Los signos que
muerden en Historias para morderte los labios de Yolanda Arroyo Pizarro
Conferencia dictada por Leticia Ruiz Rosado,
Catedrática de la Universidad de Puerto Ricoel 18 de febrero de 2010 celebrado en la Biblioteca Carnegie de San Juan
Yolanda Arroyo Pizarro sorprende nuevamente con su nueva propuesta
narrativa al fabular hechos que según Aristóteles se suceden con sentido
lógico, tanto que su descenlace emana de sí misma; incluso construye un texto
híbrido al tomar de la tragedia, esa imitación de acciones con la amplitud de
un lenguaje sazonado que cietamente aglutina personajes que nos mueven a compasión,
incluso, temor. Historias para morderte
los labios (2010), bajo el sello de la Editorial Pasadizo, traza con la
pluma y los labios poéticos de Pizarro los juegos de la imagen como percepción
de la escritura icono céntrica.
Retratan una nueva cultura que
inserta el hiper consumo, el hastío
existencial, las agresiones físicas
sexuales de todo tipo, incluso, los disparates
de los Cohetes de Baudelaire destaca
el crítico, Mario R. Cancel en “Para morderte mejor: lugares
imaginarios” (2010).
La literatura nuestra rompe con las barreras del tiempo y espacio, a fin
desde mi modo de leer, colocar las letras en esa nueva manera audiovisual de
concebir la vida, o sea, “la era de la imagen”, reflexiona el escritor en su
texto Literatura y narrativa
puertorriquena (Cancel 21). Confirmamos, por tanto, que Arroyo Pizarro
ajusta su sistema de signos para elucubrar una gesta significativamente situada
en la invención circunstanciada y
construida por juegos de un lenguaje pragmático, cuyo misterio dejó de
ser el del intelectual según destaca Arturo Torrecilla en su ensayo, “La ansiedad de ser
puertorriqueño: etnoespectáculo e hiperviolencia en la modernidad líquida”
(Torrecilla106). De esta manera, engloba fundamentalmente unas ficciones de
este siglo XXI y muestra la nueva cultura en la que diversas voces femeninas
trágicas se expresan como lunas en su tiempo… Nos parece, que es precisamente ése
su gran acierto: mirar con ojos de aurora; una mirada ciertamente alentadora a
pesar de tantas desdichas e historias, pero que en el ahora, Yolanda desinhibida
reescribe la narrativa inconclusa cuyos rostros muerden desenmascaradamente, y
he aquí su segundo gran acierto.
Esta celebración de los signos de la nueva narrativa de las postrimerías
del pasado siglo XX y los albores del nuevo XXI, plantea una revisión que ya han hecho otros; y que retomo para recordar a
la escritora y poeta, galardonada precisamente por Nuestra
Señora de la Noche en el 2006 y quien señala en la Antología de la nueva literatura puertorriqueña, Ma(l)hab(l)ar, que: “la nueva literatura puertorriqueña no
define nada, se libera de dicha
tarea para describir y ejercitar ese otro dominio de la libertad que es la
imaginación” (Santos 19). Incluso,
Rita De Maesseneer en “El cuento puertorriqueño a finales del noventa”, establece que a diferencia de los
años setenta, los nuevos personajes de los textos no representan a grupos
específicos, como los negros,
nuyorricans, drogadictos y otros
marginados como la mujer misma; no obstante, en el caso de nuestra escritora,
no ocurre así. Yolanda precisamente regresa a esa narrativa, ella trabaja todos
estos grupos, incluso añade a los enfermos. Si bien es cierto lo que plantea
Santos Febres con relación a los textos narrativos, de entre tantos destaco los de, Pedro Cabiya,
porque coversan y trazan la gran “incertidumbre”(Morales
31) de los personajes; pero distinto al narrador puertorriqueño, afincado en
República Dominicana, Yolanda nos va llevando a través de los intrincados
laberintos por donde anda esta humanidad globalizada y “atroz” tal cual la
metaforiza Pedro Cabiya en sus Historias
atroces (2003), “vaciados de identidad”, (Morales 32) explica Cynthia
Morales Boscio en su tesis, La
incertidumbre del ser (2009), publicado con la editorial Isla Negra.
