Domingo 14 de octubre de 2012
Collages de Marga Peña |
Literatura
femenina en Puerto Rico
Carmen
Dolores Hernández
Las poetas latinoamericanas del
siglo XIX cortaban lirios, cortaban rosas, escribían
versos sentimentales… eran así. No las puertorriqueñas. En un país al que llegó
tardísimo la imprenta –a principios de ese siglo–, la literatura nació con la
fuerza que le otorgaba una larga espera. Y nació, en gran parte, bajo un signo
femenino.
La primera mujer en publicar los frutos de su pluma fue María
Bibiana Benítez, cuyo poema de corte cívico, “La ninfa de Puerto Rico”, apareció
en 1832 en uno de los pocos periódicos del momento. Celebraba, en vez de amor,
flores o estrellas, el establecimiento en la isla de la Real Audiencia
Territorial. También escribiría de las flores, pero con un enfoque combativo. En
su poema “La flor y la mariposa” denuesta –como Sor Juana– a los hombres
inconstantes: “Tu ingratitud la abandona/ después de haberla gozado/ ¿Cuando ya
la has marchitado/ quién tu proceder abona?”
María Bibiana “parió” –figurativamente, porque nunca se casó–
una cepa de poetas que incluyó no sólo a su sobrina Alejandrina Benítez, también
osada y feminista avant la lettre, participante en El aguinaldo
puertorriqueño (1843), la primera colección de escritos que se hacía en el
país, sino también al hijo de ésta, José Gautier Benítez, el mayor poeta
romántico de la isla, cuyas evocaciones instauraron una tradición de cantos
patrios: (“¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato/ como el recuerdo de un amor
profundo./ Bello jardín, de América el ornato,/ siendo el jardín América del
mundo.”
Las Benítez no fueron, desde luego, las únicas mujeres que
blandieron la pluma en el Puerto Rico decimonónico. Poetas como la osada Lola
Rodríguez de Tió, quien sufrió varios destierros y es autora de la letra
combativa –y a menudo prohibida–del himno patrio (“¡Despierta, borinqueño/ que
han dado la señal!/ ¡Despierta de ese sueño/que es hora de luchar!”);
dramaturgas como Carmen Hernández de Araujo, cuyas obras –históricas y
moralizantes algunas–fueron representadas con gran éxito en el muy machista
siglo XIX; novelistas como Carmela Eulate Sanjurjo,
quien en 1895 publicó “La muñeca”, una feroz crítica social, y ensayistas
contestatarias como Luisa Capetillo, que fueron abriendo un espacio cada vez más
amplio. Tanto lo quería abrir esta última, activista en favor de los obreros,
que en 1919 fue arrestada por vestirse como hombre. Todas estas escritoras
tienen en común una combatividad textual que depende de sus decididas
reivindicaciones patrias, sociales o femeninas.
Pero si bien la literatura femenina se afirmó desde el siglo
XIX, en el XX adquirió una
fuerza arrolladora que no ha hecho sino aumentar hasta el día de hoy. Las
escritoras más relevantes de inicios de siglo no fueron poetas modernistas que
dialogaran con el gran lírico que se adscribió a esa estética, Luis Llorens
Torres (aunque las hubo, como Trina Padilla de Sanz), ni figuraron en los
movimientos vanguardistas (con excepciones, como la de Carmen Alicia Cadilla),
ni descollaron –como el gran Luis Palés Matos– en la poesía negroide (con la
excepción menor de Carmen Colón Pellot). Fueron estudiosas e investigadoras:
ensayistas destacadas que aportaron un sesgo particular –de índole literaria– a
la producción de la Generación del ’30.
Hubo una razón para ello. Tras la Guerra hispanoamericana,
cuando Puerto Rico pasó a ser posesión de eu, la sociedad puertorriqueña se
enfrentó a un cambio que abarcó todos los aspectos de la vida, incluyendo la
educación. En 1903 se estableció la primera universidad del país, la de Puerto
Rico. Empezó como una Escuela Normal, con lo cual la mayor parte de sus alumnos
fueron mujeres.
