“El vuelo de la reina” es una novela que se estudia en el Taller de Literatura Transgresora que dicto. En ella, su autor Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista, premio Ortega y Gasset 2009 trabaja el tema desde la transgresión erótica. La novela fue Premio Alfaguara en 2002 y retrata la relación “irresistible sobre la fuerza que nace de la cara oscura del deseo. Entre Camargo, el poderoso director del principal diario de Buenos Aires, y Reina Remis, una joven periodista a la que dobla la edad, surge una pasión que los conduce a un peligroso juego de obsesiones. La intriga y el suspenso erótico pueblan esta historia de dominaciones, corrupción e instrumentos de poder, hasta dibujar un final imprevisible, consecuencia última de la ambición desmedida y del presente y el pasado del protagonista.” Eloy Martínez usa un sello de goma con Camargo al permitirnos ver todos sus defectos, sicosis y la desfase emocional que le ocasiona Reina, el objeto de su deseo. Se cumple en Camargo la línea aquella de “conmigo pero nunca sin mí” de un modo anticlichoso, sorpresivo y desgarrador. La novela es un “must-read”.
Descubro hoy, con sumo pesar, que Tomas Eloy Martínez murió ayer domingo en Argentina a los 75 años. Estoy dolida. Eloy Martínez nos deja ‘El vuelo de la reina’, y yo, sin esa abeja, me he quedado sin panal a donde ir a buscar miel.
Hace seis años, en el 2004, estuve bajo la dirección de un mecenas literario que se encargó de instruirme en todo lo relacionado a la literatura actual argentina. El Dr. Alberto Campos Carlés fue ese hombre cuya mentoría me elevó por los más enrevesados caminos de los mejores y más destacados escritores de su natal Argentina. Alberto es pediatra de profesión y bajo su cándido albergue emocional, nacieron textos como el de ‘Pollitos de Colores’ y ‘Claro’, contenidos en mi libro “Ojos de luna”. Alberto me instruyó en Borges, y en las hermanas Ocampo, con las que compartió un íntimo estallido de afectos y obras literarias. Por último, también me instruyó en Tomas Eloy Martínez. Descubrí joyas como “Lugar común la muerte”, “El vuelo de la reina”, “Purgatorio”, “Santa Evita” y “La novela de Perón”.
Me duele que nos sigamos quedando sin referentes. Quizás es por eso que se ha recrudecido mi insomnio, y que ha llegado a mis manos un libro sobre Reencarnaciones que funciona, más o menos, como una linterna para alumbrar. No sé. Sigo confundida, a pesar de todo. Pero sigo escribiendo y leyendo, hasta que la muerte nos separe.
Descubro hoy, con sumo pesar, que Tomas Eloy Martínez murió ayer domingo en Argentina a los 75 años. Estoy dolida. Eloy Martínez nos deja ‘El vuelo de la reina’, y yo, sin esa abeja, me he quedado sin panal a donde ir a buscar miel.
Hace seis años, en el 2004, estuve bajo la dirección de un mecenas literario que se encargó de instruirme en todo lo relacionado a la literatura actual argentina. El Dr. Alberto Campos Carlés fue ese hombre cuya mentoría me elevó por los más enrevesados caminos de los mejores y más destacados escritores de su natal Argentina. Alberto es pediatra de profesión y bajo su cándido albergue emocional, nacieron textos como el de ‘Pollitos de Colores’ y ‘Claro’, contenidos en mi libro “Ojos de luna”. Alberto me instruyó en Borges, y en las hermanas Ocampo, con las que compartió un íntimo estallido de afectos y obras literarias. Por último, también me instruyó en Tomas Eloy Martínez. Descubrí joyas como “Lugar común la muerte”, “El vuelo de la reina”, “Purgatorio”, “Santa Evita” y “La novela de Perón”.
Me duele que nos sigamos quedando sin referentes. Quizás es por eso que se ha recrudecido mi insomnio, y que ha llegado a mis manos un libro sobre Reencarnaciones que funciona, más o menos, como una linterna para alumbrar. No sé. Sigo confundida, a pesar de todo. Pero sigo escribiendo y leyendo, hasta que la muerte nos separe.
