El regaño,
o la defensa de la negritud versus la defensa de lo demás
Por Yolanda
Arroyo Pizarro
No sé qué hacer.
Hasta la semana pasada era un hombre al que admiraba. Tenía todo lo que me atraía
en una figura dispuesta a ser autoadjudicada por la propia protegé (yo) como todo un buen aspirante a mentor (él). Cualidades:
denunciador acérrimo del autoritarismo y la opresión, opinionado y cultivado,
instruido, amparador de minorías raciales, conocedor de las leyes, conocedor de
la Academia, investigador osado, portador de varias premiaciones por su defensa
de la negritud. Realmente No sé qué hacer.
Y es que la
tarde en que asistí a la presentación de la Jueza Sonia Sotomayor en el Arsenal
de la Puntilla en Viejo San Juan, este hombre se cayó del pedestal. Y desde ese día ando confundida. Antes de ese
momento habíamos compartido pocas veces, y bastaba escuchar sus posturas para
que el respeto que me nace innato hacia gente admirable corriera en estampida
hasta él. Había buscado sus palabras en internet, sus ensayos, sus columnas de opinión.
Me había devorado su biografía y la historia de su vida con un placer extremo. Pero
ese día del Arsenal de la Puntilla todo cambió.
Me lo encontré
en el portón de salida. Yo iba de la mano de mi pareja, Zulma. Él nos detuvo y
nos saludó efusivo. Y luego vino el regaño. Así, sin vaselina.
“Eso que tienes
escrito en el perfil de tu blog, en Boreales —me dijo— ha molestado mucho a mi compañera”.
Lo miré a la
defensiva y traté de equiparar mi mirada con la suya, de manera infructuosa,
porque su estatura es altísima y su barba, que es abundante y canosa, ocupa
todo el marco dedicado a mi referente visual.
“¿Qué parte?”
—pregunté como autómata, porque realmente no podía creer semejante acto de
arrogancia.
“La parte esa en
que dices que odias los fluidos menstruales”.
Acto seguido exclamé:
“A ti también parece molestarte”.
“Lo que pasa es
que es un enunciado fuertísimo. Una mujer no debería odiar algo tan femenino que
sale de su cuerpo, que la hace ser mujer.”
“¿Saben tú o tu compañera
lo que es la dismenorrea?”—cuestioné. Él
dijo que no y yo aclaré: “Es una condición que padezco desde pequeña y que es la
causante de que los dolores durante mi regla sean más intensos y profusos que
en el resto de las mujeres. He sabido desmayarme del dolor, en ocasiones. Lo han
padecido otras mujeres en mi familia. Algunas de ellas debían ausentarse de sus
trabajos durante sus periodos, había que ponerles sueros intravenosos y hasta
hospitalizarlas de vez en cuando. Por eso, y otras cosas, odio la regla. Tu compañera
ha debido explicarte responsablemente que las mujeres somos todas diferentes”.
Él, visiblemente
aludido, ripostó: “Pues has debido hacer esa aclaración en tu espacio de
internet”.
“No tengo que aclarar
o explicar nada de eso en absoluto”, corregí molesta, y Zulma comenzó a hacerme
señas para que nos largáramos de tan inoportuna presencia.
“Creo que sí lo
debes aclarar—insistió él.— ya que alguien pudiera malinterpretarlo y pensar
que quieres renunciar a cosas inherentes a tu condición de ser mujer, como por
ejemplo, a la maternidad”.
“¿Y qué si cualquier
mujer, o yo deseamos renunciar a cosas inherentes a la condición de ser mujer y
a la maternidad?” Susan Sontag tiene que haber estado revolcándose en la tumba.
Lo mismo que Rosa Parks.
Entonces hubo un
silencio incomodísimo. El hombre inteligente, o al menos instruido que yo
pensaba que él era, desapareció de inmediato ante mis ojos. Se me derrumbó. No voy a negar que
me dolió aquella decepción. Me dolió saber que este futuro prócer, así como
conocía de africanismo, caribeñismo, anti colonialismo y de luchas de derechos
(al parecer solo de algunos derechos, no de todos obviamente) no conocía sin
embargo del movimiento feminista, del librepensamiento femenino, de los estudios de
género, de la teoría Queer, de lo último en asuntos LGBT, de derechos básicos de emancipación
de la mujer, del anti patriarcado o del anti machismo. Además, me afectó saber
que no tuviera una compañera de vida o algún colega cercano que le instruyera, como
mínimo, de manera introductoria en estos temas.
Me fui esa
noche, dejando atrás la ciudad amurallada y la terrible sensación de haber
perdido algo, o a alguien.
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