sábado, diciembre 14, 2013

Discurso de aceptación Séptimo Premio El Barco de Vapor (2013)



Discurso de aceptación del
Séptimo Premio El Barco de Vapor (2013)

Club de calamidades por José Rabelo

 

No todos los niños somos deportistas, no todos somos cantantes, pero a todos nos encantan las historias.

Les quiero hacer un cuento acerca de un niño que no tenía libros en su casa. Cuando visitaba a sus vecinos tenía la costumbre, casi enfermiza, de buscar, ver y leer los libros que encontraba. Muchas veces llevaba tarjetitas de cartón para anotar pasajes o versos interesantes. Una vez encontró  un tomo de enciclopedia  en la casa de su mejor amigo, en esas páginas descubrió fragmentos en prosa y versos en otros idiomas con sus traducciones. Los escribía en sus tarjetas y en su habitación se inventaba la pronunciación. Luego descubrió más libros en una biblioteca para niños. El mundo se amplió, ya no solo existían los hogares circundantes porque descubrió maravillas antiguas, planetas lejanos, palabras nunca antes escuchadas, personajes jamás imaginados en un universo nuevo de historias. Nos fascina leerlas, escucharlas, escribirlas, contarlas, verlas, jugarlas.

No me refiero a insertarnos en las tramas de los nuevos videojuegos, sino a jugar a libros. Sí, ¿por qué no? Jugar a libros. ¿Acaso es imposible jugar a La familia Robinson suiza cuando   uno de tus vecinos tiene un amplio patio  con una casita de madera hecha en un enorme guayabo? También Lilliput era recreado con carritos y muñequitos para espantarlos con decenas de Gulliveres cayeyanos. Estoy seguro de que les hubiera gustado jugar a La Ilíada si hubieran contado con una caja de nevera para utilizarla como un caballo de Troya. Y ni hablar de lo divertido que resultaba derribar una enorme muralla de Jericó hecha con las cajas vacías encontradas en el colmado de la esquina. Batallas campales en donde las bicicletas eran la caballería y las espadas pedazos de madera pintados con aerosol plateado para cegar a nuestros enemigos con los destellos de la luz del mediodía. La imaginación no tenía fronteras, el tiempo sí.

El niño fue creciendo y su interés por los relatos proliferó en él, no tan solo quería jugar o leer; quería escribir. Agarró un puñado de aquellas tarjetitas en las cuales apuntaba citas. Lo armó como si fueran páginas, lo forró con papel de construcción anaranjado y tuvo su primer libro.

Más tarde quiso jugar a ser dramaturgo. Deseaba ver sus narraciones encarnadas por seres de carne, hueso y debilidades. Los chicos y los adultos quedaban absortos ante las ocurrencias y locuras del joven teatrero. 

Pero el tiempo, a veces, viene acompañado de mudanzas y el joven adulto salió de su pueblo para ser parte de un salón en una escuela de medicina de 150 personajes. Su manía de contar lo hizo crear una novela por entregas en la que cada miembro de su clase era eje de un conflicto semanal. El juego con la literatura lo salvó de las amenazas de la fatiga científica.

 

El arte de la investigación y la creación literaria generan sufrimientos que serán cruciales para el desarrollo de un amante a los libros a punto de ser tragado por las exigencias de la ciencia. El casi médico y casi escritor recordaba las tarjetitas de apuntes de versos, su libro anaranjado y escuchaba a sus pacientes con el interés de curarles, pero a la vez con el deseo de arrebatarles una historia para poder contarla más tarde. Una pugna entre el arte y la ciencia. Tras los años, el joven profesional supo que ambas podían coexistir con una sencilla fórmula científico artística: Crear, creer y crecer. Crear confianza en tu paciente, crear tramas; creer en tu preparación, creer en tu obra; crecer en conocimientos científicos, crecer en tu acervo cultural para volver a crear.

El chico que todavía vive hoy en mí le da las gracias a la Fundación  Santa María, a Ediciones SM y al Instituto de Cultura Puertorriqueña por instaurar y mantener vigente este certamen que sirve para estimular la creación de literatura para niños y jóvenes. Estoy seguro que muchas de las historias sometidas en estos siete años encontrarán su camino para que muchos niños jueguen con ellas.

Agradezco a los miembros del Jurado:  los escritores Edgardo Rodríguez Juliá, Tina Casanova, José Borges, la crítica cultural Catherine Marsh Kennerly y, en representación de la fundación, Diana Bernard por haber seleccionado a Club de calamidades para llegar a los lectores puertorriqueños y del mundo. Porque después de impreso uno nunca sabe hasta dónde pueda llegar un libro.

Tengo que reconocer a las personas que siempre creyeron en mis letras: al poeta y editor Carlos Roberto Gómez (Editorial Isla Negra), Lourdes Ramos y Fidel Brito (Publicaciones Educativas),  Ana y Norberto González (Publicaciones Gaviota), Josefina Barceló (El Nuevo Día), Ivette Carter ( Rocket Learning). Ustedes salvaron y albelgaron a los primeros personajes de este aspirante a escritor.

Expreso mi gratitud a mis maestros de la escuela pública y profesores universitarios por haberme enseñado el amor por los libros. Luis López Nieves, escritor puertorriqueño y gestor de la Maestría en Creación Literaria, gracias por darme la oportunidad de enseñar lo que cada día aprendo.

Mi gratitud a los colegas escritores por estar contagiados con eso de crear; a los maestros  y profesores por creer en la obra; a los lectores por ayudarnos a crecer.

Mi abuela Lila, quien me contó de memoria esos primeros relatos, gracias por encender la hoguera.

A mi familia inmediata, Sherybell Bigio Rosa, mi esposa, quien, dicho sea, de paso está  terminando de criarme y a mis hijos, José, Iván y Laura, les agradezco su amabilidad por prestarme de su tiempo y sus oídos para escuchar mis historias antes que nadie.

Pero no puedo dejar cabos sueltos en este relato y como les mencioné los apuntes de ese niño en aquellas tarjetitas creo pertinente revelar, al menos, una minucia de sus apuntes. Una de las frases en francés que copió se traduce de la siguiente forma: ¡miren, el barco se acerca! No sabía el protagonista de este cuento lo premonitorio de esas palabras. En realidad, el Barco de Vapor se acercó hoy para que ese niño llevara a viajar sus historias.  

Muchas gracias...

 

Viernes, 13 de diciembre de 2013
Teatro Bertita y Guillermo Martínez
Conservatorio de Música de Puerto Rico

 


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Acerca de mí

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Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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