El texto que leí es un fragmento de la novela 'Violeta':
El día de
tu boda con el presidente de la empresa de publicidad para la que trabajas,
Vita aparece. Entra como un bólido al salón de belleza en el que te maquillan.
Han pasado algunos años.
Pide que la
atiendas en privado, so pena de hacerte un escándalo de dimensiones
insospechadas, así que consigues que la dueña del salón, amiga tuya, te preste
una de las habitaciones en las que se brindan varios servicios de estética,
faciales y pedicuras. A ella entras, con el rostro a medio maquillar y con
rulos en el cabello para peinarlo de forma alaciada. Esperas una explicación de
parte de Vita. Cómo te ha conseguido, cómo sabe de tus planes de boda, quién se
lo dijo, desde cuándo lo sabe, y qué hace allí.
Pero antes
de recibir todas aquellas respuestas se besan. Se abrazan. Se desnudan, se caen
los rulos, se despinta el maquillaje, y ella echa tus oscuros pezones a su
boca, que lame de manera ansiosa. Y tú la tumbas sobre el camastro de los
masajes para hacer con ella lo que nunca antes hiciste o te permitieron: besar
sus labios vaginales, chupar su clítoris, ensalivar toda su vulva desposeída de
temores. Subes a besarla en los labios, la abrazas, lloran juntas, prometen no
volver a dejarse ir.
El día de
tu boda terminas casada con Teodoro, presidente de la empresa de publicidad
para la que trabajas, y Vita asiste. Desde una esquina en la iglesia observa
todo y todo lo permite, radiante, sabiéndose dueña y señora de algo todavía
mayor, más imperioso, verdaderamente eterno.
El texto que leyó Zulma Oliveras Vega:
RAMERA
Buscona infiel
prostituta de las
religiones
que se sumerge en las
entrañas
de la matrona de los
mares Yemayá
cortejo a Eleguá para
que abra mis caminos
felación para Shangó
calma al gran guerrero
demando que sus rayos
y truenos
destruyan la casa del
gobierno
danzando en su fuego
llego al orgasmo cósmico de Oshún
dejo el sufrimiento
del deseo y la perfección
a mi raquítico Buda
mientras me clavo a la
atea con amor incondicional
grajeo la compasión y
ternura de Kwan Yin
respeto
aguanto
resisto al corrupto
soy de nadie, solo mía
y del universo: soy
ser galáctico bellaco
me entrego con
cualquiera para meditar
me baño con Itzel bajo
su luz
Alá lava mi cara en el
río
depende cómo me sienta
me cago en dios
en la virgen
y en la misma hostia
que sabe a turrón
soy la escorpiona
gitana
ven para leer tu
fortuna
visitemos a Pacha Mama
con ayahuasca
Caguana y Yuquiyú me
obsequian orden y paz
la herbología es mi
única religión
y el monte mi templo
marginada como la
gente sin hogar
voy sin rumbo
por resistir el
control de una sola deidad
puta fina con
elegancia, esa soy
porque al final somos
la misma luz
el mismo universo
salgo de este cuerpo
escapo este mundo
asesino
planeta sangrado por
la avaricia
como Karl Wallenda
balanceo mi pensamiento crítico
a mi niña interior
protejo con machete afilao
huelo el sonido de los
que controlan mi ser
respeto el ateísmo, a
los santos
al cristiano honrado
respétame como la puta
que soy
de las fantasías
religiosas
cuando seamos polvo
comprenderás
que solo eso fuimos
un buen polvo
disfrutémoslo
Creo en la justicia,
en la armoniosa paz de
las Oriónidas
no puedo ser lo que tú
quieres que sea
soy la ramera que se
estruja con Magdalena
la rebelde que
destruye el mercado israelita con Jesús
la que fuma sinsemilla
con los discípulos
la bruja que queman
viva y maldice al fanático
Veo el futuro en mis
sueños de un Cristo
que viene en una cruz
voladora
envuelta de nubes de
gas pimienta
con sus guerras y
enfermedades
raptan a los pobres
del mundo
arresto mental.
Soy la milonguera, la
cualquiera, la zorra de las religiones
aunque no comprendan
que soy la hija del ojalá.
Agradecemos muy en especial la participación de la escritora cubano-rusa Ana Lidia Vega Serova por acompañarnos.
La poeta Chenoa Ochoa leyó:
Tomboy* © 2014 por Chenoa Ochoa **
Dedicado a G. G.
