jueves, diciembre 11, 2014

Serie narradoras puertorriqueñas: Marta Aponte Alsina y una broma literaria


Serie narradoras puertorriqueñas: Marta Aponte Alsina y una broma literaria
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro

Esta broma forma parte de un libro en proceso de escritura, abandonado por ahora, y que amenaza con quedar inconcluso y olvidado, como las ruinas del castillo en la playa de Naguabo. Es una respuesta al influjo seductor de un libro de Roberto Bolaño, La literatura nazi en América, conjugado con ciertas ideas publicitarias sobre la invisibilidad e, incluso, la inminente, profetizada, desaparición, de la literatura puertorriqueña.

A mediados del siglo 21 un filántropo legó su fortuna a la New York University con una condición: que el Departamento de Español y Portugués de NYU acogiera un inagotable archivo y se encargara de ordenarlo y difundirlo. De esa fuente se extrajo el Atlas de autores puertorriqueños inéditos, obra de referencia que destaca los lugares reales de una serie de autores desconocidos. La entrada siguiente forma parte del Atlas.
(Marta Aponte Alsina para Boreales).

Bronx, N.Y.-Naguabo P.R.
Nacho Valdes; Ignatz Bertz-del Corral; Nachiángel

Nacho Valdés no nació en el Bronx. Tampoco es seguro que haya muerto en el Bronx. Ni siquiera es indiscutible que haya muerto. No obstante, con clara intención imperialista, una de sus críticas (Blanco de Pierce) lo sitúa como exponente de la literatura bronxiana o bronxista (“Bronx-based literature”). Error contumaz: los documentos que encontramos en el sótano de una de las residencias del autor, en la playa de Naguabo, dan fe de su nacimiento en Puerto Rico. Desde luego, siempre cabe la posibilidad del engaño. Tal vez quiso presentarse como naguabeño ausente, es decir, como encarnación suprema de una literatura invisible, con algún fin propagandístico cuyo sentido se nos escapa.
Las novelas valdesianas no vieron la luz ni en el Bronx ni en Naguabo ni en lugar alguno. Sí se publicaron sendas reseñas de las mismas, además del artículo firmado por Perla Blanco de Pierce. La explicación es casi banal. En la colección Charles Scribner's de la Princeton University Library se conservan los contratos de cesión de derechos y las maquetas de las portadas. A partir de maquetas semejantes y de las pruebas de imprenta, los publicistas del editor pagaron reseñas (anuncios mal disimulados) en la revista dominical de El Nuevo Día. El artículo de Blanco de Pierce se basó en esas reseñas, y no en el libro, porque este quedó en galeras.  
La misma foto de autor adorna las solapas de Las  muelas de tía Jovita, Cantares del castillo de los cataclismos y Juracán y Yayael: un señor muy triste, de cráneo afeitado al ras, posa sentado en una mecedora de enea, junto a un niño negro, una niña blanca y un(a) niño(a) latino(a) transexual.  
En 1985 salió de imprenta en Nueva York una novela corta. No se trataba del original escrito en español, que, como se ha dicho, permaneció inédito y sigue extraviado, sino de una traducción titulada Jovita´s Teeth. Booker´s registra por primera y única vez el nombre de Ignatz Bertz-del Corral, nacido en el Bronx, de padre alemán y madre puertorriqueña. La foto de contraportada es inconfundible, a pesar del pelo blanco, torcido en una espiral de helado de vainilla: se trata de quien fuera Nacho Valdés, a juzgar por las mencionadas fotos de solapa del original inédito. Jovita´s Teeth fue bien recibida por Juan Mejías en una nota breve (The Village Voice) y despedazada, en otra más breve aún, por el crítico James Wood, feroz antagonista de la escritura delirante (en la sección “Briefly Noted “de The New Yorker).
En aquel tiempo no era extraño que se transformara un autor entregado a la búsqueda, no ya de una voz o de un brand, sino de un no sé qué perdidamente incalificable. Conocidas son las reflexiones críticas sobre las mutaciones del escritor y el auge de la tecno-literatura en los albores del siglo 21 (Carrión). No debe sorprender, entonces, que Nacho cambiara de nicho. Ni siquiera merecería una entrada en este Atlas de autores puertorriqueños inéditos el escritor de un texto híbrido que, tras el choque de las dos opiniones encontradas que le dispensó la crítica, cayó en un silencio de moribundo asediado por ratas en una ciudad bombardeada. Abruma, desde luego, el misterio de una sola persona en varios autores distintos, para no hablar de la invisibilidad de un hombre nacido en un pueblito de las sínsoras puertorriqueñas, en una colonia insular ninguneada por la crítica canónica autoritaria (Cancel). Dicho esto, ahí quedaría el asunto, rumbo al cementerio de los miles de autores que no pasan al olvido, pues jamás llegaron al recuerdo. Pero el caso es más complejo: sobran razones para sospechar que Valdés-Bertz-del Corral no calló para siempre. En la segunda década del sigo 21, con motivo de la premiación de los Latin Grammys irrumpió en “the culture” un compositor con nombre de escultor mestizo del barroco colonial latinoamericano: Nachiángel. Del cerebro de un investigador desesperado salió la teoría de que Valdés, Bertz-del Corral y Nachiángel eran la misma persona. Argumentaba el estudioso que las letras de Nachiángel insisten (con agotamiento manierista) en el tropo de las muelas de su tía abuela, transformada en tiradora de drogas o seteadora (no queda clara la diferencia).
La anómala figura de Valdés-Bertz-Del Corral-Nachiángel (en adelante VBDN), sus artefactos claramente posmodernos, no han pasado desapercibidos en el actual revival de las literaturas transversales vintage. Los post-trans más militantes aseguran que se acerca el momento de su dilatado reconocimiento. Incluso apuestan a que no dejará de advertirse la epifanía de ese momento en el caótico vértigo de nuestra simultaneidad antijerárquica. Solo así se leerá con justicia a este simpático autor puertorriqueño, pionero de algunas tendencias permu-performáticas del arte post-productivo de entre siglos: los splices, el plagio, el sampling, el jamming, las voces en off, el zapping, los jams, los voice-overs, los remakes, los trasplantes de cara o facings (Carrión).
El barrunto provoca ansiedad. Cualquier alteración en la poética de VBDN podría pulverizar el nicho donde al fin reposa, y dar al traste con el nada despreciable interés que su obra comienza a suscitar –al fin- en los diez departamentos estadounidenses de Latin American Studies.
En atención a rumores de fuentes especiosas, pero abundantes; a que con dedicarle una entrada a VBDN quedan incluidas dos de las ciudades de este Atlas (el Bronx, New York y Naguabo, Puerto Rico); y a que, ya en las postrimerías de la tercera tardo posmodernidad nos adentramos en un quinto cambio de época–para desazón de unos cuantos reaccionarios cegados por el hábito de la periodización a base de generaciones– nuestro equipo editorial en pleno se trasladó a Naguabo, Puerto Rico.

