Para Ardín, la erótica lésbica desbanca el corpus literario amatorio. Una aguda conciencia de desconexión lo anima: el amor se concreta al enunciar su “epifonema”: su exclamación final, su resumen. Quizás el imaginario de los afectos fallidos o truncos haya permeado todo su discurso. Como si su fallido acto de habla proviniera de promesas incumplidas, como si el sentido primario de pertenencia nunca se hubiera validado con actos puntuales en la cotidianidad. Me parece un reto extraordinario tratar de sobrenadar el abismo entre el sujeto “palabrificante” y aquél —mundano, material— que no se sabe ni se quiere hablante, sino que opera desde una corporeidad básica cuyo deseo, siempre imaginario, se verá defraudado por una interlocutora “palabrificada”: la amada:
¿Habré de apartarme de lo simple, de lo humilde de un beso? ¿Habré de olvidarme de la sencillez de una caricia, del incalculable contenido de un suspiro?
Vernáculos de lo físico y lo poético
Artículo completo en http://www.revistacruce.com/letras/vernaculos-de-lo-fisico-y-lo-poetico.html
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