Me hice
madre el día que pujé tus enjambres de piel acojinada que pesaron siete con
seis en octubre. Me hice madre con tu extensión saliéndoseme cuan larga y misericordiosa
en el sillón de tus veintiuna pulgadas; manos de agarre de pulgares míos,
piernas de patadas como tambora en mi ombligo, retumbe de estrías dibujadas en
mi tronco cual si fueras mujer homoerectus
enhebrando imágenes dentro de una caverna occipital; mi útero edénico y prehistórico ahora bautizado
en la bendición de tu tránsito. Me hice madre en la garganta, cuando te vi y me
miraste, cuando esos ojos de asteroide principesco se clavaron en los míos y yo
me ahogué en la intensidad de tu maestría, de tu dominio, de la conquista que
demostrabas ya tener sobre mí, en tan sólo esos primeros veintiún segundos de
vida. Palpitaste y me declaraste Entera. Me convertí en bólido de Oriónidas. Rajaste
mi línea cubital con destreza aguerrida para que a partir de ese momento yo te
defendiera, yo te amparara, yo te declarara Única, Potente, Feroz. Eso eres,
una hija feroz que me ha convertido en la madre más llena de gracia de la
galaxia. Soy tuya, aurora boreal, desde ese día y hasta el por siempre.
Dedicado a mi hija Aurora
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