Me dije: Si he pujado a un ser viviente desde mis adentros, y he aguantado los dolores de parto y a destiempo las contracciones, y los puntos cocidos a sangra fría de la episiotomía, y la maldita presión de una enfermera que se me acuesta encima para sacarme la placenta, puedo soportar tatuarme. Soñaba.
En el principio era el verbo, y vino la cosquillita del dibujo sobre esténcil. Luego el primer pinchazo. Luego el desgarre de carnes y pieles y la hiperventilación. Quedé a punto de desmayarme. El dolor estuvo hijo e’ puta.
Pero… de los cobardes nada se ha escrito.
2 comentarios:
Nena! Dos días sin visitar el blog y tienes tatuaje. Jajajajaja. Eres aventurera de las buenas. Yo siempre he querido hacerme uno en la cadera pero soy cobarde para el dolor físico. Luego me tienes que contar en detalle.
Me alegro muchísimo que te dieras una escapadita de fin de año. Espero verte pronto con nuevos colores en tu piel.
Y sí de los cobardes no se escribe.
Un beso.
Yolandaaaa! no puedo, eres demasiado cool!!!!!!!!
el dolor es pasajero, el tatuaje se quedará para siempre como testigo de tu valentía.
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