Concha Meléndez |
Tal estímulo, y otros como la llegada a Puerto Rico durante la
guerra de varias periodistas estadunidenses, como Margherita Arlina Hamm, Mary
Elizabeth Blake y Margaret Sullavan, que escribieron sobre la isla para órganos
de prensa estadunidenses (Hamm también escribió un libro Porto Rico and the
West Indies) probablemente abrieron caminos de escritura. También hubo
libros de intención didáctica sobre Puerto Rico escritos por estadunidenses como
Marian M. George (A Little Journey to Puerto
Rico, 1900) y aun otros de índole turística e informativa como Porto
Rico: A Caribbean Isle, escrito conjuntamente por Elizabeth Kneipple Van
Deusen y su marido, Richard James Van Deusen, funcionario estadunidense en la
isla.
A lo largo de las primeras décadas del nuevo siglo se dio a
conocer un grupo de intelectuales puertorriqueñas dedicadas al ensayo
investigativo y creativo. Concha Meléndez (1895-1983) fue la primera mujer en
obtener un doctorado en Filosofía y Letras en México (1932 - UNAM), y fue también pionera en los estudios de literatura
latinoamericana, no sólo en Puerto Rico sino en América, con una extensa
bibliografía sobre el tema. Escribió poesía, pero es recordada por sus ensayos
escritos en una prosa tersa y sencilla (uno de los más hermosos se titula “Los
balcones” y se encuentra en su libro Entrada en el Perú, 1941). Como
Alfonso Reyes, sobre quien escribió Moradas de poesía en Alfonso Reyes,
sus interpretaciones eran comprensivas, tomando en cuenta las características
históricas y sociales que afectaban el desarrollo literario.
Margot Arce de Vázquez (1904-1990) fue una de las primeras
estudiosas del poeta renacentista español Garcilaso de la Vega, la primera en
publicar un estudio riguroso sobre él, que iba mucho más allá del impresionismo
que por entonces lastraba los estudios literarios. Y escribió también hermosos
ensayos informales con gracia y agudeza analíticas aplicadas a la situación del
país, como el titulado “El paisaje de Puerto Rico”. Carmen Gómez Tejera, Antonia
Sáez, María Teresa Babín y, sobre todo, Nilita Vientós Gastón, pertenecieron a
ese grupo de ensayistas. La última fue árbitro y alma del panorama cultural de
la isla a través de su columna periodística Índice Cultural, que
apareció en el periódico El Mundo desde 1948 hasta 1986. Al igual que
Victoria Ocampo en Argentina, publicó durante cuatro décadas una revista
literaria de suma importancia, que se llamó primero Asomante y luego
Sin nombre. Escribió asimismo unas hermosas memorias tituladas El
mundo de la infancia. Todas ellas constituyeron un grupo contundente de
intelectuales y fueron tan respetadas como sus contrapartes masculinas.
Lola Rodríguez de Tió |
Descollaron también, junto a las ensayistas, dos poetas, Clara
Lair y Julia de Burgos, que pueden equipararse a las grandes de América
–Gabriela Mistral, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou– con
quienes coincidieron aproximadamente en el tiempo (siendo Julia mucho menor que
las otras). Como éstas, aquéllas asumieron el erotismo femenino y trataron el
tema abiertamente, desafiantemente. Fueron explícitas en su expresión del deseo
y directas en su juicio de los hombres: “¡Carne fácil y blanda a todos los
arrimos!/ ¡Carne blanda y traidora con uñas en los mimos! // Para todas los
mismos rápidos arrebatos,/ lúbrico cual los perros… falso como los gatos…”
escribió Clara Lair en el poema “Frivolidad”. Las puertorriqueñas, además,
reclamaron su independencia intelectual y artística de cara a las voces
masculinas autorizadas. Su identificación con la tierra en que nacieron iba a la
par de su sensualidad. En el poema “Río Grande de Loíza”, de Julia de Burgos, el
río es un hombre que la posee: “… Río hombre. Único hombre/ que ha besado en mi
alma al besar en mi cuerpo…”. Mujer y país han estado sujetos siempre a un amo:
la poesía femenina contestataria se convirtió, pues, en una expresión nacional:
“¡Río Grande de Loíza!... Río grande. Llanto grande./ El más grande de todos
nuestros llantos isleños/ si no fuera más grande el que de mí se sale/ por los
ojos del alma para mi esclavo pueblo.”