Estos planteamientos nos conducen
a focalizar dos cuentos y citaré a Julio Ortega para signar como a mi modo de
leer, Yolanda Arroyo emplea:
una metafísica del transcurrir: una breve, inquieta
pregunta por el sujeto que asume el tránsito y la transición, la instancia del
instante, esa vibración de lo vivo y lo sobreviviente, frente a la historia,
como una mascarada del discurso entre los discursos de que estamos hechos.
(Ortega 12)
Esta nueva mirada de la historia es otra provocación a
fin de ajustar cuentas con la trayectoria literaria iniciada en los setenta por
Rosario Ferré en su revista, Zona de
carga y descarga y continuada por
figuras de la talla de Magali García Ramis, Ana Lydia Vega, Mayra Montero,
Carmen Lugo Filippi, Marta Aponte Alsina, Angela López Borrero, Tina Casanova,
Mayra Santos Febres, Ana María Fuster, Awilda Cáez, Yvonne Dennis, entre otras
voces emergentes. Me atrevo a afirmar
que es una invitación a que continúen las mordeduras en la escritura. Yolanda Arroyo Pizarro está dispuesta a proseguir esta herencia
entre versada de prosa poética y ajusta cuentas con sus antecesoras. Ese
entonces es su tercer acierto, por ello, Historias
para moderte los labios se abre enunciando o mordiendo provocativa y
eróticamente con la voz de Anais Nin:
Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer
ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una
neurótica. No me adaptaré al mundo. Me adapto a mí misma. (Arroyo)
Esta manera de hablar o de contar es el juego de los
signos de la existencia de mujeres que traen nuevas formas de mirar, tocar, acariciar,
incluso, escribir. Es la erotización de
una narrativa que se ejercita a base de la imaginación como había establecido
Santos Febres y, que en el caso de este libro, añade la enfermedad del AH1N1 y
la de la sirrosis que en vez de repugnar como en la literatura naturalista de
finales del siglo XIX, trastoca la prosa para dotar de tecnicismos científicos
el lenguaje de una nueva época técnógrafa en que todo se explica sin emoción o
ternura; esa vuelta a la narrativa naturalista de una historia pasada, remite
al lector a convivir con su mundo, el de una nueva ciudad enferma; que insisto
no es nueva en la literatura; pero que ahora, parece ser parte de la nueva
sociedad que inmersa en la tecnología gravita sin recuperación y añade nuevos
males, a veces tan cercanos a los trabajados por Víctor Hugo en Los Miserables (1862), incluso en
Germinal (1885) de Emile
Zola.
Podemos
preguntarnos qué trata de provocar Yolanda Arroyo Pizarro con estas historias
que rompen y muestran toda referencia a los males de fin de siglo y trabaja a
base de la individualidad y el yo de los sujetos y, reniega los colectivos como
los del siglo XIX y los de principios del
XX, incluso los setenta en Puerto Rico. Intuimos que retoma la historia,
la marginalidad y entre versa todo ello para formular una nueva escritura
cercana a lo que se había perdido como si buscara el tiempo perdido que Marcel Proust enlazó en la historia literaria de siempre.
Entonces valida la tesis de Luis Felipe
Díaz quien afirma en La na(rra)ción en
la literatura puertorriqueña (2008)
por un lado que, los del ochenta y noventa continúan la trayectoria del setenta
y, por otro lado, valida la de Juan
Gelpí quien documenta antes que el anterior, en Literatura
y paternalismo (1993), que la trayectoria literaria isleña resalta las
imágenes patológicas desencadenadas de la situación del colonizado, y que con La Charca (1894) del médico, Manuel
Zeno Gandía nuestras enfermedades se hacen evidentes. Debemos nuevamente cuestionarnos si Arroyo
desea quedarse en ese discurso o como los posmodernos, obviar la cuestión
política. Entendemos que ella como feminista, recurre a toda la trayectoria
literaria porque la conoce y propone una nueva escritura basada en ese pasado
que no se puede borrar, pero le da voz a la mujer como otra marginada más; y
continúa reformulando en su tiempo, la escritura con sus signos y ambigüedades
otras historias que de alguna manera llevan a los lectores a plantearse las
cuestiones sociológicas, históricas, raciales, culturales, literarias, míticas
y todo aquello que puede potenciar el espíritu para desde allí mirar porque
ella sí mira con ojos de luna. Esos
ciclos lunares tan de su estado certifican las neurosis femeninas que no oculta
a lo largo de los relatos.