**se tomó
libertades artísticas en la redacción de esta obra, no está basada totalmente
en la película
Querida,
Luego del
oscurecer, vi una película francesa única, llamada Tomboy
y me hizo pensar mucho en ti, y en nosotras. Mickäel es un tomboy con ojos del color del
cielo claro diurno reflejado en un lago tranquilo en verano. El pobre Mickäel a
sus 10 años de edad quería expresar su llama honda y brillar verdaderamente
como es el interior del sótano de su alma. Jugaba con los niños y quería ser
aceptada entre ellos y se vestía para eso. Un día intentó formar un pene de
play- dough color rojo y lo metió en su bikini bottom, antes de salir con sus
amigos a nadar en un lago cerca del bosque donde jugaban.
Mickäel
sabía que era Laure también y que le encantaba cuidar a su hermanita chiquita,
y tocar el piano mientras ella improvisaba ballet en su tutú rosado.
Mickäel/Laure tenía claro quién era; tejido con hilos vibrantes entre una manta
de mil cuadritos de todos los colores que pudieras imaginar. Pero estos cuadritos no estaban delimitados
por líneas, sino sus bordes sangraban uno entre otro, un poco como un Tye-dye,
pero mucho más profundo y luminoso. En
Mickäel no había un género encarcelado, ni siquiera dos encarcelados aparte,
había algo mucho más allá, como una estrella multicolor que existe en la
distancia, que existe a pesar que es casi invisible, y a pesar de la división
entre la luna y el sol. Quizás por eso
se enamoró Lisa; la chica que se atraía hacía Mickäel, como la N en una brújula
y la estrella del norte. De esa manera se enamoraron; como un velero antiguo,
velas blancas abiertas cogiendo brisa cálida y las olas sedosas de un mar
turquesa tranquilo y profundo.
Mickäel
llegó a conocer por un tiempo una hermosura de vida, y brevemente podría
brillar su llama sin mucho viento. Eso
duró hasta que un día encontraron a Mickäel escondido en el bosque orinando
detrás de un arbusto de cranberries. El
secreto que Mickäel guardaba únicamente debido a una rigidez social, un secreto
que hasta su hermanita guardó; fue violentamente descubierto.
Su madre obligó a Mickäel a ir a la casa de Lisa a contar su secreto, como si su sexo era el factor más importante
para Lisa enamorase. Lisa no sabía cómo
reaccionar, y Mickäel salió corriendo.
El resto del verano seguía deshielando intensidades, Mickäel lo pasó
pasmad@ dentro de su casa, desilusionad@ con su vida, hasta el fin de sus
vacaciones. El día antes que empezaba la escuela, salió un momento para el balcón
a respirar, y allí enfrente estaba Lisa mirándole desde abajo con sus ojos de
canela tiernos. Mickäel bajó corriendo y cuando se encontraron, Lisa le
preguntó sonriendo, “¿Y tú como te
llamas?” “Me llamo Laure” contestó
Mickäel, como si daba igual si era Laure o Mickäel, porque ambos formaban parte
de su hermoso ser. Lisa sonrió y se veía ese mismo reflejo de luz que había
cuando se enamoraron por primera vez, el reflejo de una estrella multicolor
casi invisible, pero una estrella más hermosa, que brilla más al ser admirada y
abrazada.
Yo no sé si
importaría, o si estarías conmigo si fuera hombre o mujer, o si simplemente
temes lo desconocido y no cedes a aquello que no conforme lo suficiente, o tal
vez temes lo que actúa como espejo. Lo que si sé es que yo te amo, y ese amor
no se limita por tiempo ni espacio. Hay
estrellas que vemos en el cielo que han muerto hace años, pero mi amor es como
una estrella multicolor, casi invisible, pero siempre estará allí y brilla más
cuando es admirada y abrazada.
Mickäel/Laure
pudiese ser tú, pudiera ser yo. Yo sé tu secreto, pero conmigo no hay que
esconder nada, porque yo sueño ser una estrella multi-colorada junta a otra
multi-colorada en el espacio de infinitas posibilidades; en un espacio donde el
amor real que brilla es lo único que importa.