2 comentarios:
Una memoria de Tomás Eloy Martínez
Por: Edwin Cuperes Vélez
Conocí a Tomás Eloy Martínez en marzo de 1998, durante su estancia en Puerto Rico, a donde había llegado para participar en el simposio Historia y ficción en la novela Santa Evita. La facultad de Estudios Generales del recinto de Río Piedras estaba abarrotada de profesores, escritores, editores y de un público exigente que había ya devorado esa novela extraordinaria sobre la Eva de Perón, con la que Eloy Martínez había cosechado una merecidísima ovación mundial. Yo, un escritor aguadillano, pobre y desempleado, busqué dinero prestado para allegarme al lugar. Como todos los escritores en ciernes frente a los paladines literarios de nuestro tiempo, yo me sentía en especial sintonía con el escritor Argentino, tanto por la calidad de sus obras como por la historia de su vida, pues había sido testigo de los acontecimientos políticos y literarios que dinamizaron el nacimiento del Boom y se lo consideraba un personaje esencial en la tremenda acogida de Cien años de soledad en la Argentina que catapultó a García Márquez a la gloria universal.
Acabadas las ponencias del primer día, Eloy Martínez me firmó mi ejemplar de La novela de Perón, pues no había yo tenido dinero para comprarme un ejemplar de Santa Evita. En vez de irme, me quedé largo rato atisbando al escritor por sobre las cabezas de los demás fanáticos, hasta que sólo quedaron en el anfiteatro otros escritores ya consagrados en nuestro país, quienes junto a los organizadores del evento se fueron a comer junto al homenajeado. La envidia amargó mi cena solitaria de pizza y refresco. Yo ya tenía su autógrafo, pero de todos modos asistí a todos los demás días de los cuatro días del simposio, esta vez con un ejemplar de Santa Evita que había sacado prestado de la biblioteca de la universidad. Eloy Martínez me identificó pronto en la fila de espera, nos fotografiamos, volvió a estampar su autógrafo en el libro y hasta hablamos un rato de su grata experiencia en Puerto Rico.
El último día del simposio nos fotografiamos junto a la escritora Mayra Santos-Febres y el escritor Karman Barsy. Después lo seguí hasta la librería La Tertulia, donde lo esperaba una multitud de admiradores. Al terminar la conversa de café y galletas me despedí de Eloy Martínez con una mano distante, pero él me abrazó, me agradeció la admiración que le prodigaba y me deseó suerte en mis ejecutorias literarias. Entonces le confesé las tribulaciones que había tenido yo que pasar para haber venido a verle todos esos días, en una escena de alocado fanático que él, sin embargo, supo comprender y aceptar. Me dijo que esa gratitud de lector era el pago más preciado de los escritores y lo vi aturdido ante la efusividad de mis palabras, como si en ellas escuchara el aplauso anónimo de todo un pueblo.
Meses después le escribí un correo electrónico para hacerle saber mi interés en estudiar en Rutgers University y él se acordó de mí y me guió en el laberinto de la escuela graduada. Durante los siguientes años le seguí sus pasos: la muerte de su esposa; el Premio Alfaguara; las incontables páginas de su pluma excelsa que seguía cincelando en los periódicos del mundo. Su muerte, esta semana, me tomó por sorpresa. Un artista ha muerto, pero su obra, irrepetible, lo mantendrá vivo en la conciencia humana. Embalsamado en palabras, como a su heroína Evita, sus libros recorrerán el orbe y lo transfigurarán a la gloria. Hoy, a pesar de su agnosticismo, yo le pido, como las comadres de su última línea de La novela de Perón:
“—¡Resucitá, machito! ¿Qué te cuesta?”.
El autor es escritor aguadillano, ganador del Premio Internacional de Novela del instituto de Cultura Puertorriqueña 2008.
Edwin, gracias por el honor de pasar por aquí y el maravilloso texto!
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