Contrario a lo que algunos incautos pudieran suponer (y
polemizar), el poeta puertorriqueño David Caleb Acevedo utiliza desde hace más de
tres décadas, y de manera transparente frente a todos el seudónimo de Elijah
Snow por ser éste su amigo imaginario de la niñez. Ahora en su segundo libro presentado ayer en
Ciudadela, ‘Empírea: saga de la nueva ciudad’, el artista dedica varios textos poéticos
a este personaje de desdoble a quien le debe parte de su vida, dichas y hasta sufrimientos. El poemario se presentó anoche bajo el
padrinaje de la Editorial Erizo y el bautismo de la excelsa y queridísima poeta
Mayda Colón.
Incluyo el poema que nos leyera la poeta Amarilis Tavares durante la velada:
“que se haga la luz de nuevo:: que del sudor de los
hombres de esta tierra van naciendo policromas
mariposas, mientras las mujeres paren vergeles
por sus luminosas bocas marianas:: y arda la
esperanza:: que de las cenizas
ha de levantarse
una nueva palabra.”
“[ave fénix]”
-Elidio Latorre Lagares
I.
Cae una pluma sobre las alas de cemento gris de un ángel en el
Cementerio de Hartford
sobre la tumba de Elijah
y se levanta el cadáver del amigo imaginario
residuo psíquico de proyecciones astrales
en un nuevo génesis.
Mientras la hierba le regala venas y arterias,
la tierra le da ojos nuevos que la brisa secará de lágrimas.
“¡Ve a la Tierra Prometida, pequeño Elijah!”
y el joven niño se olvida del SIDA y de las aves fénix
y de la magnánima ciencia de las nubes.
Abres la puerta de tu Bleeding Hummingbird del ‘86
enciendes el motor
y te despides del mundo
mientras otros dejan suspiros en el semáforo de la esquina.
“¡Ábrete!” –dices, pequeño niño del ojo de la bruja tuerta en
/película de Tim Burton,
“¡Ábrete!”, y las líneas amarillas entrecortadas se
hacen aire
mientras un nuevo camino se despide de la Tierra.
“¡Ve a Empírea, que allí te espera tu compañero!”
-dice la voz de una mujer de viento
y de los dioses que prometieron eliminar la muerte por ti,
como acción de gracias por darles la ciudad de tu mente,
los amos dulces de las nubes de azúcar,
la Segunda Tierra Prometida
en cuyo centro yace imponente y todopoderoso
el único sentimiento
que puede hacer que floten las ciudades.
II.
El camino hacia Avalón conspira sus aguas con la niebla
que se divide como decir Río Jordán y Mar Rojo
son las trompetas de Boromir y el Rey Arturo
llamando al mentor –hijo de ángel/hijo del demonio-
un Merlín que se hace joven cuanto más viejo.
Conduces en tu auto anfibio
en las aguas que dejó Buda correr sobre los pechos del mundo
y una mano de mujer sale llena de perlas y vestiduras de plata:
Nimiane, dama del lago,
siempre dama antes que diosa o mujer.
Te regala una espada
cuyo filo es una palabra en cursivo,
el OM que creó al mundo.
Ya no las aguas más la tierra de Avalón se descubre diáfana
células vivas de hombre, mujer, animal y planta
arenas vivas y flotantes en un aire de divina telekinesis
ensordeciendo la lógica siempreverde de los horizontes.
Conduces en tu Bleeding Hummingbird del 86’
y entre los caminos de la isla que conducen a Oz,
Láputa, Bodie en California y Nuncajamás,
te encuentras con la Plaza del Mercado en Río Piedras.
Bajas del auto y decides que hoy es un gran día para meditar
sobre la esquiva mitosis de las pausas.
Tomas la Espadalabra
y comienzas a escribir historias en papeles de oxígeno, helio y
nitrógeno aéreo;
cuentos que se digan a sí mismos en tradición oral,
y los fundes en El Nudo Celta
que dejas sobre una mesa
sin saber si fuiste tú o no quien lo escribió.
