Los tres tiempos de un poemario juglar y vagabundo
Por Yolanda Arroyo Pizarro
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stoy en una encrucijada. ¿Cómo he de lograr una efectiva invitación a la lectura de un libro tan emblemático como Bachata Rosa en tres tiempos, sin que se filtre la ávida circunspección de atestiguar este alumbramiento con ojos lúdicos? Voy a intentar explicarlo… en tres tiempos.
Primer tiempo. Debo iniciar por llamar la atención a los amantes de la buena literatura sobre la capacidad que tiene esta propuesta para explicar un elemento esencial: que la realidad queda suprimida en toda obra literaria, que cada escritor crea un mundo que debe imponerse sobre el mundo «real», y que este mundo aunque nace y muere una vez cerrado el libro, permite que esa muerte esté sujeta a resurrecciones y encarnaciones alternas, si fuera el caso que el libro lograra esa trascendencia.
Refraseo estos comentarios de una lectura previa sobre una entrevista al escritor peruano Iván Thays, en el que el colega latinoamericano también da cuenta del trascender de un texto si este demuestra una minuciosa obsesión por los detalles y una búsqueda incesante del orden que subyace con la estructura que convierte la coincidencia en contingencia. Concuerdo con Thays en que “escribir es ordenar y estructurar” y que “leer es descubrir ese orden y esa estructura que nace no en la
vida, sino en el texto”. Jesús M. Santiago Rosado es el autor de los versos hilvanados en historias de años, décadas y ciclos, que suspira, se lamenta, nos hace apetecer un norte y nos permite desear con ansias locas a la Vida, esa Vida con mayúsculas en Bachata Rosa en tres tiempos. Santiago Rosado dispone para nosotros un precepto: un multiVerso denostado por los signos del tiempo, por los códices de la infancia, la adultez y la madurez. El autor ha confeccionado un ramo de contingencias versadas sobre el jarrón de un orden cronológico creado con simbología entendible y transmisible. Somos todos parte del origen y somos el origen.
Bachata Rosa en tres tiempos es un canto a la búsqueda del Yosoyelotro en tres diferentes etapas progresivas, distintivas y marcadas con un carimbo esclavista. Amo y esclavo son las estrofas, los epígrafes de contemporáneos insignes, el verso libre que encadena la siguiente historia con la que acaba de concluir. Se me ocurre pensar en Juan Ramón Jiménez, quien recibiera el premio Nobel de literatura en 1956 y tres días después muriera Zenobia, su musa y razón de escribir. Tres días, tres. La lírica de este autor que amó a Puerto Rico aparece igualmente signada como poeta que se fragmenta en diversas etapas, más bien una tríada como ya han identificado los eruditos: la época sensitiva, la época intelectual y la época suficiente. La raíz de la que surge la poesía juanramoniana no cambia, pero sí evoluciona, influenciado por otros autores, distintos movimientos, pensamientos, incluso sucesos. Santiago Rosado se nutre de esta bitácora de viaje, de ese mismo pozo a donde se transmuta uno a beber savia versada. Se notan en este, su primer poemario, influencias de otros maestros: el propio Jiménez, las vivencias ilustradas en la poesía de Pablo Neruda y la voz de Miguel Hernández.
Sobre el juego de espejo con Neruda, sus etapas de sentimiento pasional, de cambios romanceros, de cantos dolorosos e imposibles de olvidar que retornan a la memoria como destellos de luz, marcan, igualmente, los acontecimientos de su época. Esta exposición de sentimientos, paralelos con la Bachata Rosa, se convierte en una cartografía que da cuenta de las puestas de sol, los mares obcecados, la caída de estrellas, la construcción de un cuadro de la Sagrada Familia (Pintémoslo, pero no le coloquemos un marco.), hechos naturales, tan simples, pero maravillosos para los creadores; Neruda y Santiago Rosado ambos observan el diario a través de su ventana vitral.
Otra convergencia agradable es el encuentro de la voz susurrante de Miguel Hernández en los textos de Bachata Rosa en tres tiempos. Con Hernández podemos destacar tres grandes temas de su poesía, que incluso él mismo declarara en “Llegó con tres heridas”, poema perteneciente a Cancionero y romancero de ausencias:
“[…] Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.
Estas tres heridas vienen a configurar el ámbito temático de la poesía de Miguel Hernández y amonestan la profecía de los versos que años siguientes nos harían tropezar con el poema “Humedad” de Santiago Rosado:
“Encerrado en una gota de lluvia
experimento la urgencia de derramarme
y humedecerte las llagas de las heridas
provocadas por los tiempos”.
