Otra amiga, la Mujer de hebras doradas, dejó que las metáforas la acunaran por varias semanas, tan sólo para estrellarse el viernes en la noche. Conoció al hombre que pendía de un largo cabello y una trenza llamativa a la espalda, en una presentación de libro. Se cartearon a lo digital, a lo nuevo de la era de las TIC’s y los pixeles adjuntados. Poema va y poema viene los kilobytes ascendieron y desbordaron sus respectivas cuentas de correo electrónico. Voy a besarte toda la espalda lentito; voy a depositar mis labios en tu cuello y allí dormitaré. El silencio es ese espacio que descansa entre cada uno de tus futuros gemidos. Posibles gemidos. Me repito, te repites. Única e imperecedera. Majestuoso. Efervescente.
Había que bajarlo del Olimpo y desmitificarlo. Había que estrellarlo a ver si era de verdad. No era. No lo fue. Hizo plop, como en las caricaturas de Condorito.
El cabello se le levantó de los hombros y se le desprendió del cráneo. Echó a volar. Un cielo-vuelo, que al final de cuentas era más hermoso que aquel pájaro.
¿Qué haríamos sin las desiluciones?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario