Son las cinco y media de la mañana. El sol empieza a colarse como una línea geométrica de ésas que definen “la distancia más corta entre dos puntos”. Se sabe que es una línea recta. La misma que se cuela por mi ventana del estudio, desde donde escribo.
He vuelto a escribir en el estudio, en Hiroshima. Ese es el nombre de mi cuarto de inspiración, porque siempre es un caos entrar en él, salir de él, intentar localizar algo en él. Además, así lo bautizó El Tamarindo. Pues estoy en Hiroshima, rodeada de mis libros y, lo más importante, de mis apuntes, esas notas, libretas, servilletas, papeles de argolla que se han acumulado narrando cuentos que aún no redacto en su totalidad. La línea recta del sol que se abre por la hendija de mi estudio, da testimonio de que escribo, de que escribo a todas horas, de que ultimadamente me ha mordido el perro de la creatividad literaria. He terminado la novela, la que comencé el 9 de septiembre de 2008 a las 4 y 11 de la tarde. Se llamaba ‘Traductora de Pechos’ en un inicio, por un comentario que me hicieran una vez, sobre el arte prestidigitador de leer, en vez de las palmas de las manos, los pechos de una fémina. Ocho meses más tarde, la novela no porta el mismo nombre y se extiende unas 105 páginas alrededor del sistema solar, como un cometa, con cola estelar y toda la cosa. Y el título inicial, ha bautizado un cuento corto, con el mismo argumento literario, que dobla la esquina.
Pero algo extraordinario ha sucedido. Terminar la novela y ambientar Hiroshima, me ha permitido, desde hace cerca de dos semanas consecutivas, iniciar un writing spree, un maratón de escritura transgresora volcado en tres cuentos que dan cierre a un nuevo manuscrito y el inicio de otra novela. Ha sido una locura obsesiva. Mánica. No he podido soltar el teclado. Mi cuerpo se levanta como un resorte, todos los días a las tres o cuatro de la mañana, escribo hasta que suena la alarma del radio indicándome que debo ir a trabajar. Escucho los gorriones discurrir por mis espacios, los perros que ladran a la alborada, los camiones de basura que madrugan como yo. Me he puesto al día con todos los artículos y reseñas que debía, con todos los concursos y certámenes en los que participo, o de los que soy jurado, con todas las editoriales a las que les debo trabajos o que simplemente hay que llamar para armar el jelengue sobre cuándo acabarán de imprimir mi último libro o por qué no hay inventario en tal más cual librería del país.
Aaaaah (bostezo), Hiroshima strikes back.
1 comentario:
Me encanta que todo esto suceda. Yo quisiera un Nagasaki en mi casa, no dispongo de ese espacio todavía. Eso sí, me he reconectado con la poesía nuevamente, disfruto de su escritura, y de las ideas que poco a poco me van surgiendo para los cuentos. Qué bueno que todo está volviendo al orden cósmico que siempre te rodeó. Besos inmensos!
Publicar un comentario