por Elidio La Torre Lagares
El deseo es la única potestad que ejercemos sobre el destino, porque lo sugestiona. Lo que se desea se busca, y la búsqueda es el camino. El deseo nunca es el logro, sino la fuerza de lograr. Es la motivación inamovible que suscita el movimiento de todo. Por eso, escribir sobre este es recontar lo que transita, lo inconcluso- apalabrar el trayecto, recalcar en la discontinuidad. De modo que, más que una cosificación, el deseo enlaza el objeto con el sujeto que anhela. En su inevitabilidad, se torna inoculante. Contagioso. La plaga primigenia. Alcanzar el objeto del deseo, es conquistarlo, superarlo. Por tanto, encierra una relación de poder y sumisión. El deseo convida la presencia de una ausencia.
El libro Plagas del deseo, de Moisés Agosto, llama a todas las consideraciones anteriormente expuestas en un exquisito libro de relatos cortos donde el deseo es el protagonista invisible, el hilo que corre tras la fina aguja del escritor -el que hila el textil, el texto- donde las palabras, ante su frustrante incapacidad de abarcar la realidad inmaterial, se rinden en boca y acción de los personajes. Es una de las limitaciones más precisas de la buena escritura: nunca se dice todo. Así de impreciso.
El libro Plagas del deseo, de Moisés Agosto, llama a todas las consideraciones anteriormente expuestas en un exquisito libro de relatos cortos donde el deseo es el protagonista invisible, el hilo que corre tras la fina aguja del escritor -el que hila el textil, el texto- donde las palabras, ante su frustrante incapacidad de abarcar la realidad inmaterial, se rinden en boca y acción de los personajes. Es una de las limitaciones más precisas de la buena escritura: nunca se dice todo. Así de impreciso.
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