Hábil vaticinio de los entuertos que crecen con Kronos, los poetas no nos abandonan para que encontremos, junto a ellos, la significancia de los procesos antropológicos de nuestro devenir. Las heridas son importantes, y así las destacan; son una oportunidad de crecimiento y superación de la adversidad.
Segundo tiempo. Uno de los principales antropólogos del mundo dijo en cierta ocasión: “Por primera vez en la historia de nuestra especie entendemos que el amor es la más importante necesidad sicológica fundamental del hombre. Es el centro de todas las necesidades humanas, tal como el Sol es el centro de nuestro sistema solar y los planetas giran alrededor de él”. Esta confesión/sentencia, esta verdad sobre la importancia del amor para el bienestar humano no es nada nuevo, pero en las ocasiones en que manifiesto y talento confluyen, el motivo de la celebración se vuelve regalo. Encontrar un documento de actualidad, en donde las cartas geográficas, los rollos del Mar Muerto modernos y las piedras del Padre Nazario actuales señalen el camino del amor, amor al mundo, amor a los amantes, amor a lo humano, es siempre la provocación idónea para comprometer los sentidos. En términos etimológicos, las palabras antiguas que se utilizan principalmente para denotar amor en los sentidos supracitados son ’a·hév y ’a·háv (amar), junto con el sustantivo ’a·haváh (amor), y es el contexto lo que determina el sentido específico de amor que representan, desde la esencia arcaica hebrea. Con respecto al verbo griego latinizado más adelante fi·lé·ō, los expertos han comentado que se debe distinguir de amar la vida (agapaō )en que phileō denota más bien un afecto entrañable. Tanto amar la vida, tal como se demuestra en la obra de Santiago Rosado, como amar a la Vida, significan consideraciones del verdadero motivo de vivir, la pasión por el otro y su universo entramado en palabras y la querencia a éstas.
Tercer tiempo. Supe desde muy jovencita que los términos trovador y juglar casi siempre iban de la mano con el término vagabundo. Tal vez con canciones de amor cortés y con el asunto de la caballería. Sé que trovadores y juglares no se limitaron a estos temas aun cuando se les conozca más por la canso d’amor (canción de amor) y normalmente se les represente ofreciendo serenatas a una dama. El amor no fue su única preocupación. Se interesaron en muchos de los asuntos sociales, políticos y religiosos de su época. Los trovadores florecieron en los siglos XII y XIII en el sur de Francia. Fueron poetas, músicos cortesanos que mantuvieron sus escritos en la más refinada de las lenguas romances vernáculas: la lengua de oc, el idioma común de aproximadamente toda la zona francesa que queda al sur del río Loira y de las regiones limítrofes de Italia y España. Me hace ilusión pensar en la poesía musical, sobre todo en la que propone este libro: un entuerto aterciopelado que se crea cuando se mezclan y se conectan conceptos musicales como una bachata, el color rosa, o la flor, y los diferentes tiempos, tres, un trípili armonioso. Los tiempos en la música son elementos inherentes al ritmo, a la cadencia, a la prosperidad de los cuerpos que, poco a poco, desean unirse gracias a la melodía y que en la obra de Santiago Rosado se vuelven promesas de vívida saliva a depositarse en los labios. Los trovadores y juglares viajaban de ciudad en ciudad, y ejecutaban sus canciones con arpa, viola, flauta, laúd o guitarra. Los viajes eran un elemento distintivo. Los viajes, los viajeros, el traslado continuo de haberes y afectos. La colección superlativa de marchas, éxodos y migraciones. Me place encontrar, igual que en antaño, radiografías del movimiento de traslación perenne que nos caracteriza como especie:
“ […]
Transitas tembloroso por el Valle de California.
Te deslumbras con el paisaje.
Y ahí le ves.
Observas los contrastes de todos los matices;
marrón y verde,
montaña y valle,
uvas y algodón.
Y le piensas”.
“ […]
Ven, cabalguemos las alas del tiburón
y desde ahí,
cortemos la promiscuidad del viento
y pintemos de otro color
a su más azul y antiguo amante,
para que todo lo que existe entre Miami y LA sepa
que aunque me esperas
no te dejé allá abajo,
que estás conmigo aquí”.
Los poemas “Interestatal 5” y “Peregrinación” dan fehaciente cuenta de que el poeta, mezcla de pintor, compositor, juglar y vagabundo guía su pluma tanto con el corazón como con la mente de las intertextualidades. Por ello, los buenos versos, los de este libro, nos inspiran o nos hacen reflexionar, nos mueven a reír o a llorar.
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