La vida desgraciada y muerte trágica de Julia de Burgos la
convirtieron en un icono, además de que su poesía fuerte, terrestre, proyectaba
un yo problemático, muy contemporáneo. La vida más protegida de Clara Lair, en
cambio, escondía una riqueza psicológica que se volcó en poemas arrebatadamente
sensuales. Hubo otras, muchas otras: Carmen Alicia Cadilla, Nimia Vicens,
Carmelina Vizcarrondo… la lista es larga.
El
estallido
La segunda mitad del siglo XX
presenció un verdadero “estallido” de la literatura femenina, que se convirtió
en una corriente incontenible de fuerza igual a la de la literatura masculina y
central. Narradoras hubo siempre –Josefina Guevara Castañeira, Marigloria Palma,
Edelmira González Maldonado–, pero cuando en el 1970 Rosario Ferré publicó la
revista Zona Carga y Descarga junto con su prima Olga Nolla, el desafío
de una nueva generación de escritoras se dejó sentir. Ambas pertenecían a una
clase privilegiada, ambas lucharon contra toda sujeción y convención, incluso la
de circunscribir sus escritos a la rúbrica de “literatura femenina”. El primer
libro de cuentos de Rosario, Papeles de Pandora, junto con su libro de
ensayos del 1980, Sitio a Eros, en los que retaba, desde diversas
perspectivas y utilizando diferentes medios literarios, la estructura patriarcal
de la sociedad, iniciaron el torrente. Se sucedieron los libros emblemáticos:
Porque nos queremos tanto, de Olga Nolla, quien publicó también varios
poemarios y una serie de novelas en que experimentaba con la historia;
Felices días, tío Sergio, de Magali García Ramis; Vírgenes
y mártires, de Ana Lydia Vega y Carmen Lugo Filippi.
Carmela Eulate Sanjurjo Julia de Burgos Clara Lair Margot Arce de Vázquez Olga Nolla |
Rosario y Olga fueron feroces en sus retos; Magali García Ramis
reveló el lado doméstico de los mitos nacionales; Ana Lydia Vega transformó la
lengua literaria incorporando lo chabacano, lo vulgar, lo literariamente
desprestigiado.
Resulta de interés el hecho de que Rosario Ferré, en una
segunda etapa de su escritura (a partir de 1995) desafió no sólo las
convenciones de la sociedad y la hegemonía literaria patriarcal, sino también la
identificación, en Puerto Rico, del español con la resistencia nacional al
imperio estadunidense al escribir en inglés. Fue una decisión sumamente
controversial. Publicar en inglés era contravenir todos los esquemas de
afirmación cultural puertorriqueña. Esa decisión, sin embargo, le facilitó el
acceso a públicos que jamás se hubieran asomado, de otra manera, a nuestra
escritura. Ella ha sido la escritora puertorriqueña más reconocida
internacionalmente. En 1992 recibió el Liberatur Prix en Alemania y en 1995 fue
finalista del National Book Award en Estados Unidos.
Mayra Montero, por otra parte, ha aportado a la literatura de
la isla una visión caribeña abarcadora que explora el mito y su envés en novelas
sobre Haití, la República Dominicana y Cuba, además de Puerto Rico. Cubana de
nacimiento, pero residente de Puerto Rico desde la juventud, la amplitud de su
visión ha ensanchado los parámetros de la literatura no sólo puertorriqueña sino
caribeña.
