Isaac Cazorla y Kalman Barsy
Los mundos paralelos y la cámara escondida, para los que no hemos leído (aún) La Vagina de Platón
Por Isaac Cazorla
Anoche escuché a Wilfredo Mattos Cintrón hablar de los universos paralelos, teoría física que usó como pretexto para abrir una posible teoría literaria según la cual, en ese otro orbe, de manera atrevida y risueña, los personajes de las novelas se inventan autores -de nombres improbables- y se los comparten de libro en libro. Todo un mundo paralelo al nuestro, sí, que nos explicaría desde el otro lado del espejo, lo que está pasando con esta novela: Wilfredo Mattos Cintrón, Isabelo Andújar, Kalman Barsy, saltando felices de un mundo a otro, entre vinos, bolitas de yuca y salchichón, ora autores, ora personajes de ficción.
Anoche, también, me pareció ver un dúo de universos independientes, aunque complementarios: la dupla hecha por la lectura de un libro y por la presentación del mismo libro. Ambas tienen vida propia. El libro hace hablar a las personas y a veces uno no pasa por la lectura, sino solamente por el mundo paralelo de los comentarios del libro y de esta manera, éste nos deja -por adelantado- su huella.
Así, los que no hemos leído (aún) el libro, pero hemos estado en el conversatorio, ya hemos recibido un buen baño de reflexiones, todas ellas, creo, para pensar y sonreír, anoto algunas al azar:
1. Uno puede tener conciencia de Vadinho, saberse Vadinho, gozarse Vadinho, durante muchos años y un buen día descubrir que no se es sino Teodoro y que, anoche y por mucho tiempo, doña Flor nos ha puesto una corona en la cabeza, sin anestesia y sin atenuantes a la vista. ¿Qué hacer? ¡Sonría! ...no está usted en cámara escondida.
2. La alegoría del amor fue -cuando el arco y la flecha eran armas importantes- un niño regordete y sonrosado con un arma en las manos. Hoy, que el amor es tal vez más urgente que nunca (y que las armas han cambiado de formato y de eficiencia), la representación real sería la de un niño con una Magnum en la mano que de manera traviesa nos da un tiro -mortal las más de las veces- que nos hace caer a los pies de quien a todas luces no debería ser, porque el amor es insensato, porque no se ama a quien gana un concurso de méritos como persona, sino a quien por algún conjuro inexplicable (y seguramente maléfico), simplemente nos hace sentir vivos, porque en la manifestación del amor hay siempre un ingrediente infantil e irreflexo que adormece -y a veces elimina- la consciencia y la madurez. El amor es -acaso- el disparo que hace al espejo aquel niño que se nos ha quedado dentro. Un pequeño descuido y ¡zas! Somos de pronto un francotirador sin experiencia alguna, un pibe jugando a la guerrita, creyendo que los pajaritos están preña’os. ¿Le ha caído a usted el tiro? Sonría. No está usted en cámara escondida.
3. Cada cultura tiene sus propios códigos de ajuste de cuentas. Cada cultura tiene sus propias tablas de asignación de vergüenzas. La mayoría de las veces, todo esto es irracional y harto inútil. El hombre que se siente culpable de los desmanes de su mujer, el grupo ante el que debe responder por lo que no tiene control alguno, son tal vez algunas de las taras más notables de occidente en este tema: si una mujer es infiel, es a su pareja a quien le da vergüenza... y es una vergüenza que le salió gratis, sin haber sido el infiel (al menos esta vez). ¿Siente usted esta vergüenza? ¡No señor! ¡Sonría! aunque no esté en cámara escondida.
4. Nadie tiene el control sobre los valores del lector. Éstos pueden un día amanecer buscando redenciones o personajes iluminados que cometan grandes errores y que muestren las grandezas de lo humano, aceptando grandes e históricos castigos y otro día pueden amanecer buscando un reflejo escrito que les de una luz sobre quiénes son, en dónde viven, de qué callan, de qué se ilusionan, de qué huyen, quiénes se creen que son. Queridos lectores: sonrían.
5. La relación entre el autor y sus personajes será tal vez un reflejo de la relación del autor consigo mismo, la crueldad, la sorna, la risa infame, la risa cómplice, el tono burlón de quien tiene la pluma en la mano es -seguramente- la marca inconfundible de quien ha aprendido a reírse de sí mismo, esto -a su vez- es el sello que uno lleva en la mirada cuando, también, se ha llorado demasiado. Ergo, una vez más: sonría.
6. Mirar a Puerto Rico desde afuera, es una experiencia que nutre, tanto al observador como al observado, más aún cuando esto se combina al mismo tiempo con la mirada desde dentro. ¿Cómo se consigue esto? Tal vez naciendo en Hungría, creciendo cerca de Buenos Aires, correteando el mundo con una mochila al hombro y llegando a una isla que es al mismo tiempo y sin permiso de nadie un lugar de llegada y de partida, aunque habremos siempre los que nos quedemos aquí, porque -ya lo he dicho alguna vez, plagiando la poesía- hay, habemos, sí, boricuas que, simple y llanamente, nacimos en la luna. Por eso y muchas cosas más, sonriamos muchachos, esto es Puerto Rico. Aunque no lo crean, no hay cámara escondida.
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