viernes, abril 12, 2013

El regaño, o la defensa de la negritud versus la defensa de lo demás


El regaño, o la defensa de la negritud versus la defensa de lo demás
Por Yolanda Arroyo Pizarro

 


No sé qué hacer. Hasta la semana pasada era un hombre al que admiraba. Tenía todo lo que me atraía en una figura dispuesta a ser autoadjudicada por la propia protegé (yo) como todo un buen aspirante a mentor (él). Cualidades: denunciador acérrimo del autoritarismo y la opresión, opinionado y cultivado, instruido, amparador de minorías raciales, conocedor de las leyes, conocedor de la Academia, investigador osado, portador de varias premiaciones por su defensa de la negritud. Realmente No sé qué hacer.

Y es que la tarde en que asistí a la presentación de la Jueza Sonia Sotomayor en el Arsenal de la Puntilla en Viejo San Juan, este hombre se cayó del pedestal.  Y desde ese día ando confundida. Antes de ese momento habíamos compartido pocas veces, y bastaba escuchar sus posturas para que el respeto que me nace innato hacia gente admirable corriera en estampida hasta él. Había buscado sus palabras en internet, sus ensayos, sus columnas de opinión. Me había devorado su biografía y la historia de su vida con un placer extremo. Pero ese día del Arsenal de la Puntilla todo cambió.

Me lo encontré en el portón de salida. Yo iba de la mano de mi pareja, Zulma. Él nos detuvo y nos saludó efusivo. Y luego vino el regaño. Así, sin vaselina.

“Eso que tienes escrito en el perfil de tu blog, en Boreales —me dijo— ha molestado mucho a mi compañera”.

Lo miré a la defensiva y traté de equiparar mi mirada con la suya, de manera infructuosa, porque su estatura es altísima y su barba, que es abundante y canosa, ocupa todo el marco dedicado a mi referente visual.

“¿Qué parte?” —pregunté como autómata, porque realmente no podía creer semejante acto de arrogancia.

“La parte esa en que dices que odias los fluidos menstruales”.

Acto seguido exclamé: “A ti también parece molestarte”.

“Lo que pasa es que es un enunciado fuertísimo. Una mujer no debería odiar algo tan femenino que sale de su cuerpo, que la hace ser mujer.”

“¿Saben tú o tu compañera lo que es la dismenorrea?”—cuestioné.  Él dijo que no y yo aclaré: “Es una condición que padezco desde pequeña y que es la causante de que los dolores durante mi regla sean más intensos y profusos que en el resto de las mujeres. He sabido desmayarme del dolor, en ocasiones. Lo han padecido otras mujeres en mi familia. Algunas de ellas debían ausentarse de sus trabajos durante sus periodos, había que ponerles sueros intravenosos y hasta hospitalizarlas de vez en cuando. Por eso, y otras cosas, odio la regla. Tu compañera ha debido explicarte responsablemente que las mujeres somos todas diferentes”.

Él, visiblemente aludido, ripostó: “Pues has debido hacer esa aclaración en tu espacio de internet”.

“No tengo que aclarar o explicar nada de eso en absoluto”, corregí molesta, y Zulma comenzó a hacerme señas para que nos largáramos de tan inoportuna presencia.

“Creo que sí lo debes aclarar—insistió él.— ya que alguien pudiera malinterpretarlo y pensar que quieres renunciar a cosas inherentes a tu condición de ser mujer, como por ejemplo, a la maternidad”.

“¿Y qué si cualquier mujer, o yo deseamos renunciar a cosas inherentes a la condición de ser mujer y a la maternidad?” Susan Sontag tiene que haber estado revolcándose en la tumba. Lo mismo que Rosa Parks.

Entonces hubo un silencio incomodísimo. El hombre inteligente, o al menos instruido que yo pensaba que él era, desapareció de inmediato ante mis ojos. Se me derrumbó. No voy a negar que me dolió aquella decepción. Me dolió saber que este futuro prócer, así como conocía de africanismo, caribeñismo, anti colonialismo y de luchas de derechos (al parecer solo de algunos derechos, no de todos obviamente) no conocía sin embargo del movimiento feminista, del librepensamiento femenino, de los estudios de género, de la teoría Queer, de lo último en asuntos LGBT, de derechos básicos de emancipación de la mujer, del anti patriarcado o del anti machismo. Además, me afectó saber que no tuviera una compañera de vida o algún colega cercano que le instruyera, como mínimo, de manera introductoria en estos temas.

Me fui esa noche, dejando atrás la ciudad amurallada y la terrible sensación de haber perdido algo, o a alguien.

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Acerca de mí

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Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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