fuera del cuerpo hasta diez metros de distancia. Sentía los dedos de aquel hombre moviéndose hasta mi garganta. El dolor casi me hace desfallecer.
El ojo del avestruz es más grande que su cerebro; el vuelo más largo registrado de una gallina duró trece segundos; el graznido de un pato nunca hace eco y nadie sabe porqué.
—El tracto vaginal está limpio. —anunció aquel soberano pendejo y yo le grité:
—Claro que está limpio. ¿Qué les he dicho? Viajo por la celebración de la obra del gran maestro japonés Yasuhiro Ozu con motivo de su centenario. Me dan ganas de escupirles la cara.
Mis palabras eran ya un lamento, la saliva se me atragantaba y tosía. La rubia escribió algo en unos documentos y se puso en su mano derecha un guante de látex. Mantuvo mi mirada por un segundo, luego sonrió y tronó:
—Voltéenla.
Grité que no, que no y solté mis piernas, dándole con ellas a todo aquel que se mantenía cercano. Una bofetada me cruzó el rostro y nunca sabré de quién. “Voy a ver a Clint Eastwood dirigiendo Mystic River, voy a ver a Jafar Panahi. Quiero ver a Panahi” grité colérica. Me obligaron a doblarme y a abrir más las piernas. Los dedos de la mujer entonces penetraron mi ano.
“Concéntrate, piensa en otra cosa. Aaaahhhggg, esta mierda duele, duele”. La ciudad con mas Rolls Royce per capita es Hong Kong; los gatos y los perros, al igual que los humanos, pueden ser zurdos o derechos; los hombres utilizan un promedio de quince mil palabras por día, las mujeres treinta mil; los meses que empiezan en lunes siempre tendrán un viernes 13; el nombre más común del mundo es Mohammed. Maldita sea, las hormigas no duermen, los ratones no vomitan, el elefante es el único animal con 4 rodillas...
Estuve a punto de perder el conocimiento; luego un instrumento dilató mi recto todavía más y se me abrió el pequeño universo que cabía en mi desesperanza. Apreté las nalgas y sentí la excreta salírseme sin poder evitarlo. A borbotones. Como cascada a presión. De pronto una resistencia, un bulto que obstaculizaba la entrada y los pliegues de mi alrededor sufrieron una rasgada. También hubo sangre. Miré el suelo y vi la mezcla de colores. Otra resistencia y más bultos. La ráfaga fue mortal.
Los hombres me soltaron. Yo me caí, empapando algunas partes de mi cuerpo en la mixtura de excremento. Hasta el cabello se salpicó de la defecación.
La mujer me hizo a un lado con su pierna. Yo temblaba. Me empujó duro, y la boca de mi estomago se resintió.
—Llamen al fiscal y denle un calmante. Se recobraron todas esas bolsas de cocaína. Buen trabajo, muchachos. Ahora a contar.
Suspiré. Alguien abrió la puerta del inmundo cuartito aquel y volví a escuchar el ruido de los aviones abandonando las pistas de aterrizaje. Nueva York ya no estaba en mis planes. El quince por ciento de las mujeres se manda flores a si mismas en el día de los enamorados, recordé; inútil pensar en verosimilitudes.
Escrito el 24 de septiembre de 2003
1 comentario:
¡Es increíble el mundo de la casualidad y de la causalidad!
Yolanda Arroyo y su seudónimo me enamoraron en cuanto las leí. Llegó el momento en que admiré a dos literatas por separado sin saber que se trataban de la creación de una sola persona. Sus letras me llevaron, y me llevan, a mundos fantásticos que traspasan universos ficticios y que dejan a uno guindando de contextos muy reales.
Gracias por existir y por el honor que supone, como vehemente admirador de tu prosa, encontrarme uno de tus escritos dedicado a mi persona.
Un abrazo
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