Contestataria también, la poeta Ángela María Dávila fue la
contraparte de las narradoras. Vinculada con el grupo poético de tendencias
sociales izquierdistas llamado Guajana, publicó poco durante su vida
(1944-2003), pero perfiló un estilo que, como sugiere el título de su poemario
Animal fiero y tierno (1977), podía ser, a la vez, feroz y delicado.
Otras poetas como Vanessa Droz, Elsa Tió, Etnairis Rivera, Áurea María
Sotomayor, Liliana Ramos-Collado, han asumido asimismo posiciones fuertes de
afirmación femenina y aun feminista.
Imposible soslayar, dentro de este panorama, a las escritoras
puertorriqueñas de Estados Unidos. Su escritura reivindicativa de una identidad
nacional que se encuentra bajo asedio en las “entrañas” mismas del imperio ha
producido obras extraordinarias, como la novela Nilda, de Nicholasa
Mohr, con su recuento de la vida en “el barrio” puertorriqueño de Nueva York
(ahora habitado mayormente por mexicanos), o los poemas “Nuyorican”, de Sandra
María Esteves, escritos en spanglish. Por otra parte, las narradoras
Judith Ortiz Cofer y Esmeralda Santiago ofrecen visiones autobiográficas, desde
una perspectiva femenina, de lo que ha significado crecer como “latina” en
Estados Unidos. Estos escritos han conformado un horizonte alterno para la
literatura femenina, tan puertorriqueño –sin embargo– como el de la isla.
(Puerto Rico tiene más de la mitad de su población en Estados Unidos.)
A partir de la última década del siglo XX y primera del XXI han ido
surgiendo escritoras más jóvenes. La más destacada, gestora cultural también y
organizadora del Festival de la Palabra, es Mayra Santos-Febres, narradora y
poeta. Negra de raza, ha rescatado la experiencia de ese grupo,
contextualizándola dentro del amplio marco de la sociedad puertorriqueña.
Santos-Febres escribe con fuerza y una absoluta libertad que se ha dispensado ya
de las consideraciones identitarias que constituyeron una constante en la
literatura –masculina o femenina– de la isla durante el siglo XX. Su primera novela, Sirena Selena vestida de
pena (2000), introdujo otro horizonte de liberación sexual al centrarse
sobre un homosexual. Yolanda Arroyo Pizarro, Janette Becerra, Sofía Irene Cardona y
Vanessa Vilches se van haciendo asimismo cada vez más visibles en nuestro
panorama literario con una variedad de enfoques, de énfasis, con estilos
definidos.
El círculo abierto a principios del siglo XX por las ensayistas y estudiosas se cerró a finales de
ese siglo con otra promoción extraordinaria de investigadoras que han producido
textos lúcidos, hermosos e iluminadores sobre una gran variedad de temas,
enriqueciendo el acervo del saber. Las hermanas López Baralt, Luce y Mercedes,
han explorado el misticismo islámico y su relación con la literatura española,
la primera, y la segunda, ha indagado antropológicamente en la literatura
latinoamericana además de estudiar con ahínco al máximo poeta puertorriqueño,
Luis Palés Matos. María Luisa Moreno, Silvia Álvarez Curbelo, María de los
Ángeles Castro y muchas más han contribuido asimismo, con ensayos documentados y
hermosos, a las investigaciones en áreas como historia y urbanismo, arquitectura
y arte. Todas le han dado visibilidad a la producción intelectual y literaria de
la isla.
Siempre estuvimos aquí es el título de un documental
que presenta la contribución de la mujer en la historia de Puerto Rico. “Y
siempre estaremos”, podríamos añadir. Imposible escribir la historia de la
literatura puertorriqueña sin tomar en cuenta a muchísimas escritoras que se han
adelantado en ocasiones, y que en otras han ampliado ese panorama.
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