Te montas en tu auto anfibio y dejas la Plaza
con sus caminantes venas propias
conduciendo hacia una fantasía final que perdure mucho más que las Bodas
del Cordero
y el Paraíso que prometen los Testigos de Jehová;
hacia la nada, no para perderte,
sino para reunirte, pequeño Elijah
con el hombre de tu vida
soldado celta, guerrero azteca bautizado por el Sol
que te espera frente a la bendición de una diosa de viento
Reina del Nuevo Orden,
para que comas del Árbol de la Vida,
aquél de quien tu raza comió jamás por avaricia de los precursores de la
ceguera;
de Yggdrasill cuyos frutos son estrellas maduras que se vuelven novas.
Come, pequeño niño, del árbolmundo, y cásate con tu hombre,
a ver si no es cierto que las novas y el universo
se contienen entre latidos, autos anfibios, mundos de leyendas perdidas
y trazos de espadas que pretenden ser palabra.
III.
El cielo es una mano que reta la abertura lozana de las puertas.
La luz de Ra, Lugh y los dioses sol
te transportan flotando en tu auto hacia Empírea,
en donde te estacionas para luego ver
cómo tu Bleeding Hummingbird del 86’
se hace una nube de átomos blancos que te visten un tuxedo.
Te arreglas el cabello en un faux-mohawk
el último corte que te dio tu amado antes de tu muerte,
y caminas hacia la Catedral de Ninguna Religión Específica.
En África, una mujer de la tribu Xhosa amamanta a su recién nacida
y sonríe mientras caen las únicas lluvias del año.
“Dile que lo amas” –te dice al oído, y tu corazón siente
las palabras dulces como los nervios de un nuevo dios.
Te acomodas los espejuelos y tus dos pantallas en la oreja derecha.
Un hombre en Japón, se detiene en un templo Shinto,
deja par de inciensos encendidos a sus antepasados
y hace reverencia,
porque el hombre de tu vida es un dios en sí mismo
si sus labios visten la cura misma del SIDA.
“¡Ámalo por siempre!”, y le contestas que esa promesa
como la intrínseca promesa de lluvia al final del ciclo del agua,
de por sí, ya está cumplida.
Entras a la Catedral, los invitados se levantan y aplauden en gritos y
loas de victoria.
Reconoces todos los rostros,
Karen quiromántica, Rosalina y los Invisibles,
Juancarlos enredado en bestias cariñosas
el nocturno Moisés, un 8% de Carlos
y Mayda, la madre que te devolvió la costilla que te faltaba.
Un colibrí asecha las luces de los dioses sol,
cuando determinas que es Miroku,
el perrito salchicha que tantas veces te robó del suicidio
quien al llegar a Empírea aprendió a volar con alas de libélula y
luciérnaga.
Sonríes y enrojeces.
El amado,
soldado celta y guerrero azteca imbuido por Polaris
sonríe, aún más rojo que tú.
En el límite de la creación
Lucifer detiene por unos instantes su vuelo
hacia el espacio más lejos del Plan de su fenecido padre.
Voltea su rostro y te envía la luz de la mañana,
que después de todo,
es la luz verdadera de los hombres y mujeres Ilustrados.
“¡Sé feliz!”
Un hombre en Shanghai observa el horizonte de la ciudad
sentado sobre el manubrio de una bicicleta que su esposa pedalea con
esfuerzo.
“¡Sé feliz!” –se escapa de sus labios.
Una mujer seminola,
Espíritu-de-las-aguas-que-caen
enciende una fogata dentro de su wigwam.
Las llamas le revelan la boda entre dos hombres que se aman
“Dos tipos con suerte”,
porque en su tribu, les llaman doble espíritu.
La mujer decide que la muerte
ya ni siquiera es un velo para este amor
porque el amor sólo sirve cuando es pura el agua
y fuerte la tierra.
“¡Sé feliz!”
Encuentras entre los presentes, caras de dioses perdidos en Midgard
que emana de un niño que se niega a ser adulto…
pasas adelante, le tomas la mano a tu amado soldado
y le miras a los ojos.
La diosa de aire te pregunta
“¿Lo harás feliz?”
Lo observas, la piel tan blanca,
sus ojos negros tan achinados
y cuando dices SÍ,
las estrellas se halan en un hoyo negro frente a tu boca,
un abismo magnético tan fuerte que se traga toda la luz del universo por
un instante,
el momento necesario para la intimidad de un beso
que cuando nace
le da fin a la imaginación de las ciudades y la nobleza de las tormentas
para que nazca un Nuevo Mundo
descubierto por todos
y
propiedad de nadie.
Fotos Zulma Oliveras y H. Roberto Llanos
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