Leyendo a Yolanda Arroyo Pizarro
Todavía quedaba algo del invierno anterior, estábamos en un taller literario impartido por Diego Falconí en el Centro LGTBI de Barcelona. El programa incluía nombres familiares como Julieta Paredes, Reinaldo Arenas, Pedro Lemebel, el colectivo Mujeres Creando; incluía nombres que el cierre inesperado del centro en marzo de 2020 no nos permitió leer en compañía; e incluía un par de textos de Yolanda Arroyo Pizarro.
Eran los cuentos Wanwe y Boreales, de sus libros Las negras (2012) y Lesbianas en clave caribeña. Cuentos de marimachas, buchas y camioneras. Femmes, patas y cachaperas Editorial EGALES, Madrid España (2013). Era invierno, ya lo he dicho, y el frío persistía por todas partes.
El frío húmedo o seco de este país peninsular, el frío que se cuela en el pecho, en los dedos, en el pensamiento. Y puede ser, ya no recuerdo, que yo anduviera triste. No de una tristeza personal sino de impotencia acumulada, de desesperanza.
Leímos Wanwe y Boreales, dos cuentos breves, distintos entre sí, distintos a todo. Leímos y releímos en el taller, expusimos las primeras impresiones. De ese intercambio surgió un claro de luz, una esperanza. ¿Quién es esta mujer?, pensé. ¿Quiénes son estas mujeres que nos acerca?
Wanwe es un cuento de mujeres y libertad. Un plano de la historia transcurre a bordo de un barco esclavista, donde se desata la barbarie y se desgarra el cuerpo físico. Otro plano ocurre en el pensamiento de Wanwe, una muchacha que sabe de sus ancestras y que, a pesar del horror que no se esconde, porta consigo una semilla de lucha y liberación.
Wanwe no es una mujer aislada. Se inserta en una estirpe rebelde que no aceptó dócilmente el peso de los grilletes. La estirpe que los rompió, que se organizó en fugas y lucha, que protagonizó la Historia que no se cuenta. El libro Las Negras, recoge en una trilogía de cuentos, Wanwe, Matronas y Saeta, una aproximación ficcional a esa realidad histórica.
En una de sus conferencias disponibles en internet titulada ¿Y tu abuela dónde está? (1), Yolanda Arroyo Pizarro habla precisamente de esto. De que saber la historia de tu cuerpo, saber la historia de tu familia, es saber la historia de tu país y del mundo. En la portada del libro Las Negras escribió: A los historiadores, por habernos dejado fuera.
Fuera donde está la reescritura de la Historia. Fuera donde se rearma el pensamiento. En la Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales (2) trabajan por ello. La mejor narrativa del pasado es la que cambia los debates políticos del presente, la que mejora el futuro.
Boreales también es un cuento de mujeres y libertad, de otro tipo de libertad que se ejerce desde otro lugar del cuerpo, sexual y microscópico. Empieza así: Esta mañana el noticiero avanzó que había escasez de mascarillas. Yolanda Arroyo Pizarro lo escribió hace años; es, por tanto, un cuento del futuro. Un futuro que llegó años después de su publicación, que aterrizó como una cachetada en nuestro presente pandémico y perdido. Boreales y Delineador son dos cuentos que la autora englobó, en el año 2010, en lo que denominó Narrativa post influenza AH1N1. Hoy, es urgente leerlos.
La mejor narrativa sobre la pandemia es la que se hizo antes de la pandemia. Esa que ilustra de forma indiscutible la capacidad de quien escribe para adelantarse a su tiempo. Y por eso confío en Yolanda Arroyo Pizarro, por eso no puedo dejar de leer lo que escribe, de perseguir lo que trae, con hambre y espíritu adictivo.
Por suerte para nosotras, su escritura es abundante y rica, crece con vigor selvático, sin miedo. Violeta, TRANScaribeñx, Epidemiología, Las Negras, Avalancha, Caparazones… Su blog (3) y su trabajo académico y divulgativo complementan su narrativa desde los temas que están cambiando el mundo: Antirracismo; Feminismo; Sexualidad; Anticolonialismo; Infancia; Migraciones.
¿Cómo sería un mundo donde en lugar de leer tanto papel mojado, blanco y muerto, se leyera a escritoras como esta mujer? Alguien que sabe contar la Historia común y las contingencias políticas; alguien que sabe contar los espacios domésticos, que sabe desgranar los traumas y las curas. Alguien que sabe narrar la evolución del cuerpo como escudo y máscara donde transcurre la vida, alguien que sabe usar el cuerpo como arma.
En sus textos llenos de belleza no hay cabelleras lacias ni cuerpos apolíneos. Hay política en la pasa, en el rizo arraigado, en la carne de verdad que suda y sufre, que goza y cambia. Hay sexo, sexos, erótica, sexualidades inspiradoras, abiertas, cambiantes como las nubes y las dunas del desierto. Hay raudales de amor y desolladoras escenas de abandono. Hay género en verdadera disputa. Hay niñas por nacer de uniones poco convencionales que vienen a cambiar, por fin, el mundo. Niñas que traen a Wanwe en las entrañas. Esas niñas.
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