Las nietas por Yolanda Arroyo Pizarro
Camina erguida, pavoneada, como si las prietas necesitaran dignidad; como si las nietas de africanas poseyeran un lugar en este mundo. Su entrada por la puerta principal del Hotel Condado desafía miradas, contubernios murmurados, el aspaviento de los abanicos con encajes que pertenecen a las mujeres blancas y que han sido regalados por sus esposos ricos. Ruth Fernández se llama, y es cantante, y es alrededor de 1940 en El Caribe, y sus abuelos bien pudieran haber sido ghanianos. Mis ojos azules se asustan porque a esta edad de diez años ya sé lo que deben y no deben hacer los de la servidumbre, aquellos del color feo y los cabellos nauseabundos. Los pechos se agitan, los sudores se agolpan ante el atrevimiento.
La orquesta Whoopee Kids comienza a entonar una melodía que distraiga, que baje los nervios. Para sorpresa mía, de mis padres catalanes y del público blanco, la negra de Ponce que debió haber entrado por la cocina, abre la boca. La abre y estira el cuello. Lo estira, modula la voz y armoniza. Entona un repertorio que todavía hoy, cincuenta años más tarde, me sabe a gloria si cierro los párpados. Mis nietas pequeñas, mulatas de cabellos grifos y encaracolados, tararean las canciones de Ruth que aún sobreviven en los discos de vinilo en nuestro hogar. Ellas hoy no entenderían la palabra ‘segregación’. Habría de hacer malabares para explicarles también lo de abolir. Antes de morir, o algún día cuando estén listas, les contaré. Cantaré con ellas, como aquella. Abriré la boca y estiraré el cuello.
Cuento incluido en el libro de cuentos Animales de apariencia inofensiva (Editorial Cultural, 2015)
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