Sobre las rosas y sus verdaderas intenciones:
Comentario al libro “Últimos poemas de la Rosa” de Lilliana Ramos Collado por
Yolanda Arroyo Pizarro
Mentiría si dijera que soy indiferente a las rosas.
Mentiría si dijera que ante el libro de Lilliana Ramos Collado titulado
“Últimos poemas de la Rosa” no desfallecí. Las rosas significan demasiadas
cosas en mi vida, hay demasiados simbolismos entre su existencia y la mía.
Cuando enamoro lo hago enviando rosas. Cuando me dejo enamorar sucumbo ante el
placer de las rosas. Como soy fanática irredenta del libro El Principito, la
rosa y yo compartimos una conexión muy intensa, inexplicable. He sido la rosa
de Saint Exupery. A ratos también he sido El Principito, cuidador negligente de
su rosa. Entonces, heme aquí frente a otra rosa literaria, la de Ramos Collado.
Ha dicho Ana Maria Iglesias Botrán “Uno de los rasgos
caracterizadores de la novela de los últimos años del siglo XX es la
utilización de episodios traumáticos como escenarios o bases argumentativas
bien por su relación con colectivos socialmente “marginados”, tales como
mujeres o minorías étnicas y culturales, o bien por su relación con episodios
políticamente conflictivos, tales como el Holocausto nazi, las dos Guerras
Mundiales, o los procesos de descolonización”. (Ensayo “Que mi nombre no se
borre de la historia”: El tratamiento de la Guerra civil española en la
literatura contemporánea en España. El
caso de Las trece rosas. Actas del Congreso Internacional De Literatura Y
Cultura Españolas Contemporáneas). En el poemario aludido de Ramos Collado identifico
de inmediato este rasgo caracterizador del episodio traumático justo en el
momento en que media la metáfora de un rosal, un rosal abandonado por su
jardinera. Un rosal abrumado de flores que de pronto se marchitan…
eres la rosa
ajena
enajenada
eres la rosa que hoy
se desploma
Entonces extiendo lo ya discutido por Iglesias
Botrán sobre los denominados “estudios de trauma” (Trauma Studies), en los que
se asocia la trasposición del término y concepto médico del “desorden de estrés
postraumático” al ámbito de la literatura y de la teoría crítica literaria.” El
poemario de Ramos Collado se encuentra repleto de metáforas que aluden al
trauma, al derrumbe de un entorno, al entierro de un amor o varios amores, o un
amor que se repite, que llega, desarticula y destruye. ¿Se lo permitimos todas las veces? La respuesta
parece darla Lilliana en estos versos:
cuando la rosa se deshoja
deja entrever el muro aciago
la reja herrumbrosa
la tierra material
las losas del balcón
inhóspitas
En la vida real, un episodio concreto como el del fusilamiento
de “las trece rosas” durante la Guerra civil y los intentos de ficcionalización
del mismo por poetas y narradores ha permitido que este hecho histórico se
convierta en un fenómeno literario y hasta cinematográfico. El equivalente a
ese evento que me retrotrae a la escritura de Ramos Collado es pues el acto de colocar
el trauma al servicio de la inspiración de un autor, justo luego del luto, de
la pérdida angustiosa. En esencia, los últimos poemas de la rosa que Ramos
Collado esboza para convertirlos en un lamento hermosamente literario y
universal pueden permitirnos la reflexión, ya bien para evitar ser punzados por
la misma o nuevas espinas de esa rosa, o ya bien para sumergirnos de nuevo en
el goce temporero y espinoso de amar a la rosa.
Estudiar el poemario de Ramos Collado me lleva también
al poema “Las 4 rosas”, de Francisco González León o “El paraíso al revés en un
poema de Oscar Hahn” por Ethel Beach-Viti:
TRACTATUS DE SORTILEGIIS
En el jardín había unas magnolias curiosísimas, oye,
unas rosas re-raras, oh,
y había un tremendo olor a incesto, a violetas macho,
y un semen volando de picaflor en picaflor.
Entonces entraron las niñas en el jardín,
llenas de lluvia, de cucarachas blancas,
y la mayonesa se cortó en la cocina
y sus muñecas empezaron a menstruar.