Naguabo en síntesis:
Nativos con tecnología.
Naguabo literario:
Ciudad natal del escurridizo autor que motiva esta entrada, o tal vez de uno o ambos de sus progenitores. Pueblo cuya plaza se ubicó tierra adentro, al resguardo de piratas y caníbales, es decir, al margen de la Historia. Tipifica la atávica dualidad de las islas caribeñas: la disponibilidad de los barrios costeros, la ensimismada soledad del hinterland. Mientras el núcleo urbano le daba la espalda a los traqueteos del contrabando, al puerto llegaban embarcaciones –polacras, bergantines, yolas, playeras, yates– con mercancías prohibidas. Esa doble cara se materializa en una imagen poderosa: los dos castillos (Aponte Alsina).
En la playa de Naguabo se edificaron dos casas que los pueblerinos llaman castillos. La del lado de la tierra es una exquisita miniatura victoriana. No nos interesa.
La que da al mar es horripilante. No le basta con ser una ruina.


Esta monstruosidad se construyó en la primera década del siglo veinte. El arte de las manos que la edificaron se aprecia en la perfecta alineación de los mosaicos del piso de la terraza lateral. La impresión de armonía pereció sofocada por los trastornos de sucesivas remodelaciones (ahora la estructura cae libremente en el abandono). Véase el esperpento de los dos faroles plásticos de manufactura china (c. 1998) instalados en el jardín. Llama la atención la letra “B” pintada en las columnas. Podría ser, pensamos –con la esperanza del investigador que al fin se acerca a un concepto iluminador del caótico material de sus desvelos– que esa “B” mal trazada fuera la letra inicial de la palabra Bronx, o del apellido Bertz. El grafiti que profana la pared, cuya transcripción se ofrecerá en breve, multiplica los posibles sentidos de esa “B”. Está escrito en una sencilla jeringonza. Fácil de descifrar, decepciona como escritura secreta.
En el jardín descubrimos un coralillo de flores rojas, descendiente de un arbusto ancestral sembrado –¿por qué no?– en 1905. No es casual que ese año sea el mismo en que, según fuentes de entera confianza (Astol), se estableció en Puerto Rico la Sociedad Teosófica. Si así fuera, la “B” podría aludir –hipótesis no menos verosímil que las anteriores– a la inicial del apellido de casada de la fundadora de la hermandad: Madame Elena Blavatsky.
Confesión necesaria: La relación entre VBDN y la Sociedad Teosófica no se nos había ocurrido hasta el momento en que se nos ocurrió. Las claves de la misteriosa insistencia del autor mutante en enigmáticos acertijos, los giros oscuros y difíciles que tanto frustraron a James Wood, se despejan en las tinieblas del perverso castillo.  
Por la puerta de la terraza accedimos a una sala estrecha. De ahí pasamos al balcón de entrada y salida. La disposición de los mosaicos del piso del balcón nos estremeció. ¿Qué diablos representan las esvásticas? ¿El sol negro de los nazis? ¿El emblema de la Orden de la Hermandad de la Cruz Mística? ¿El símbolo del fuego (y de los arios puros) en el sello de la Sociedad Teosófica? ¿Que significa la dirección de las aspas? ¿Figuró algún nazi entre los propietarios del castillo? ¿Algún seguidor de la Sociedad Teosófica?  Y VBDN, ¿de qué pata cojeaba? Se repite en este símbolo sobrecogedor la confusión entre los dinámicos significados posibles de la “B” mayúscula: la letra inicial de la palabra Bronx, la inicial de Bertz, la “B” de Blavatsky.


