La asociación de la palabra negro con una identidad históricamente violentada incide enormemente en la manera en la que nos relacionamos con ella. (Archivo) |
Las dos caras de la palabra negro
Entre eufemismo y discrimen vive el término que no se desliga de un pasado esclavista
Cultura/ 22 de marzo de 2013
Por Tatiana Pérez Rivera / tperez@elnuevodia.com
–Descríbemelo.
–Mide más de seis pies, es fuerte y es negrito.
Negro sería la palabra precisa si no pensáramos en un contexto familiar o cariñoso, pero es –aun en el Puerto Rico del 2013– un término incómodo de pronunciar. Anda entre dos aguas, entre el océano del racismo y el mar del eufemismo.
También transita, es justo decirlo, en el río de la camaradería. Sin embargo, la palabra no ha dejado de estar estrechamente vinculada al pasado esclavista de la comunidad afrodescendiente, razón suficiente para que, en muchos casos, no sea seleccionada ni por los propios negros ni por otros grupos raciales que integran nuestra población.
“Negro, negrito, trigueñito, todas me parecen problemáticas porque es sacralizar el discrimen”, dice la profesora Bárbara Abadía Rexach, autora del libro Musicalizando la raza, y añade que “el término, hoy en Puerto Rico, sigue siendo negativo, por eso incluso hay endoracismo: negros que no quieren que los llamen así porque lo asumen como insulto. La palabra no está mal, porque eso es lo que somos”.
La investigadora y profesora Isar P. Godreau subraya que a los niños, “desde chiquitos, se les dice: ‘Eso no se dice, mejor dile trigueño’, porque, en Puerto Rico, negro puede ser un término insultante, negativo, que se asocia con el esclavo”. “La realidad es que es impreciso históricamente porque los afrodescendientes en el Puerto Rico del siglo XVIII, por darte un ejemplo, eran libres”, expone Godreau.
La palabra marca, escuda, carga y hasta impone. “Negro”, en nuestros días, igual se dice con amor, como también como mofa y, peor aún, como ofensa.
“Aunque algunos asumen esa identidad con orgullo, en Puerto Rico hay negrofobia”, insiste Godreau, autora del libro Arrancando mitos de raíz: Guía para una enseñanza antirracista de la herencia africana en Puerto Rico, “porque históricamente se asocia a una identidad violentada, y quién quiere ser eso”.
Pregúnteles a los niños. En tercer grado, en las escuelas, se aprende sobre las razas que formaron nuestro país. Cuando llega el momento de representarlas, nadie quiere ser “el africano”.
Quién querría. En sus libros casi siempre está arrodillado, sometido al blanco, no se habla de su pasado en África. Siglos después, con el periodo esclavista, estos no parecen romper cadenas.
“Hay lecciones alternativas a eso”, menciona Godreau, “para que estén orgullosos de su afrodescendencia. Hay que destacar su resiliencia, su inventiva, su ingenio y su inteligencia para sobrevivir esa época y seguir adelante”.
Las contribuciones están ahí. Falta que alguien quiera verlas.
Cuando el negro es bueno
Para la autora Yolanda Arroyo Pizarro, el término sigue estando entre dos aguas. “Yo me he hecho la misma pregunta: por qué, el insulto”, reflexiona la escritora.
Destaca que cuando alguien quiere ofenderte dice: “Canto ’e negro”, y considera que, en igualdad de condiciones, “canto ’e blanco” sería válido “porque, si nos vamos a basar en el período esclavista, el blanco fue el que abusó y violó”.
Destacó que la ausencia de una literatura que recoja el período esclavista en la Isla, de estudios africanos o de afroescendientes en las escuelas y universidades y los esfuerzos aislados de grupos de negros que validen o consignen las aportaciones de dicha comunidad a nuestra sociedad propician que la noción negativa se diluya, se acepte y se herede a nuevas generaciones.
“Por qué un niño no quiere ser el africano en una obra en el salón, por lo mismo que (Rafael) Cox Alomar no salió favorecido en las elecciones generales pasadas y su compañero de papeleta sí. Hay un estigma”, insiste la autora, quien cuenta que al lanzar su novela Esclavas, historias sobre mujeres negras en las que se rescata la aportación femenina a la construcción de nuestro país, recibió en las redes sociales un mensaje de una mujer que le exigía “respeto para los blancos”.
Arroyo va más lejos al reconocer que a muchos puertorriqueños negros les avergüenza serlo y quisieran que no se hablara más del período esclavista y que la educación se concentrara solo en los logros científicos o en la política, por ejemplo, de los afroboricuas. “Para mí, hay que discutirlo porque sobrevivimos la esclavitud. Pero el bochorno es marcado”, indica la escritora, “y muchas veces no se quiere sacar ese tema porque es doloroso y recuerda el bullying en la escuela. Estas nociones se mejoran con educación y para eso hay que escribir de esto: para que otros lean”.
A veces, en honor a la verdad, causa duda el uso de la palabra entre hablantes de cualquier raza. “No nos atrevemos a corregir a la persona y decirle: ‘Está bien, dime ‘negro’ porque eso es lo que soy y no es un insulto’”, asevera Abadía Rexach.
“Yo me pregunto cuál es el temor de hablar sobre la negritud o a usar la palabra trigueño en vez de negro. Hay ignorancia porque puede pensarse que todavía hay razas puras”, manifiesta Oxil Febles, líder de la Fundación Paso Fino, que promueve la música afroboricua.
Justo la música parece redimir la palabra. “La contribución del negro a la música aquí y en el mundo es tan grande, se puede identificar tan claramente la influencia de África, que no se puede negar. Entonces, la palabra toma otro giro, es positiva, es riqueza”, puntualiza Febles.
Porque una palabra –no lo olvidemos– puede ser muchas cosas.
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