Las lesbianas no son mujeres
Por Carmen González Marín
Reseña y texto de presentación para la novela ‘Caparazones’
Festival Vivamérica, Madrid 2011
1-CAPARAZONES
Cinco caparazones estructuran el relato de Yolanda Arroyo Pizarro. Los caparazones ocultan, protegen, pero también deslocalizan, desenraizan al constituirse en casa portátil. Y dan cuenta de cuánto de vulnerable es lo que ocultan. La narradora protagonista del relato desea un lugar, un hogar se diría más allá del hogar mundano que en el fondo no parece llegar a serlo del todo. Y ese hogar cósmico es curiosamente identificado en un momento de la narración con un agujero negro. Pero un agujero negro es precisamente esa porción de espacio que lo absorbe todo, y de la que ya nada puede escapar, el lugar de la desaparición perfecta. Quizá es arriesgado extraer de ello una consecuencia nihilista, o no. Lo cierto es que la tortuga tiene, como animal que ha participado en los viejos mitos, una historia trágica de desaparición posibilitadora, se diría. Cuenta el himno homérico que Hermes decidió matar a la tortuga que se cruzó en su camino por curiosidad, para ver qué ocurría; pero lo que ocurrió es que una vez muerta su caparazón le sirvió para construir una lira. La muerte, la desaparición fue lo que dio vida / voz a la desafortunada tortuga en suma.
Las tortugas son un elemento central en el libro de Yolanda Arroyo Pizarro, como anécdota, o como anecdótico motivo que desempeña un rol sustancial en los encuentros de los dos protagonistas. Es el interés por la suerte de las tortugas lo que lleva a la protagonista y narradora a encontrarse con quien se convertirá en su amante y quien desde la distancia vertebra todo el relato y marca el pathos del mismo. Es esencialmente la ausencia lo que determina la narración, aunque es una ausencia peculiar en la que se mezcla la sospecha de un deliberado abandono y la tragedia de quien ha sufrido un percance por razones morales, ecológicas o políticas.
No deseo desvelar el argumento de la novela. Pero sí hay que decir que es un relato cuya fábula en la terminología que un formalista ruso - aristotélico (trama, orden de los acontecimientos, frente al plot que es la manera en que esos acontecimientos se presentan realmente en la pieza en cuestión) en el fondo - usaría, es una realmente universal. Sin embargo, se trata de una fábula universal con un detalle que la trasforma sustancialmente: un triángulo amoroso, dos mujeres y un varón; pero las amantes son las dos mujeres. No solo se introduce algo que modifica nuestras expectativas quizá respecto al modo de mirar la relación amorosa, sino que nos va a obligar a plantearnos algunas preguntas nada fáciles de responder.
2. PASEO POR EL AMOR Y LA MUERTE
Todo relato acaba siendo un paseo por el amor y la muerte, o mejor dicho, con Denis de Rougemont y su afamado y viejo libro, todo relato acaba siendo una forma de regodeo en la muerte, representada por la pasión desgraciada. La vieja pulsión de muerte triunfa sobre eros inevitablemente, decía él. En su caso las razones psicoanalíticas tratan de hacernos ver que la Europa de la entreguerra sufre una esencial patología, el gusto de la psique occidental es el gusto reprimido, disfrazado, de la muerte.
El amor como pasión es el amor recíproco desgraciado, desprovisto de las mieles del amor sentimentaloide, del amor de cuento de hadas, del romance cinematográfico, y cargado justamente de dolor, aunque un dolor deseado naturalmente. Caparazones es una historia de pasión y de pasiones, todas ellas trágicas. La pasión amorosa y la pasión por las causas nobles abocan al mismo destino trágico. Son dos tipos de tragedia diferentes, que sin embargo parecen encontrarse en un punto. Y es éste uno de los particulares encantos de la novela seguramente: hacernos partícipes de la fuerza política de los amores, y del peligro que esas pasiones comportan. El peligro y la tragedia de la activista son un eco del peligro y la tragedia de la amante en realidad. Arriesgarse puede suponer la pérdida de la vida y del amor.
La pasión es amor por el obstáculo, nos enseñaba de nuevo Rougemont. Tan notable teoría parece en cierto modo ejemplificarse en Caparazones. Amor recíproco desgraciado mediado por una economía del obstáculo es lo que efectivamente presenta la narración.
¿Por qué el amor es desgraciado si es recíproco? Obviamente porque, como en la mayoría de las historias de adulterio, entre las dos amantes se interpone el matrimonio de una de ellas y su hija. Pero al mismo tiempo el amor nuevo es productivo, hay un bebé de las dos mujeres que funciona más como un suplemento que las aleja que como un nexo de unión.