Esta era tan
globalizada había comenzado en Puerto Rico sin que se hubiese planteado desde
el punto de vista sociológico actual, pero sí de manera particular en los países
africanos, asiáticos y americanos esa
cuestión que desde el siglo XVII se venía debatiendo situaciones coloniales, y
que nosotros habíamos soslayado. Aclaramos que los temas en torno a la homo
erótica también habían formado parte de relatos dentro de nuestra literatura, precisamente
en los setenta cuando Manuel Ramos Otero los despliega sin inhiciones, que ya para los ochenta, Mayra Santos Febres en Pez de vidrio (1995) y en los
noventa con Sirena Selena vestida de
pena (2000) revistiera la escritura transgresora.
La signatura
expresionista de Arroyo Pizarro a lo largo de Historias para morderte los
labios nos obliga a mirar las mordeduras de unas mujeres cuyos viajes por los labios de una
escritura sin fisuras, se apoderan de un nuevo siglo en que el cantante Michael
Jackson acaba de morir y junto a su pérdida, por encima de una sobredosis del
rey del pop, se yerguen con otros signos de muerte, que aunque no nueva, en
Puerto Rico, colonia americana, parece ser una nueva influenza, la AH1NI.
Entonces en el nuevo orden del siglo, tres acontecimientos inauguran lo que
parece inverosímil al género, mas parece morir u agotarse de tan espantoso;
primero, por el revuelo de alguien que ha acaparado los medios de comunicación;
segundo, porque la droga continúa haciendo estragos y ya hasta los médicos
matan a sus pacientes con su permiso; y, tercero, porque una enfermedad de
principios del siglo XX usurpa la tranquilidad de un mundo cibernético donde
nada pasa y todo pasa sin freno. Ante estos retos, la joven protagonista del
cuento inicial, “Delineador” vive una historia especial con su padre en un
hospital y su casa; la sangre gotea a lo largo de la historia; lo que sorprende
irónicamente en Vannesa, el personaje femenino del relato, es su enajenación
ante una gran incomunicación disfrazada de tecnología. Su padre alcohólico y
comelón y camaleón de Mc’ Donalds es el otro contraparte de la historia junto a
un tal Tom, Tomás o Tommy, da igual; el gótico con una bola, es la mar de
caricaturesco junto a su novia enferma. La historia está anclada en la cultura
del maquillaje, la moda, la música rock, todo es muy tecno, sin embargo, las
enfermedades y las muertes siguen siendo transmitidas de igual manera porque
estos personajes como los de La Charca de
Manuel Zeno Gandía siguen aislados del conocimiento y cada vez son más
vulnerables a ella. Lo que había señalado como tesis Juan Gelpí, se continúa
fundamentando dentro de nuestra sociedad cada vez más aislada del saber y el
conocer a pesar de tanta información. Es como si el individualismo se hubiese
tragado el espacio de su cerebro. Estos
personajes son todos los solitarios del siglo XXI que se creen dueños del saber
sin saber, a pesar de los grandes avances científicos, pero el aislamiento y la
desinformación permea la vanidosa era de la cosmética de la imagen y este
cuento, en los labios de la narradora articulan el acontecer del otro globalizado.
El cuento final de Historias para morderte los labios, “Niña Bawana” nos enfrenta, tal vez, al mejor
cuento del texto de Yolanda Arroyo Pizarro. “Niña Bawana” nos recuerda “Los
ojos de la luna”, sin embargo, en éste delínea
los más oscuros, remotos y profundos rituales de dos culturas cuyos
ancestros desafían con la mirada y la marca, en este caso, la ablación en
Africa subsahariana y la magia de los wangas en Haití. Este texto es un abierto
desafío iconoclasta, en que batallan
fuerzas maléficas que se repetirán siempre cuando la pasión y la sangre son las
coordenadas del connaisaance. Y es
éste el quinto acierto del texto, el cuarto es el de la imagen y la tecnología.
