Discurso de aceptación
del
Séptimo Premio El Barco
de Vapor (2013)
Club de calamidades por José Rabelo
No todos los niños somos deportistas, no todos
somos cantantes, pero a todos nos encantan las historias.
Les quiero hacer un cuento acerca de un niño
que no tenía libros en su casa. Cuando visitaba a sus vecinos tenía la
costumbre, casi enfermiza, de buscar, ver y leer los libros que encontraba.
Muchas veces llevaba tarjetitas de cartón para anotar pasajes o versos
interesantes. Una vez encontró un tomo de
enciclopedia en la casa de su mejor
amigo, en esas páginas descubrió fragmentos en prosa y versos en otros idiomas
con sus traducciones. Los escribía en sus tarjetas y en su habitación se
inventaba la pronunciación. Luego descubrió más libros en una biblioteca para
niños. El mundo se amplió, ya no solo existían los hogares circundantes porque
descubrió maravillas antiguas, planetas lejanos, palabras nunca antes
escuchadas, personajes jamás imaginados en un universo nuevo de historias. Nos fascina leerlas, escucharlas, escribirlas, contarlas, verlas,
jugarlas.
No me refiero a insertarnos en las tramas de
los nuevos videojuegos, sino a jugar a libros. Sí, ¿por qué no? Jugar a libros.
¿Acaso es imposible jugar a La familia
Robinson suiza cuando uno de tus
vecinos tiene un amplio patio con una
casita de madera hecha en un enorme guayabo? También Lilliput era recreado con
carritos y muñequitos para espantarlos con decenas de Gulliveres cayeyanos.
Estoy seguro de que les hubiera gustado jugar a La Ilíada si hubieran contado con una caja de nevera para
utilizarla como un caballo de Troya. Y ni hablar de lo divertido que resultaba
derribar una enorme muralla de Jericó hecha con las cajas vacías encontradas en
el colmado de la esquina. Batallas campales en donde las bicicletas eran la
caballería y las espadas pedazos de madera pintados con aerosol plateado para
cegar a nuestros enemigos con los destellos de la luz del mediodía. La imaginación no tenía fronteras, el tiempo sí.
El niño fue creciendo y su interés por los
relatos proliferó en él, no tan solo quería jugar o leer; quería escribir.
Agarró un puñado de aquellas tarjetitas en las cuales apuntaba citas. Lo armó
como si fueran páginas, lo forró con papel de construcción anaranjado y tuvo su
primer libro.
Más tarde quiso jugar a ser dramaturgo. Deseaba
ver sus narraciones encarnadas por seres de carne, hueso y debilidades. Los
chicos y los adultos quedaban absortos ante las ocurrencias y locuras del joven
teatrero.
Pero el tiempo, a veces, viene acompañado de
mudanzas y el joven adulto salió de su pueblo para ser parte de un salón en una
escuela de medicina de 150 personajes. Su manía de contar lo hizo crear una
novela por entregas en la que cada miembro de su clase era eje de un conflicto
semanal. El juego con la literatura lo salvó de las amenazas de la fatiga
científica.
El arte de la investigación y la creación
literaria generan sufrimientos que serán cruciales para el desarrollo de un amante
a los libros a punto de ser tragado por las exigencias de la ciencia. El casi
médico y casi escritor recordaba las tarjetitas de apuntes de versos, su libro
anaranjado y escuchaba a sus pacientes con el interés de curarles, pero a la
vez con el deseo de arrebatarles una historia para poder contarla más tarde. Una
pugna entre el arte y la ciencia. Tras los años, el joven profesional supo que
ambas podían coexistir con una sencilla fórmula científico artística: Crear,
creer y crecer. Crear confianza en tu paciente, crear tramas; creer en tu
preparación, creer en tu obra; crecer en conocimientos científicos, crecer en
tu acervo cultural para volver a crear.
El chico que todavía vive hoy en mí le da las gracias
a la Fundación Santa María, a Ediciones
SM y al Instituto de Cultura Puertorriqueña por instaurar y mantener vigente
este certamen que sirve para estimular la creación de literatura para niños y
jóvenes. Estoy seguro que muchas de las historias sometidas en estos siete años encontrarán su camino
para que muchos niños jueguen con ellas.
Agradezco a los miembros
del Jurado: los escritores Edgardo Rodríguez Juliá, Tina Casanova, José
Borges, la crítica cultural Catherine Marsh Kennerly y, en representación de la
fundación, Diana Bernard por haber seleccionado a Club de calamidades para llegar a los lectores puertorriqueños y del mundo. Porque después de impreso uno nunca sabe hasta dónde
pueda llegar un libro.
Tengo que reconocer a las personas que siempre
creyeron en mis letras: al poeta y editor Carlos Roberto Gómez (Editorial Isla
Negra), Lourdes Ramos y Fidel Brito (Publicaciones Educativas), Ana y Norberto González (Publicaciones Gaviota), Josefina Barceló (El Nuevo Día), Ivette
Carter ( Rocket Learning). Ustedes salvaron y albelgaron a los primeros personajes
de este aspirante a escritor.
Expreso mi gratitud a mis maestros de la
escuela pública y profesores universitarios por haberme enseñado el amor por
los libros. Luis López Nieves, escritor puertorriqueño y gestor de la Maestría
en Creación Literaria, gracias por darme la oportunidad de enseñar lo que cada
día aprendo.
Mi gratitud a los colegas escritores por estar
contagiados con eso de crear; a los maestros
y profesores por creer en la obra; a los lectores por ayudarnos a
crecer.
Mi abuela Lila, quien me contó de memoria esos
primeros relatos, gracias por encender la hoguera.
A mi familia inmediata, Sherybell Bigio Rosa,
mi esposa, quien, dicho sea, de paso está
terminando de criarme y a mis hijos, José, Iván y Laura, les agradezco
su amabilidad por prestarme de su tiempo y sus oídos para escuchar mis
historias antes que nadie.
Pero no puedo dejar cabos sueltos en este
relato y como les mencioné los apuntes de ese niño en aquellas tarjetitas creo
pertinente revelar, al menos, una minucia de sus apuntes. Una de las frases en
francés que copió se traduce de la siguiente forma: ¡miren, el barco se acerca!
No sabía el protagonista de este cuento lo premonitorio de esas palabras. En
realidad, el Barco de Vapor se acercó hoy para que ese niño llevara a viajar
sus historias.
Muchas gracias...
Viernes, 13 de diciembre de 2013
Teatro Bertita y Guillermo MartínezConservatorio de Música de Puerto Rico
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