Las razones de la pulsión de muerte o del carácter desgraciado del amor pasión son patológicas, aunque a veces podrían pensarse morales sencillamente. En este caso parece una mezcla de ambos tipos de razones: la patología de no ligarse a nadie realmente, de manera que esa situación en permanente tránsito valga la paradoja es la situación perfecta para estar propiamente sola. Y por otra parte, la necesidad de respetar la ligadura del matrimonio con alguien que no merece sufrir quizá; pero al mismo tiempo esta razón supuestamente moral es un modo de quebrantar otros principios. Por parte de la narradora lo patológico, en algún sentido está también presente: la dependencia, y sobre todo los orígenes de su amor, el trauma sufrido por los abusos en la infancia,
3.HETERONORMATIVIDAD
A Monique Wittig (1935-2003) debemos uno de esos enunciados que realmente dan que pensar. Las lesbianas no son mujeres. Si ese enunciado tiene algún sentido - y a mi juicio sí lo tiene – es precisamente el de llamar la atención acerca de las limitaciones de un feminismo fundamentado en la categoría de sexo como una categoría dual. Y naturalmente acerca del carácter no natural de lo femenino, que pasa a interpretarse como el resultado y la base al tiempo de una estructura política de dominación.
Ahora, con ello en el backstage, las preguntas, inquietantes, que pueden surgir de la lectura de Caparazones – y no solo de Caparazones:
¿Las lesbianas no son mujeres? ¿Hay argumentos, hay motivos, o hay fundamentos para sostener esa afirmación, o solamente se trata de una de esas ocurrencias tan del gusto de los teóricos, especialmente los franceses?
¿Hay en Caparazones motivos o fundamentos para entender que el marco heteronormativo no funciona realmente en el amor entre mujeres? O quizá sigue tan robusto como en las relaciones heterosexuales? Son los hilos de la tragedia idénticos a los de una tragedia heterosexual?
Dependiendo de si nuestra respuesta fuera afirmativa, o no ¿sería un indicio, una pequeña prueba, un síntoma de que existe realmente una diferencia genuina entre lo masculino y lo femenino, como les gusta a los psicoanalistas, o más bien de que no todas las mujeres son femeninas? ¿Es que no hay otros patrones diferentes de la heteronormatividad?
4. LA PREGUNTA POR LA DIFERENCIA
A partir de la lectura, y no es el menor de los valores de este libro, surge la pregunta, o una de las preguntas más básicas y más necesarias - algunas la denominarían la pregunta por la diferencia. Quizá la pregunta se puede replantear también en otros términos, como la pregunta por la subjetividad femenina (como perspectiva que adquirimos con respecto al mundo, a nosotros mismos y los otros, como interiorización del yo, o experiencia interiorizada del yo) Pero ¿por qué la pregunta acerca de la diferencia es interesante? Creo que desde nuestras posibilidades analíticas, y desde las diversas posiciones que ocupamos, por razones políticas.
Por ello, la respuesta más importante y de mayor relevancia política, tiene que emanar por vía negativa de un análisis de las maneras en que han fracasado o han tenido éxito los intentos de fundamentar la igualdad política. El fracaso o el éxito de las políticas igualitarias, es bien sabido, se debe a una abstracción básica que tantas veces se ha denunciado como ficticia. La solución a ese problema ha sido por ello una vindicación de la diferencia, o una vindicación identitaria que resuelva la ceguera y la injusticia derivadas del modelo igualitarista.
Sin embargo, en términos generales, la noción de diferencia plantea problemas porque la interpretamos solamente en términos de dualidad sexual. Ciertos filósofos nos acostumbraron a pensar que cada vez que nos topamos con dos categorías enfrentadas nos encontramos a la vez con una forma encubierta de expresar la jerarquía. De manera que postular la dualidad sexual, por ejemplo bajo la fórmula lógica del falo versus una lógica femenina es contribuir a mantener un statu quo tradicionalmente problemático.
Por este motivo tan simple, parece tan necesario salir del impasse que marca la noción de diferencia, de identidades sexuales etc, y por ese motivo me planteaba y les planteaba esas cuestiones que fuera de este marco quizá dejan de tener sentido. En el momento en que podemos poner en tela de juicio la validez de categorías como “Mujer“ o incluso “Mujeres”, o en el momento en que podemos asumir que “Género” es un constructo pero que “Sexo” no lo es menos, no cabe asumir que hay algo como lo femenino. Es más ni siquiera diferenciando sexo y género a lo Beauvoir llegaríamos a hacer justicia a lo que realmente es el caso. La única descripción realista con la que podemos contar es la que se construye a partir de la dislocación de las categorías sexo, género, deseo etc Cuando apreciamos que sexo y género no se corresponden necesariamente, y que sexo y deseo tampoco lo hacen, y así sucesivamente, estamos en el buen camino se diría. Pero ese camino no nos lleva efectivamente al reconocimiento de subjetividades femeninas, sino al reconocimiento del carácter excéntrico, distorsionado, indistinto incluso, pero siempre contingente, de toda forma de subjetividad. Y con ello de toda forma de expresión, de toda forma de arte y de literatura.
Las lesbianas quizá no son mujeres, y las heterosexuales tampoco.
Carmen González Marín es Doctora en Filosofía por UAB, ha enseñado en las universidades de Zaragoza, Salamanca, San Luis en España, en las universidades de Boston, Massachusetts en USA y es Vicedecana de Intercambios Academicos en la Universidad Carlos III de Madrid. Es parte del grupo Kóre de Estudios de Género de la UC3M.
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