Las Facultades Amatorias En ‘Caparazones’ De Yolanda Arroyo Pizarro
por Dr. Daniel Torres
Arroyo Pizarro, Yolanda. Caparazones.
Carolina, Puerto Rico: Boreales, 2010. 156 páginas.
La escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro es una cronista cultural que escribe en su blog Boreales (narrativadeyolanda.blogspot.com) y es también una de las nuevas voces menores de 39 años seleccionada al “Bogotá 39”. Su novela de cinco Caparazones y cincuenta y dos episodios posee ese quid divinum o regalo de los dioses, como decía nuestra poeta cagüeña Nimia Vicens en las tertulias sanjuaneras de los 80, cada vez que leía textos que le parecían bien logrados. Y es que ésta es una novela redonda, bien concebida, en la que se enlaza el amor de Nessa y Alexia como los grandes amores de la historia, como Cleopatra y Marco Antonio o María Félix y Agustín Lara, pero se trata de dos mujeres comprometidas y enamoradas formando una familia completa. Pese a que una de ellas ha mantenido su familia heteronormavita (“con su esposo David y una hija de ambos, Christine” 49) a la distancia, lo que crea un conflicto latente en la relación.
La historia se nos presenta a cuentagotas, poco a poco vamos recibiendo la información pertinente para armar el esqueleto total de la estructura de la narración. Hay una fragmentación en el estilo que la acerca al registro de la poesía:
La primera noche del menguante Alexia me ha dicho que mis pechos le hablan. Que susurran cosas y que le dan cosquillas en el cielo de su boca. Cuando nos conocimos me miró directamente a la boca, luego a mis senos. Así, de una manera tan descarada que entendí su preferencia enseguida. (19)
El erotismo de ésta y otras frases evidencia un relato permeado por la mirada de un deseo lésbico intenso, que nos recuerda escenas como la de la película El cisne negro, donde asistimos a la imagen poderosa de dos mujeres haciéndose el amor, en el fragor de una noche de copas, una noche loca. La androginia declarada de su amante lleva a la narradora de Caparazones a decirnos: “Alexia se parece un poco a Tom Cruise. Un poco nada más… A mí Tom Cruise siempre me ha parecido una lesbiana masculinizada. Muy guapa, por cierto” (105).
Es, pues, Caparazones, desde su título mismo, y desde la portada (con una mujer negra desnuda con un huevo de tortuga en su regazo y un pezón lubricado del que está a punto de caer saliva o leche), una novela ecológica queer en la que las protagonistas también luchan por proteger la población de tortugas del planeta por medio de sus fotoreportajes: “La población de tortugas marinas estaba alcanzando niveles peligrosamente bajos debido al exceso de caza en el Pacífico asiático” (22). Lo que pone en peligro la vida de Alexia en la segunda mitad de la novela, cuando el personaje está ausente y sólo presente en el imaginario de Nessa, que como una Penélope espera su fallido regreso. Pero es en este episodio de las tortugas marinas en el que se conocen Nessa y Alexia al haber sido contratadas como corresponsales freelance “para cubrir el asunto” (22).
Otro aspecto sobresaliente de esta historia es la construcción de la maternidad lésbica. La pareja de mujeres decide formar un hogar propio con un hijo de ambas, concebido por inseminación artificial: “Seleccionamos los espermatozoides que poblarían su óvulo y que yo cargaría dentro mío” (41), nos dice Nessa. El bebé se convertirá en el único asidero de una cuando la otra falte: “Alexia sigue sin llegar y el bebé duerme, después de haberle amamantado” (79).
El tema más escabroso que explora Caparazones es el del abuso a menores. Nessa ha sido víctima de los “esposos” de su madre, quien era “una cazadora de hombres más jóvenes, todas crías volátiles, efebos dispuestos” (115). En una tercera crisis, Nessa reflexiona acerca de los depredadores sexuales de los que fue víctima, citando la “guía para identificar el acecho de un depredador sexual, escrita por E.W. Semidey” (149). En este pasaje, el lenguaje se hace técnico buscando soluciones al abuso infantil. Fragmento revelador que prefigura el final de la novela como una resolución:
Cuando un niño notifica a algún otro familiar de su situación de abuso y asaltos sexuales por parte de alguna persona del núcleo, y éste “nuevo enterado” no es el indicado, el patrón de dominación lasciva puede ahora incluir al nuevo conocedor y por ende los ataques se multiplicarán… (149)
La desesperación final de Nessa en los episodios 51 y 52 (o quinto y último “caparazón”) la dejan como “un cuerpo sólido celeste” o “una pelota de billar lanzada por el mingo[1]” (155).
Caparazones de Yolanda Arroyo Pizarro es una novela enigmática que en forma fragmentaria nos entrega una gran historia de amor entre dos mujeres. Ellas se conciben ambas en pleno uso de sus facultades amatorias y nos presentan cómo se puede formar un hogar lésbico en pleno siglo XXI, pese a los asaltos cotidianos que padecemos aquellos que hemos apostado al amor total de alguien de nuestro mismo sexo.
Daniel Torres
Ohio University
[1] “Bola de billar, que al comenzar cada mano del juego, se coloca en la cabecera de la mesa”. El pequeño Larousse ilustrado (México: Larousse-Bordas, 1996) : 671.
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