Del libro 'Antes y después de suspirar' (Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2013) les comparto mi relato bíblico favorito, que trata sobre ángeles violadores; lo leí anoche en el evento "Alianza de narradores" coordinado por De Palabras Inc., Marlyn Cruz Centeno, Alexis Pedraza y Julio García.
"Antediluviano"
Por Yolanda Arroyo Pizarro
"Antediluviano"
Por Yolanda Arroyo Pizarro
«se llegaron los hijos del dios Elohim a las hijas de los hombres, las tomaron para sí y les engendraron hijos.» (Gen. 6:4)
Me escondo luego que el rayo cae del cielo. ...La luz se convierte en un ser musculoso que jadea, se abre, suda. Una luz que crece, que aumenta y que no se debilita. Una de las hijas del desierto queda petrificada, como yo, pero sin encontrar cobijo. Observo la escena horrorizada, con el humo de los sacrificios entrándome por la nariz.
El hombre luminaria toma a la hembra por los hombros y la lanza al suelo. En un gesto furibundo la despoja de sus ropas. Mi cuerpo se estremece y aprieto los puños en la incertidumbre del relampagueo. Con el fulgurar, la tierra tiembla y mis piernas se abren. Se revientan las raíces de los árboles cercanos, los ídolos de piedra se desmoronan, el fuego hace estragos en todas las campiñas de la tribu, y toso.
El pecho duele.
Entre la humareda y mis lágrimas, y los gritos de la hembra, descubro el plumaje de las alas del hombre. Le nacen desde la espalda fornida. Se baten en cada embestida. Sacuden con cada estocada. Ella sangra.
Escondo con las manos mi virginidad, en un intento desesperado. El pubis se me frota entre las palmas transpiradas y lloro. Aterrada suspiro. Otro rayo da cuenta de la nueva presencia que, a mis espaldas, se crece, se hace grande, suda, jadea, agita las alas y se me mete dentro.
Me escondo luego que el rayo cae del cielo. ...La luz se convierte en un ser musculoso que jadea, se abre, suda. Una luz que crece, que aumenta y que no se debilita. Una de las hijas del desierto queda petrificada, como yo, pero sin encontrar cobijo. Observo la escena horrorizada, con el humo de los sacrificios entrándome por la nariz.
El hombre luminaria toma a la hembra por los hombros y la lanza al suelo. En un gesto furibundo la despoja de sus ropas. Mi cuerpo se estremece y aprieto los puños en la incertidumbre del relampagueo. Con el fulgurar, la tierra tiembla y mis piernas se abren. Se revientan las raíces de los árboles cercanos, los ídolos de piedra se desmoronan, el fuego hace estragos en todas las campiñas de la tribu, y toso.
El pecho duele.
Entre la humareda y mis lágrimas, y los gritos de la hembra, descubro el plumaje de las alas del hombre. Le nacen desde la espalda fornida. Se baten en cada embestida. Sacuden con cada estocada. Ella sangra.
Escondo con las manos mi virginidad, en un intento desesperado. El pubis se me frota entre las palmas transpiradas y lloro. Aterrada suspiro. Otro rayo da cuenta de la nueva presencia que, a mis espaldas, se crece, se hace grande, suda, jadea, agita las alas y se me mete dentro.
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