La opera prima del italiano Paolo Giordano, "La Soledad de los Números Primos", llegó a mí recomendada por Christian Ibarra. Le debo un abrazo y un shot de tequila, que es la divisa de intercambio que utilizo para agradecer los obsequios valiosos. Estuve leyéndola una semana completa, durante la cual me detenía adrede e intentaba que el libro no se acabara. Pero el final llegó y tres páginas antes de leer el mismo, tomé asiento frente al mar en Ocean Park. Miré el horizonte. Pedí un deseo y acto seguido me besaron, sin que mediara una petición de mi parte. Me besó un gran amor. Me encantan los grandes amores.
Giordano es recién licenciado en Física Teórica y ha sido galardonado con el premio Strega 2008 de novela luego de someterse en intensivo a la escuela de escritores de Alessandro Baricco. El libro ha conseguido un éxito de ventas sin precedentes y se ha traducido a 23 idiomas. Se narra en él la historia de Mattia, un muchacho que se mutila los brazos, y Alice, anoréxica hasta la médula. Comparten la soledad acompañada, que puede ser la peor, y demuestran en sus actitudes el genoma del que está compuesto parte de la voluntad humana: cobardía. A veces somos una divagación continua que no toma decisiones, que no toma bandos, que no hace aliados, que no se arriesga, que promete amor eterno e igual echa a perder todo. A veces amamos y odiamos, nos vengamos de aquello que queremos, no lo soltamos, no lo atrapamos. Es complejo. Volvemos con la esposa que hemos criticado hasta la saciedad, aquella que nos robó dinero de la cuenta de banco y que nos confesó que tenía deseos de probar suertes con otros hombres. Es complejo. Nos quejamos de no haber cambiado de empleo, de no habernos atrevido, de no poder inventar. Somos esclavos de nuestra propia fobia inventada y allí nos sumergimos y nos embadurnamos con dietas para bajar 30 libras en un mes y arreglamos nuestro cabello con bleaching para emblanquecer la conciencia. Somos poca cosa y lo peor es que nos quejamos de serlo.
Los acontecimientos se dan en momentos en que ambos, Mattia y Alice, poseen edades que cumplen con la directriz algebraica que sirve como tesina a la obra. Los argumentos están cargados de introspección, reflexión y manejo total y absoluto de la agilidad geométrica en los eventos. Las venganzas se demuestran buenísimas en dimensión y exponenciación, pero no evitan el desamparo del final.
“La soledad de los números primos” es una radiografía de nuestra humanidad, de nuestra complacencia e incapacidad para evitar hacer precisamente lo contrario a lo que queremos.
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