domingo, enero 13, 2008

Slippery when wet con Marta


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Pero ella no resbala. Ni me hizo resbalar a mí. Su excelente prosa me llevó de la mano toda la novela, imantó mis sentidos, me hizo indagar, ser suspicaz. Nathan aparecía a veces odioso y rapaz, y por momentos se me hacía tierno e incomprendido. Así, sin maniqueísmos vanagloriosamente ateos, como los buenos personajes, Nathan, y Sammy Davis, y Violeta, y la leprosa me acompañaron en la vuelta a la normalidad del mundo, una vez pasadas las crismas. Su autora, Marta Aponte Alsina, es sin duda una hechicera del lenguaje. Con las palabras te embruja y me embruja, y por ahí me pierdo entre la mafia de Chicago, las jibarerías de Castañer y las momias egipcias que ella ha cocinado para ésta, su más reciente novela.

Así se ha dado mi inicio de clases y del laburo, y junto a ellos, una actividad estilo convención realizada en el Embassy Suites de Dorado que requirió mi asistencia. El evento me obligó a pernoctar en este hotel, rodeada de zambullidas en el jacuzzi hasta la media noche y embriaguez de piña coladas con Baileys. Entonces Sexto Sueño se volvió mi más fiel grillete. De la suite al buffet, del lobby a la playa, de la piscina al Spa Center. La novela no me abandonó en ningún momento, y lo que es mejor, se hizo esencial. Dejé conversaciones y películas inconclusas por devorármela. Se me hizo ineludible. Quedé abastecida.



Sexto sueño (Fragmento)
Marta Aponte Alsina



Ya.
Dejé caer la escobilla entintada en el guante de mi asistente y alcé las manos. Se me humedecieron los ojos. Me irritaba el formol ineficaz como un perfume de lujo en una carnicería. La hedionda franqueza de los muertos en su mejor momento, el que sigue al último suspiro y se extiende durante unas horas, es imborrable, y cada muerto tiene esa gracia.

El cadáver de Nathan Leopold, imbuido por la gracia indeleble, no disentía de una historia excepcional. Sentí que el corazón me ardía justo antes de acariciarle las tetillas y estirar los vellos canosos con las puntas de estos dedos templados en la serenidad de un carácter que mi único marido oficial calificó de «indiferente a la vida». Pobre marido, pasó por la mía sin hacer escala, aunque no le faltaba un poco de razón. Yo destilaba ternura en los ambientes fúnebres, sobre todo en el teatro de la sala de disecciones. Me conmovían las narices puntiagudas, las mejillas hundidas, los labios azules, las orejas moradas que ya no disimulaban la fealdad propia de las orejas.

Quienes practicamos con dignidad los oficios de restaurar cadáveres o de escarbarles las interioridades cortando de la piel hacia adentro somos sentimentales. Cuando alguien muere lo abandonan sus deudos, nosotros no. Sin reclamar la generosidad de un amigo compartimos la soledad más repulsiva.

En presencia del muerto célebre me embriagaba la belleza de lo que estaba a punto de hacer, como me fascinó, aunque no guardo una imagen clara de la ocasión, el primer bolero que oí en mi vida, el que repite amor tres veces y asegura que la esperanza es la madre de eso que las niñas bobas de mi generación llamaban el acto.

Recuerdo otro bolero y otra tarde, cuando salí de la escuela y me desvié del camino a casa para visitar a un músico empeñado en ser mi primer amante. Mamá y abuela celebraban sesiones espiritistas a plena luz en el comedor caluroso. Como en aquel tiempo yo prefería el trato de los encarnados al coloquio de los muertos, raras veces me sentaba con ellas a la mesa. Una tarde el músico vivo me recibió desnudo, pavorosamente listo, tocando al piano un bolero que sí me gustaba, «ensueño clic clic de copas de champaña que embriagan locas mi pasión». Soy bebedora de tequila, no me impresionan las burbujas, pero el talento del músico me aficionó al placer sin dobleces.

Soy cortadora de hombres y compositora de boleros. No me extendía demasiado en la respuesta si me preguntaban sobre mis dos oficios, como si no fuera obvia la clave del acercamiento entre ellos, sobre todo cuando los interrogadores eran hombres ajenos a la profesión médica y les parecía un enigma, tan incómodo como estimulante, que estas manos suaves y bien cuidadas, generosas en los gestos de la cocina y la caricia, taladraran fémures y rebanaran hígados humanos con la misma apasionada precisión que impartían al masaje erótico o al aliño de platos suculentos. Jamás confesaba una creencia que hubiera exacerbado el temor de mis amantes: existe una afinidad entre disecar cadáveres e inventar boleros, inadvertida para quienes viven distanciados de su propia descomposición continua, pero evidente en la llana sabiduría popular que atribuye a la influencia de ciertos aires el deseo de cortarse las venas.

Sonreí al muñeco que me asistía invitándole a que me secara la frente, no porque estuviera sudada sino por pura desvergüenza. La presión de las manos del muchacho provocaba un deleite voluptuoso, así como la carne difunta atiza los signos vitales. Todas las pérdidas avivan la intensidad del placer y yo no nací para renunciar al placer. Me he sentido tan dispuesta a disecar el cadáver de un hombre como a tomar la medida del aire con una nota musical.

Cuando no disecaba cadáveres, yo Violeta Cruz, componía boleros; cuando los disecaba también, en la intimidad silenciosa de la garganta. Los temas de mi inspiración sobreviven en programas radiales dedicados al recuerdo de aires desgarradores, pero la mayoría sólo los canto yo, como la parodia que inventé mientras marcaba en negro la ruta del corte.

Duerme mi niño feo / duerme, mi niño inerte / que el sueño de la muerte / hincha más que el boxeo.
Cuando el corazón / deja de latir / ¿adónde van los tendones, las venitas, los alveolos?, / ¿adónde los pies, adónde?

2 comentarios:

Iva dijo...

la foto te quedó bella. estoy loca por leer este libro :)

Miranda Merced dijo...

Viví con Violeta las experiencias de Nathan. Entendí mejor a Sammy y disfruté del magnetismo de Carmen. Marta invita (mejor dicho reta) al lector a pensar por medio de su prosa, que no es nada digerida, por el contrario es profunda y estimulante. El discurso de Irenaki, con su mezcla de boleros me fascinó. Esta es una de esas obras que quieres volver a leer. Apuesto a que piensas lo mismo.

¡Besos!

Acerca de mí

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Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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