CieloPájaro Nuestro
Autora: Mairym Cruz-BernalCasa Editora: Senderos Editores
Año de publicación: 2012
Edición a cargo de: Mario Torres Duarte
“Para
apre(h)ender un cielopájaro”
(Por Carmen R. Marín)
¿La manera correcta de aprehender un cielopájaro? Acaso un método
científico necesariamente desvirtuado y alevosamente sacudido no sea
suficiente. Habrá que hurgar contracorriente entre sus plumas de nube y planear
entre cañones destinados a la palabra.
Cielopájaro Nuestro de Mairym Cruz-Bernal
es un formidable poemario en contenido y espesor. Se trata de la obra más
reciente de la poeta; un libro monumental, anidado por nueve años hasta su
eclosión. Es -- para empezar su descripción por lo más obvio de su cuerpo aviar
-- un hermoso libro en forma y portada. Es un ancho pájaro de plumaje grisáceo
y mate, con solo dos pinceladas de sangre que sugieren su palpitar de
temperatura constante. Exquisitas ilustraciones de Casabe alientan sus alas. Si no fuese por el banquete que aguarda
en su interior, sería fácilmente catalogado como uno de esos objetos preciosos
que se colocan sobre la mesa de centro y dan de qué hablar.
En Cielopájaro Nuestro
persiste la voz obcecadamente íntima, y a la vez cósmica, de Cruz-Bernal; ese
mirarse y mirarnos del ojo penetrante de cóndor y poeta al que ha acostumbrado
a sus lectores. Su primer aleteo es el rotundo “Hacíamos el amor una silla” (a veces mientras hago el amor legal/actuando
en el teatro íntimo de mi cuarto/miro la silla/y pienso en la delicia que se
sienta en ella/y siento que es en esta cama donde soy infiel). Su último
batir es el sello de ese movimiento al que la poeta ha inspirado en las letras
puertorriqueñas -- inspirar es atraer
aire hacia los pulmones --, la literatura confesional: Confieso que de muy niña me inclinaba en los charcos de aceite/en busca
del brillo de los colores/Y ahí comenzó mi recurrente error/doblarme a recoger
la luz.
En medio del aletear del texto aparece un poema que da título a la obra;
es -- ¿quién sabe? -- un atisbo de explicación expresionista al concepto de cielopájaro que no obstante, rebasa los
límites de sus treinta y ocho versos. El Cielopájaro
Nuestro es una exploración de lo que puede y no puede hacer la palabra: soy ciega/ y nadie me ha podido
explicar/cómo se siente/lo azul (“Lo que no pueden las palabras”). Más aun,
el cielopájaro gestado por nueve años
como meses, explora, se obsesiona bellamente, en el poder de la poesía: Si tuviera que nombrar
árbol/sueño/marcapaso/avión/hablaría de la terca manía de un poema/cómo abre la
piel, flecha con flecha/en busca del sabor más adúltero en la sangre (“Y de
repente la poesía”). Y la angustia característica de la buena poesía prevalece
en su vuelo: La sombra es el mapa del
cuerpo./A contraluz el eclipse./¿Será el poema la sombra de la poesía?/¿Serán
los ojos la sombra de la mirada? (“Juego de sombras”).
Las alas del Cielopájaro Nuestro
se extienden amorosas y terribles, como las de una madre mitológica de pico
penetrante. A veces elevadas en el dolor por la humanidad: las naciones se hunden/regalan guerra para la paz/última resolución
para emitir/cuerpos deformes/brazos cortos para amputar el abrazo (“Ave
Caesar, moritori te salutant”), y en la solidaridad con las mujeres-ave de
especies diversas: quién es esta mujer de
cabellos en hilachas/cabizbaja/sin cadenas de oro […] a punto de abrir los
ojos/a punto de cantar/puede ser tan fuerte el drama/lo ha dicho
todo/des-velada, sin burka posible (“Mesalina”). Otras veces, escarbando en
la ficción propia de la definición de identidades: No soy las palabras que inventan lo que soy (“Pequeño poema del no
ser”); Una aprende a enamorarse, crece
hacia eso/coloca fotos de él en una esquina de la oficina (“Un tango para
el oficio de amar”); No quiere ser
niña/No le alcen la voz/Le aprieta la hebilla en su pelo (“Psicoanálisis”);
siempre dije que era astronauta y que era
rusa/para evitar el you don’t look puerto rican (“Astronauta rusa”). Pero
siempre, sus apéndices plumados se ofrecen dadivosos, dedicando gran cantidad
de poemas a amores poco más tangibles que nubes, y escogiendo con precisión
picotuda epígrafes que son homenajes.
Llama la atención en Cielopájaro
Nuestro el planeo retozón alejado de altanerías -- alto vuelo de algunas
aves -- repartido a través del libro. Aparecen
poemas escritos totalmente en forma
horizontal (“Hombre-árbol”, “Caricias de agua”, “Un país inocente”), a
veces, anidados en el marco de un solo juego palabral (“Siete martes para un
olvido”); otras, en forma de micro drama (“Gestos
para una fuga”). El texto coquetea, aunque
no demasiado, con el juego entre el espacio escrito -- nueva versión de
caligrama -- y el vacío sobre la página (“El revólver”) así como con el verso
breve y rudo, en ocasiones resultado del corte intencional de versos más largos,
cercenados extrañamente en su sintaxis para provocar tanto el asombro como la
ternura. Muchos de estos vuelos juguetones se recogen en una sección, que es
como un libro en sí misma, titulada “Árbol de patio”, donde la autora se
sumerge en la aventura del microtexto que ya había iniciado en su libro Ese lugar bajo mi lámpara, publicado en
2010 en una limitadísima y bella edición artesanal.
Finalmente, al ocaso del Cielopájaro
se encuentran tres de los poemas más impresionantes de este libro en el
“Tríptico de las manos cortadas”, que son como un manifiesto: Mis manos cortadas jamás dejarán de
escribir/ sin mí, escribirán mejor/ vueltas alas.
El Cielopájaro es Nuestro porque nace de multitud de voces
e identidades. La voz poética que se elevaba hace nueve años no es nunca la del
día de la impresión del texto, y esta es siempre distinta de sí misma, tal y
como se reitera en más de un poema. Su voz es migratoria: confesional, realista,
absurdista, lúdica, microtextual. Dirigida siempre por el compás solar de la imagen
contundente que sobrevuela el juego puramente lingüístico y a veces narcisista.
Pero es también Nuestro, en un
sentido algo más arcaico, -- nacionalista si se quiere --, pues se escapa del
espacio aéreo de nuestra Isla y se eleva por el de otros pueblos, afirmando en
su canto que en Puerto Rico sobrevive la poesía, aún en tiempos en los que es
imposible hablar de representación.
La manera correcta de aprehender un cielopájaro
será siempre incorrecta. Hecho de nubes y plumas, es decir, de imagen y
lenguaje, será siempre inasible. Solo se puede acariciar momentáneamente y
dejarlo volar. Pero he ahí su riqueza: se volverá a liberar cada vez que uno se
abandone al espejismo de ser exactamente lo que lee. Entonces, será convertirse
en fragmento de espacio sideral que se vuela a sí mismo y es capaz tanto de
cantar como de atardecer.
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