“Niña Bawana” es un juego con el doble
sentido de las palabras, aborda la pederastia tan de moda en estos tiempos. La
historia es la de un amor pasional que enfoca las más oscuras máscaras y, como
en el carnaval, se ejecutan las perversidades para imponer otras ideologías
dentro de los clanes. La historia de la niña Bawana debe ser la de tantas otras
como la del niño, Aztemis quien será otro tipo de víctima del supuesto
misionero médico quien se impondrá gracias a los poderes aprendidos en Haití.
La atrocidad de esta historia es que un ritual se traga otro ritual, y las
víctimas siguen siendo los niños.
Puedo entonces concluir que, la escritora continúa con
el tema de la sangre y la luna como tropos de aquello que se hace difícil descifrar, por lo tanto, la escritura de
Arroyo Pizarro continúa la línea de los que como Cabiya transitan la ruta de la
incertidumbre ante lo caótico y que Cynthia
Morales explica en su tesis reciente, La
incertidumbre del ser, en cuanto a los nuevos narradores del siglo XXI:
Aunque estos escapan de la visión insular y dejan de
lado el problema del coloniaje, no abandonan la imagen patológica pues sus
escritos constituyen el ritual de la carencia, de la sol edad, o de la incertidumbre. Aunque en estos
escritores se primigenia la fantasía y la imaginación, se vive igual de preso
por la lógica fatalista, aunque ésta se mueva a planos metafísicos. (Morales
34)
Yolanda Arroyo
Pizarro, sin lugar a dudas, primero se remonta a los ancestros de la creación ,
por eso el signo de la escritura es su medio, a fin de imaginar una historia mítica
de los puertorriqueños y, desde allí demuestra nuestro origen primigenio como
el de otras culturas; segundo, su
impostura es una nueva épica donde los márgenes se encuentran y dialogan a fin
de mirarse como en un espejo de la historia que se repite y, parece duplicarse
por sus ambigüedades y tradiciones; tercero, rubrica la escritura femenina como
un signo a lo largo del tiempo porque los hombres han ido mancillando con sus
crueldades la voz de la mujer. Por eso, la voz de una narradora transgresora de los planos temáticos
por cuanto aquéllos lo han hecho a lo largo de los tiempos…; cuarto, lleva al
lector a viajar por los más intricados
orificios del cuerpo de la historia cultural y humana para recrear la vida; también aunque lo quiera negar, a repensar dónde se está parado ante rituales
que magnifican la tortura aún dentro de este siglo. No creo que como advierte
Morales Boscio, Arroyo se sienta ajena a lo metafísico, me parece que lo está
cuestionando en sus relatos desde siempre y, tal vez esto sea lo que la separa
de su generación de los ochenta. Si bien es cierto que se da la ambigüedad y la
polisemia en su estilo, no es menos cierto que su poética lunar celebra con autenticidad las carencias de que
han sido objetos todas las féminas a lo largo de las letras y de la historia
humana, por ello su reto en su nueva colección de cuentos es que sus signos nos
muerdan con historias. Historias para morderte
los labios precedido por Ojos de luna, demuestra el trabajo de
un escritora dentro de la globalizada narrativa isleña del nuevo siglo con
títulos anteriores de igual raigambre caribeña; en especial su novela, premio del Pen Club de 2005, Los documentados donde testimonian las
voces de los marginados a lo largo del tiempo de los tiempos.
Referencias
Arroyo Pizarro,
Yolanda. Ojos de luna.San Juan: Terranova Editores, 2006.
---. Historias
para morderte los labios. San Juan: Editorial Pasadizo, 2009.
Cancel, Mario R.
Literatura y narrativa puertorriqueña/la escritura entre siglos. San Juan: Editorial Pasadizo,
2006.
De Maeseneer,
Rita. El cuento puertorriqueño a finales de los 90: sobre casas de locas en
Marta Aponte Alsina y verdaderas
historias en Luis López Nieves. Bélgica: Universidad de Amberes, Departement Romaanse, Otoño,
2001.
Gelpí, Juan G. Literatura
y paternalismo en Puerto Rico. San Juan: La Editorial Universidad de Puerto Rico, 2005.
Morales Boscio,
Cynthia. La incertidumbre del ser/ Lo fantástico y lo grotesco en la
narrativa de Pedro Cabiya.
San Juan: Isla Negra Editores, 2009.
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