Serie narradoras puertorriqueñas: Marta Aponte Alsina y una broma literaria
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro
Esta
broma forma parte de un libro en proceso de escritura, abandonado por ahora, y
que amenaza con quedar inconcluso y olvidado, como las ruinas del castillo en
la playa de Naguabo. Es una respuesta al influjo seductor de un libro de
Roberto Bolaño, La literatura nazi en América, conjugado con ciertas ideas
publicitarias sobre la invisibilidad e, incluso, la inminente, profetizada,
desaparición, de la literatura puertorriqueña.
A
mediados del siglo 21 un filántropo legó su fortuna a la New York University
con una condición: que el Departamento de Español y Portugués de NYU acogiera
un inagotable archivo y se encargara de ordenarlo y difundirlo. De esa fuente
se extrajo el Atlas de autores puertorriqueños
inéditos, obra de referencia que destaca los lugares reales de una serie de
autores desconocidos. La entrada siguiente forma parte del Atlas.
(Marta Aponte Alsina para Boreales).
Bronx, N.Y.-Naguabo P.R.
Nacho Valdes; Ignatz Bertz-del Corral;
Nachiángel
Nacho Valdés no nació en el Bronx. Tampoco es seguro que
haya muerto en el Bronx. Ni siquiera es indiscutible que haya muerto. No
obstante, con clara intención imperialista, una de sus críticas (Blanco de
Pierce) lo sitúa como exponente de la literatura bronxiana o bronxista (“Bronx-based
literature”). Error contumaz: los documentos que encontramos en el sótano de
una de las residencias del autor, en la playa de Naguabo, dan fe de su
nacimiento en Puerto Rico. Desde luego, siempre cabe la posibilidad del engaño.
Tal vez quiso presentarse como naguabeño ausente, es decir, como encarnación
suprema de una literatura invisible, con algún fin propagandístico cuyo sentido
se nos escapa.
Las novelas valdesianas no vieron la luz ni en el Bronx
ni en Naguabo ni en lugar alguno. Sí se publicaron sendas reseñas de las mismas,
además del artículo firmado por Perla Blanco de Pierce. La explicación es casi banal. En la colección Charles
Scribner's de la Princeton University Library se conservan los contratos de
cesión de derechos y las maquetas de las portadas. A partir de maquetas semejantes
y de las pruebas de imprenta, los publicistas del editor pagaron reseñas (anuncios
mal disimulados) en la revista dominical de El
Nuevo Día. El artículo de Blanco de Pierce se basó en esas reseñas, y no en
el libro, porque este quedó en galeras.
La misma foto de autor adorna las solapas de Las
muelas de tía Jovita, Cantares
del castillo de los cataclismos y Juracán
y Yayael: un señor muy triste, de cráneo afeitado al ras, posa sentado en
una mecedora de enea, junto a un niño negro, una niña blanca y un(a) niño(a)
latino(a) transexual.
En 1985 salió de imprenta en Nueva York una novela corta.
No se trataba del original escrito en español, que, como se ha dicho,
permaneció inédito y sigue extraviado, sino de una traducción titulada Jovita´s Teeth. Booker´s registra por primera y única vez el nombre de Ignatz Bertz-del
Corral, nacido en el Bronx, de padre alemán y madre puertorriqueña. La foto de contraportada
es inconfundible, a pesar del pelo blanco, torcido en una espiral de helado de
vainilla: se trata de quien fuera Nacho Valdés, a juzgar por las mencionadas
fotos de solapa del original inédito. Jovita´s
Teeth fue bien recibida por Juan Mejías en una nota breve (The Village Voice) y despedazada, en
otra más breve aún, por el crítico James Wood, feroz antagonista de la
escritura delirante (en la sección “Briefly Noted “de The New Yorker).
En aquel tiempo no era extraño que se transformara un
autor entregado a la búsqueda, no ya de una voz o de un brand, sino de un no sé qué perdidamente incalificable. Conocidas
son las reflexiones críticas sobre las mutaciones del escritor y el auge de la tecno-literatura
en los albores del siglo 21 (Carrión). No debe sorprender, entonces, que Nacho
cambiara de nicho. Ni siquiera merecería una entrada en este Atlas de autores puertorriqueños inéditos
el escritor de un texto híbrido que, tras el choque de las dos opiniones
encontradas que le dispensó la crítica, cayó en un silencio de moribundo
asediado por ratas en una ciudad bombardeada. Abruma, desde luego, el misterio
de una sola persona en varios autores distintos, para no hablar de la invisibilidad
de un hombre nacido en un pueblito de las sínsoras puertorriqueñas, en una
colonia insular ninguneada por la crítica canónica autoritaria (Cancel). Dicho
esto, ahí quedaría el asunto, rumbo al cementerio de los miles de autores que
no pasan al olvido, pues jamás llegaron al recuerdo. Pero el caso es más
complejo: sobran razones para sospechar que Valdés-Bertz-del Corral no calló
para siempre. En la segunda década del sigo 21, con motivo de la premiación de
los Latin Grammys irrumpió en “the culture” un compositor con nombre de escultor
mestizo del barroco colonial latinoamericano: Nachiángel. Del cerebro de un
investigador desesperado salió la teoría de que Valdés, Bertz-del Corral y
Nachiángel eran la misma persona. Argumentaba el estudioso que las letras de
Nachiángel insisten (con agotamiento manierista) en el tropo de las muelas de
su tía abuela, transformada en tiradora de drogas o seteadora (no queda clara
la diferencia).