Mientras Ethel nos habla de las magnolias, las rosas,
las gardenias, las dalias y los claveles en el resto de su escrito, Ramos Collado
abunda en la floración, los pétalos, el perfume y la comparación de estas flores
en esencia hermafroditas, capaces de fertilizarse a sí mismas, cual insidioso
homenaje a la flora-vagina. Ethel indaga en la anomalía sexual que hay en este
jardín, mientras Lilliana apunta al simbolismo de la rosa que descansa incluso
en la etimología en árabe (Ward), cuya raíz tiene la connotación de “llegar,
acudir y descender” desde y hacia el clímax orgásmico. En ese sentido es la
receptora de lo físico y también de lo emocional, es responsable del eros y el
corazón:
Bruma carnosa tu olor
gruta sonora tus muchos labios
Florie Krasniqi Rittiner ha dicho que en la lectura
literal, la “rosa” es un motivo, una imagen, un elemento más de la estructura
textual. Y añade: “En el instante en que el símbolo “rosa” se convierte en la
figura central de una obra concreta cuyo significado es ambiguo y supera el
grado de simbolización canonizado, puede decirse que se actualiza en forma de
signo, puesto que las normas internas del poema permiten su identificación. De
esta manera, es fácilmente aislable, en el contexto poemático, la rosa como
isotopía, como clave que ofrece una lectura superpuesta a la lectura literal.
El lector de poesía está en constante búsqueda de significados ocultos,
tratando de descubrir (en palabras de Mijaíl Bajtín) la “visión del mundo” que
el texto ofrece”. Ramos Collado atrapa la esencia del signo, como en estos
versos:
Quisiera morir
herida
por la espina de una rosa
dormir absorta
en la molicie de sus párpados
que mi corazón
ensartado en la fronda hirsuta
de la rosa
pudiera seguir amándola
por el placer que suscita
ese dolor
Cesar Vallejo en "caravanas de inmortales rosas",
trata a la rosa como un transporte de recuerdos. En un poema de Francisco Urondo
de su libro Breves (1958), “la mujer/ canta/ entre/ las rosas/ líquidas/ su
voz/ abre/ la lluvia”. En «Ruben Darío o el lenguaje de las rosas» de María de
las Nieves Alonso Martínez, la rosa es atrapada entre los versos de Sor Juana
Inés de La Cruz:
«Rosa que al prado encarnada,
te ostentas presuntuosa
de grana y carmín bañada;
campa lozana y gustosa;
pero no, que siendo hermosa
también serás desdichada».
La identidad entre poesía y rosa, expresada y
relacionada en los versos anteriores nos permite acercarnos a los últimos
poemas de la rosa, cual si estos hubiesen sido concebidos para una destinataria
al otro lado del mundo, lejos del objeto amado, desesperada, cerca de la
intuición de un campo semántico amplio e intenso, pero confundido por el
desamor. La desesperación en algunos de estos versos así lo demuestran:
la casa entera de la rosa
hoy se vuelca en la
memoria
fantasma de si misma
se ahíla se va borrando
como ocurre con las cosas huérfanas
como una casa sin casa
como la rosa cuando es
como la rosa
Finalmente, en “El Principito” se esboza a La Rosa
como un personaje que nos pone de manifiesto el amor del Principito, “una Rosa que
no es una flor cualquiera, que es su amor y como cualquier amor se tiene que
cultivar y cuidar, es espléndida, es magnífica entre otras muchas, es única en
su «planeta». Ha habido otras, pero esta es la que ha «florecido» y perdura, es
la metáfora de la mujer que ama, que se ha quedado para siempre en su corazón”.
Rosas malcriadas, rosas imperfectas, rosas impetuosas, desalmadas, crueles, orgullosas,
egoístas, mentirosas, engreídas y a pesar de todo ello, rosas frágiles, rosas únicas.
Ese es el saldo. Flor única entre otras. Una flor responsable de la huida del Principito
y a la vez responsable de su regreso. Un ejercicio de amor y de crueldad, a lo
Ramos Collado.
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