Me voy por ti, me voy por mí, me voy por nuestras familias. Se le olvidó añadir, llegué por ti, llegué por mí, llegué por las ganas de volver a querer tenerte entre mis brazos, después de trece años. La Reconquista del territorio virgen que siempre me ha pertenecido. Porque, de nadie más eres o has sido. Soy yo. Dueña y señora de tus orgasmos desde que aquella tarde te dolió la barriga saliendo de la clase de educación física. Y yo te miré. No como siempre, distinta. No como cuando te contaba que tocaba y me dejaba tocar de las vecinitas y las primas y tú, con aquellos ojos grandes, sorprendida, me confesabas que a ti, ni tu novio te había cogido una teta. Eras muy nena, muy naif. Y me dejabas informarte de mis aventuras y desventuras con las de mi mismo sexo. Quedabas mala, lela, atolondrada, pero querías seguir sabiendo y de vez en cuando, me lanzabas el comentario aquel de que eras mi mejor amiga y de que no me juzgabas. Que hiciera con mi vida lo que me diera la gana y que estarías siempre ahí para mí. Claro, siempre y cuando yo no te tocara. Siempre y cuando no violentara aquella amistad casta y pura que me ofrecías. Siempre y cuando me dejaras contarme que tu novio, por fin, te había besado de lengua y te había manoseado los muslos. Y tú con la cantaleta de monja, y yo con mis desaciertos más colorados. Abrir de nalgas, meter el dedo, lamer tu adentro. Todo eso con tus ojos grandes, abiertísimos, como únicos testigos de mi confesión altruista. Pero esa tarde te dolía la barriga y estábamos solas en el gimnasio, y yo me ofrecí a sobártela. Fue entonces cuando te bajó aquello. Aquel flujo por primera vez. Unas gotitas marrones, pelotitas nomás, que aparentaban plasticina gomosa y que te mancharon el panti. Entonces yo te expliqué lo que era, más allá de lo que te había dicho tu abuela sobre el canto del gallo. Estás menstruando. Es la primera vez. Y allí estaba yo para atestiguarlo y para darte masajitos en el vientre, mientras tú, temblabas. Quise limpiarte. Me dejaste. Pasé una toallita húmeda y luego una seca, y me percaté de tu pubis apenas florecido, lleno de vellos rizados y tenues. Tus muslos eran oscuros, como el resto de tu cuerpo. Te pedí permiso y asentiste. Entonces lamí, para secar cualquier otro vestigio de la borra de café aquella que te había bajado por el cauce.
Veintidós años más tarde. Llego, hago de las mías. Hago mi acto de promesas no dichas. Apenas sugeridas y las creíste todas. Revuelvo el avispero. Y me despido. En contra de tu voluntad, te despides tú también. Te pregunto qué quieres y me dices: a ti. Me preguntas lo mismo y soy tan necia, tan hija de puta, que no se ya decirte te amo, que llevo meses sin siquiera esbozarlo. Que ya no basta pronunciarlo porque eres un manojo de vida pura y palpitante que se me sale de las manos. No sé cómo se trata a una mujer como tú. No sé cómo se le enamora, cómo se le mandan flores, cómo se le invita a cenar, cómo se le lee poesía ni cómo se le acaricia la espalda. Estoy acostumbrada a otros menesteres más cruentos. A catas de vino, a jugar golf, a vivir en mansiones y correr autos de carrera. Me voy por ti, me voy por mí, me voy por nuestras familias, he dicho y dejo la entrelínea abierta de que también me voy por las comodidades que no estoy dispuesta a renunciar, ni ahora ni más tarde. Me voy porque necesito una relación sin altibajos, y tú eres un altibajo que es una incógnita, que es mucha emoción, que es mucho sentimiento. Eres demasiada mujer que se me chorrea de las manos, no me cabes en ellas. Y me voy con el sabor de tu borra de café entre mis labios.
1 comentario:
Siempre me dejas "lelo", belleza. Talento puro
Publicar un comentario