La anómala figura de Valdés-Bertz-Del Corral-Nachiángel
(en adelante VBDN), sus artefactos claramente posmodernos, no han pasado
desapercibidos en el actual revival
de las literaturas transversales vintage.
Los post-trans más militantes aseguran que se acerca el momento de su dilatado
reconocimiento. Incluso apuestan a que no dejará de advertirse la epifanía de ese
momento en el caótico vértigo de nuestra simultaneidad antijerárquica. Solo así
se leerá con justicia a este simpático autor puertorriqueño, pionero de algunas
tendencias permu-performáticas del arte post-productivo de entre siglos: los
splices, el plagio, el sampling, el jamming, las voces en off, el zapping, los
jams, los voice-overs, los remakes, los trasplantes de cara o facings (Carrión).
El barrunto provoca ansiedad. Cualquier alteración en la
poética de VBDN podría pulverizar el nicho donde al fin reposa, y dar al traste
con el nada despreciable interés que su obra comienza a suscitar –al fin- en
los diez departamentos estadounidenses de Latin American Studies.
En atención a rumores de fuentes especiosas, pero
abundantes; a que con dedicarle una entrada a VBDN quedan incluidas dos de las
ciudades de este Atlas (el Bronx, New
York y Naguabo, Puerto Rico); y a que, ya en las postrimerías de la tercera tardo
posmodernidad nos adentramos en un quinto cambio de época–para desazón de unos cuantos
reaccionarios cegados por el hábito de la periodización a base de generaciones–
nuestro equipo editorial en pleno se trasladó a Naguabo, Puerto Rico.
Naguabo en
síntesis:
Nativos con tecnología.
Naguabo
literario:
Ciudad natal del escurridizo autor que motiva esta
entrada, o tal vez de uno o ambos de sus progenitores. Pueblo cuya plaza se
ubicó tierra adentro, al resguardo de piratas y caníbales, es decir, al margen
de la Historia. Tipifica la atávica dualidad de las islas caribeñas: la disponibilidad
de los barrios costeros, la ensimismada soledad del hinterland. Mientras el
núcleo urbano le daba la espalda a los traqueteos del contrabando, al puerto llegaban
embarcaciones –polacras, bergantines, yolas, playeras, yates– con mercancías
prohibidas. Esa doble cara se materializa en una imagen poderosa: los dos
castillos (Aponte Alsina).
En la playa de Naguabo se edificaron dos casas que los pueblerinos
llaman castillos. La del lado de la tierra es una exquisita miniatura
victoriana. No nos interesa.
La que da al mar es horripilante. No le basta con ser una
ruina.
Esta monstruosidad se construyó en la primera década del
siglo veinte. El arte de las manos que la edificaron se aprecia en la perfecta
alineación de los mosaicos del piso de la terraza lateral. La impresión de
armonía pereció sofocada por los trastornos de sucesivas remodelaciones (ahora
la estructura cae libremente en el abandono). Véase el esperpento de los dos
faroles plásticos de manufactura china (c. 1998) instalados en el jardín. Llama
la atención la letra “B” pintada en las columnas. Podría ser, pensamos –con la esperanza
del investigador que al fin se acerca a un concepto iluminador del caótico
material de sus desvelos– que esa “B” mal trazada fuera la letra inicial de la
palabra Bronx, o del apellido Bertz. El grafiti que profana la pared, cuya
transcripción se ofrecerá en breve, multiplica los posibles sentidos de esa “B”.
Está escrito en una sencilla jeringonza. Fácil de descifrar, decepciona como
escritura secreta.
En el jardín descubrimos un coralillo de flores rojas,
descendiente de un arbusto ancestral sembrado –¿por qué no?– en 1905. No es
casual que ese año sea el mismo en que, según fuentes de entera confianza
(Astol), se estableció en Puerto Rico la Sociedad Teosófica. Si así fuera, la “B”
podría aludir –hipótesis no menos verosímil que las anteriores– a la inicial del
apellido de casada de la fundadora de la hermandad: Madame Elena Blavatsky.