Nuestra informante más confiable, una maestra jubilada, asegura que en el castillo pernoctan vivos y muertos. Los restos de comida, las jeringuillas abandonadas, los espejos empañados, las escaleras gastadas, son indicios de que los delirantes no le tienen miedo a los bramidos del mar.
El grafiti de la terraza, traducido, lee:
“Tía abuela no se cansaba de fugarse. Cada vez que los negreros la capturaban, le arrancaban un diente. Ella conservaba esos huesos sangrientos. Eran sus trofeos. Con el tiempo se cansaron de perseguirla. Me asustaban sus carcajadas vacías. Murió con las muelas puestas. Lo de arriba es lo de abajo. Como en el cielo, así en la tierra. Lo que fue, será. ”
Habrá quien lea en este acertijo una inquietante ausencia, un obituario escrito en el lenguaje lapidario de la prehistoria. Habrá quien interprete lo opuesto; que su hallazgo supone una resurrección. Habrá quien decida quemar las ruinas del castillo. Habrá quien resuelva dejarlo en paz, invisible en el reino de la naturaleza, como se dejan a sus anchas los monstruos indescifrables.

Bibliografía:
Sobre Nacho Valdés:
Blanco de Pierce, Perla. “The Dilemma of a National Puerto Rican Identity; A Non-essentialist Vision of the Spanish-Language Works of Nacho Valdés ”. The Bulletin of the Center for Children´s Books  96 (1980). 10-15.
Sobre Ignatz Bertz-del Corral; Nachi Angel:
Cancel, Mario. Bertz-Del Corral: un fugitivo de la generación soterrada de los ochenta del siglo veinte en la tardo post-modernidad. Puerto Rico-República Dominicana: Isla Negra Editores, sf.
Carrión, J. Bertz-del Corral o las mutaciones del escritor. Madrid: Errata Naturae,  sf.
Mejías, Juan. “Bertz- Del Corral, a story teller to sink your teeth into”. The Village Voice, 55 (1985). 25.  
Wood, James. “What´s the Story: The Cacophonous and Chaotic Caribbean of Bertz-del Corral”. The New Yorker, 75 (1985). 55.
De interés general:
Aponte Alsina, Marta. Entre la montaña y la costa: tradiciones y leyendas de la gran familia puertorriqueña. Cayey, Puerto Rico, Sopa de Letras (edición de autora, s.f.)
Arendt, Hannah: “Of Swastikas, Stupidity and Imperialism: A Castle in the Preposterous Tropics”. Manuscrito inédito,  División de Manuscritos, Biblioteca del Congreso, Washington D.C.
Astol, Eugenio. “Historia de la teosofía en las Antillas” (manuscrito inédito, Colección Puertorriqueña, Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico).
Duchesne Winter, Juan. El eterno retorno de una literatura que no acaba de largarse. Puerto Rico: Ediciones Callejón, sf.
“Naguabo: Las bellezas del pueblo de los enchumbados”. Oficina de Cultura del Municipio de Naguabo. Folleto sf.
“Entrevista con doña Mary Igartúa Natal, maestra jubilada, 120 años”.

Coordenadas espaciales:
Bronx: latitud: 40° 42' 51"; longitud: 74° 0' 23"
Atracciones: Un zoológico, el lecho mortuorio de Annabel Lee, arroz con habichuelas.
Naguabo: latitud: 18° 12'  49"; longitud: 65° 44' 7.01"
Atracciones: dos castillos, un muelle, fantasmas, fritangas.




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Acerca de mí

Mi foto
Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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