Dibujo de Aurora
Primer recuerdo. La beba llora debajo de las mesas con manteles nupciales de encajes. Se ha perdido entre la música, los comensales y el vocerío. No encuentra a su mamá vestida de dama de honor, en la boda de la tía. No puede notar la amargura en los ojos de aquella engalanada en tafeta crema y decorada con azucenas. Nunca se ha visto una dama de honor tan triste. La nena se esgalilla. Alguien, que no es la mamá, se acerca y la carga.
Otro. La nena se acerca a la reja. Tiene los moños llenos de cintas en colores. Hace así con la manito. Su abuelo, afuera de la reja, hace así también. Se marcha sombrero en mano y de vez en cuando voltea a mirar a la nieta. Va a trabajar a la Puertorrican Cement.
Otro. La nena ve que la mujer dama de honor entra y sale de aquella casa como una extraña. Sale un domingo y regresa un jueves. Sale un febrero y la encuentra de vuelta en abril. Va y viene entre cada una de las despedidas de año. La nena alza los brazos a la mujer dama de honor y esos otros brazos no responden.
Otro. La nena va a las fiestas patronales con su hermano. Los lleva de la mano la dama de honor. En las fiestas hay un hombre que se parece a todos ellos, parece un hombre que regala en cumpleaños y navidades, parece un hombre que enseña a amarrarse los zapatos los fines de semana que le toca estar con ellos. La dama de honor y la nueva esposa del hombre que se parece a ellos se tocan las caras con las manos abiertas, se muerden los brazos con provocación de fiera, se rompen las blusas y quedan en brasieres. La nena no sabe porque debe hacerlo, pero llora.
Otro. La nena se coloca el teléfono negro oscuro, tan oscuro como ella en la parte del cuello en donde ha visto que todos se lo colocan. La abuela sonríe y su sonrisa es como si alguien mamara leche. La nena mete el dedo en los orificios y le da vuelta al disco con números. Cuando se cansa de escuchar el ssshhhh tat, ssshhhh tat, ssshhhh tat, cuelga. Mira a la abuela de hermosas pasas blancas en el cabello y le pregunta: ¿Tú me pariste?
Otro. La nena ve desde la puerta de escrines que la dama de honor está sentada en el sillón del balcón y se menea. Quisiera subirse a su falda. En eso llega el hombre que se parece y le apunta con su pistola de reglamento a la frente. La nena hoy tampoco sabe porque debe hacerlo, pero llora.
Otro. La nena va tarde al kinder y la abuela la lleva en volandas por el camino asfaltado. Una jauría de perros se acerca sin anuncio ni aspaviento. La nena grita. Las mandíbulas de los animales se sacuden llenas de una baba blanca intimidante. La abuela la carga y la coloca sobre el bonete de un auto estartalado. La nena está segura. Está calmada y a salvo. Y calmada ve como su abuela cierra los ojos y aprieta los labios mientras en vano intenta espantar a los colmillos que ya, a estas alturas, se le han enterrado a las piernas.
Último recuerdo. La nena regresa de una tarde en el trabajo y cuida de la abuela con Alzheimer. Sabe que agoniza. Toma sus manos arrugadas y entre surco y surco de piel yuxtapuesta, la besa. Le declara sus amores, sus adoraciones, sus agradecimientos para la abuela hermosa, la abuela preciosa y bella. Va cerrando los ojos la viejita y se despide. Y mientras se despide le sonríe a la nena, y confusa, la llama por el nombre de la dama de honor.
2 comentarios:
Yolanda:
Qué relato tan fuerte!
Conmovedor por demás.
Es profundo y doloroso.
I
Hola, Yolanda
Desde nina me encantan tus cuentos, cuando apenas comenzabas tus pasos como escritora. Espero que recuerdes nuestra infancia y sepas quien soy. Siempre fuimos una de vainilla y la otra de chocolate. Sabes quien es? Comunicate cybellenieto@yahoo.com
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