Confesión necesaria: La relación entre VBDN y la Sociedad
Teosófica no se nos había ocurrido hasta el momento en que se nos ocurrió. Las
claves de la misteriosa insistencia del autor mutante en enigmáticos acertijos,
los giros oscuros y difíciles que tanto frustraron a James Wood, se despejan en
las tinieblas del perverso castillo.
Por la puerta de la terraza accedimos a una sala
estrecha. De ahí pasamos al balcón de entrada y salida. La disposición de los
mosaicos del piso del balcón nos estremeció. ¿Qué diablos representan las
esvásticas? ¿El sol negro de los nazis? ¿El emblema de la Orden de la Hermandad
de la Cruz Mística? ¿El símbolo del fuego (y de los arios puros) en el sello de
la Sociedad Teosófica? ¿Que significa la dirección de las aspas? ¿Figuró algún
nazi entre los propietarios del castillo? ¿Algún seguidor de la Sociedad
Teosófica? Y VBDN, ¿de qué pata cojeaba?
Se repite en este símbolo sobrecogedor la confusión entre los dinámicos significados
posibles de la “B” mayúscula: la letra inicial de la palabra Bronx, la inicial de
Bertz, la “B” de Blavatsky.
Nuestra informante más confiable, una maestra jubilada,
asegura que en el castillo pernoctan vivos y muertos. Los restos de comida, las
jeringuillas abandonadas, los espejos empañados, las escaleras gastadas, son
indicios de que los delirantes no le tienen miedo a los bramidos del mar.
El grafiti de la terraza, traducido, lee:
“Tía abuela no se cansaba de fugarse. Cada vez que los negreros
la capturaban, le arrancaban un diente. Ella conservaba esos huesos
sangrientos. Eran sus trofeos. Con el tiempo se cansaron de perseguirla. Me
asustaban sus carcajadas vacías. Murió con las muelas puestas. Lo de arriba es
lo de abajo. Como en el cielo, así en la tierra. Lo que fue, será. ”
Habrá quien lea en este acertijo una inquietante ausencia,
un obituario escrito en el lenguaje lapidario de la prehistoria. Habrá quien interprete
lo opuesto; que su hallazgo supone una resurrección. Habrá quien decida quemar
las ruinas del castillo. Habrá quien resuelva dejarlo en paz, invisible en el
reino de la naturaleza, como se dejan a sus anchas los monstruos indescifrables.
Bibliografía:
Sobre Nacho Valdés:
Blanco de Pierce, Perla. “The Dilemma of a National
Puerto Rican Identity; A Non-essentialist Vision of the Spanish-Language Works
of Nacho Valdés ”. The Bulletin of the
Center for Children´s Books 96
(1980). 10-15.
Sobre Ignatz Bertz-del Corral; Nachi Angel:
Cancel, Mario. Bertz-Del
Corral: un fugitivo de la generación soterrada de los ochenta del siglo veinte
en la tardo post-modernidad. Puerto Rico-República Dominicana: Isla Negra
Editores, sf.
Carrión, J. Bertz-del
Corral o las mutaciones del escritor. Madrid: Errata Naturae, sf.
Mejías, Juan. “Bertz- Del Corral, a story teller to
sink your teeth into”. The Village Voice,
55 (1985). 25.
Wood, James. “What´s the Story: The Cacophonous and
Chaotic Caribbean of Bertz-del Corral”. The
New Yorker,
75 (1985). 55.
De interés general:
Aponte Alsina, Marta. Entre
la montaña y la costa: tradiciones y leyendas de la gran familia puertorriqueña.
Cayey, Puerto Rico, Sopa de Letras (edición de autora, s.f.)
Arendt, Hannah: “Of Swastikas, Stupidity and
Imperialism: A Castle in the Preposterous Tropics”. Manuscrito inédito, División de Manuscritos, Biblioteca del
Congreso, Washington D.C.
Astol, Eugenio. “Historia de la teosofía en las Antillas”
(manuscrito inédito, Colección Puertorriqueña, Biblioteca de la Universidad de
Puerto Rico).
Duchesne Winter, Juan. El eterno retorno de una literatura que no acaba de largarse. Puerto
Rico: Ediciones Callejón, sf.
“Naguabo: Las bellezas del pueblo de los enchumbados”.
Oficina de Cultura del Municipio de Naguabo. Folleto sf.
“Entrevista con doña Mary Igartúa Natal, maestra
jubilada, 120 años”.
Coordenadas
espaciales:
Bronx: latitud: 40° 42' 51"; longitud: 74° 0'
23"
Atracciones: Un zoológico, el lecho mortuorio de Annabel
Lee, arroz con habichuelas.
Naguabo: latitud: 18° 12' 49"; longitud:
65° 44' 7.01"
Atracciones: dos castillos, un muelle, fantasmas,
fritangas.
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