Ayer me levanté sintiéndome Super Woman. Limpieza exhaustiva de la cocina, el cuarto de mi hija, el mío propio, la sala y las repisas, mis diversas bibliotecas, el laundry y la marquesina. Quise ir más allá, y me puse a lavar ropa. Ahí fue que me jorobé. La lavadora hizo nosequé a algún tubo del nosedonde y una de las tuberías del baño no aguantó hasta la despedida de año, so se fue caput! Yo me iba a morir y la cara de mi hija observándome la reacción ante el percance parecía un poema. Miré el reloj. Eran las dos de la tarde. Llamé al handyman. Me cagué en la madre de todo lo que se me ocurrió. Le dejé las llaves de la casa, le di instrucciones de que reparara todo y me largué con mi hija pa’ Piñones.
Dos Coors Light y una alcapurria de carne más tarde, ya el ánimo me había regresado al rostro. La nena y yo nos tiramos al mar de frente y de espaldas. Esperamos la luna de las cinco de la tarde boyando en la Pocita. Pedimos deseos. Nos despojamos. Nos santiguamos. Cazamos un cangrejo al que le pusimos por nombre Rizos de Oro. Soltamos el cangrejo y le permitimos que nos recorriera el cuerpo, que nos retozara las manos. Mi hija le perdió el miedo a los cangrejos brujos de ojos grises.
Aurora me dijo: Mami, hoy es el mejor día de mi vida. Y yo claro, tragué hondo emocionada. Luego ella fue a la arena y la vi desde donde yo estaba. Dibujaba un corazón. Pensé excitada: Ay, mi preciosa ya se enamora, mi preciosa ya está creciendo, mi preciosa dibuja corazones en la arena que luego llenará con las siglas de algún practicante a marchante. Pero mi preciosa escribió: I love my Mom. Desmayada quedé. Ayer también fue el mejor día de mi vida.