*Película Tomboy © 2011 por: Céline Sciamma
La narradora Valentina Marealta (Sandra Beatriz) leyó el siguiente cuento:
La casa de la miseria
«Un
suicidio por favor, papas con queso y bacon, sí refresco Pepsi.» Pago y me voy
a sentar. Todas las horcas están llenas. No hay cloro en el baño como para
acabar esto por la boca. Me siento en la fila que se forma junto a la
guillotina. La fila para la ruleta rusa es mucho más corta, pero prefiero
esperar. Igual llevo esperando toda mi vida, ¿no? Ese juego es demasiado largo
y torturoso y al final puede haber un ganador. Prefiero irme a la segura. Es
más romántico morirse como los nobles durante la revolución.
Las papas
están inundadas de queso y no saben a nada. La casa de la miseria está llena de
sorpresas. Por un dólar con cincuenta pueden conseguir una foto de la persona
que más te admira para que la mires mientras ocurre. La Pepsi ya se acaba y
todavía no puedo lavar de mi boca el salado del… «¡Pum!» La ganadora de la
ruleta rusa va a tener que volver mañana. Llora como runner-up de concurso de
Miss Mundo. Junto a la fuente de sodas, hay una máquina que vende razones para
suicidas principiantes. Buena adquisición. Mi última vez aquí vuelvo viva a mi
casa porque se me quedan los motivos en la gaveta.
Sé que fue
en la gaveta porque ahí es donde mi madre guardaba el suyo. Me lo hereda cuando
se va. Es una palabra que sus compañeras de salón pasan de boca en boca, es un
cartel que le pegan en la espalda, es un estigma que le clavan en la frente, es
la razón por la cual se casó con mi padre. Dice «Bucha». No es por faltarle el
respeto a la ironía, pero muchos de mis motivos empiezan con la misma palabra.
«Bucha que se atrevió a salir del closet», «Bucha que fue abusada recién salida
del closet», «Bucha que no pudo hacer como su madre y casarse, y tragar, y
tener hijos, y disimular.»
Sacudo la
cabeza, suficiente de ese recuerdo. Todos mis motivos están el mi bolsillo
ahora. Me pregunto; ¿qué foto pondrían si hubiera pagado el dólar cincuenta? De
seguro la de mi hermanita. No quiero pensar en ella tampoco. Hace dos semanas
vine y tuve que salir porque recibí una llamada suya. Quería decirme que me amaba.
La silla donde espero está pegajosa. Fantaseo con que llega mi turno y no me
puedo parar porque me quedo pegada o que el verdugo decide irse temprano; me ha
pasado también. Faltan tres turnos para el mío y el verdugo pone en la entrada
un letrero que dice: «Afilando.»
No hago
contacto visual con nadie. Eso hace que mi madre casi se arrepienta. La primera
vez que vengo, mi madre sostiene mi mano. Estamos en el servicarro. Ella comete
el error de mirar alrededor tropieza con la mirada compasiva de una mujer que
ordenaba comida en el servicarro de al lado. Mami casi da vuelta en U. Pero no.
Acelera. Me deja huérfana. Aprendo a conducir ese día, a mis ocho años, porque
mi hermanita está en el carsit sin idea de por qué tiene ganas de llorar.
Justo
afuera, junto a la entrada, hay una máquina nueva, violeta y azul turquesa. Por
cincuenta centavos, venden razones para quedarse vivos. Las dos pesetas saltan
de mi bolsillo como si tuvieron voluntad propia. El verdugo deja de afilar y
quita el letrero. Yo me paré de la silla por culpa de una mezcla entre
curiosidad y casualidad: violeta y turquesa eran los colores favoritos de mi
madre. Las luces de la máquina prenden mientras giro la palanca y por un
tobogán de espirales baja una esfera translúcida de plástico amarillo. Dentro
hay un espejo.
No sé si es
por mis mejillas sonrojadas, o por mis ojos almendrados, o porque mi nariz no
está torcida por una paliza, pero mientras más me miro menos me parezco a mi
madre y más me parezco a la mujer de la mirada compasiva que ordena comida
preguntándose qué hace la fila de la casa de la miseria tan llena todo el
tiempo. No puedo verlo, pero puedo oírlo, tengo un bebé en las manos. Sé
que es mi hermanita.
Nota importante: Las colaboraciones enviadas de manera voluntaria para que formen parte de este archivo histórico-antológico pertenecen a sus autoras. Ellas se reservan los derechos.
Cobertura:
http://www.quepasagaypr.com/2015/04/cliq-muestra-de-la-diversidad-en-la.html
Acceda al programa con este enlace: http://www.editoriallatuerca.
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