Palabras de la Dra. Carmen Centeno
Las negras nos transporta al
mundo de la esclavitud paridora según algunos teóricos de la modernidad. [...] Yolanda Arroyo Pizarro, su autora,
nos sumerge en la violencia que los códigos de la época validaban mediante un
derecho patriarcal. Su escritura, que es
totalmente transgresora, se cuela por entre los intersticios más íntimos de lo
sexual para presentar los cuerpos devaluados y atormentados. Aquí sexo y tortura van de la mano. Lo (in)
justo está justificado en función del poder económico que explota los sujetos
femeninos como fuente de nuevos ingresos y de placer. El derecho está
codificado en función del poder que se ejerce sobre las otras no solo como
trabajadoras, también como reproductoras.
Algunos detalles del
texto nos recuerdan al Alejandro Tapia que consignó en Mis memorias lo horrendo de la institución esclavista, sobre todo
con su ejemplo de los latigazos a la mujer encinta para lo cual se cavaba un
hoyo en la tierra en el que depositaría su barriga para poder castigarla. Las
escenas de Arroyo Pizarro son igualmente crudas y en el texto desglosa sus fuentes de
información.
El capitán del nao amarra las piernas a la mujer que había intentado escapar en la orilla durante el trayecto de las canoas. Respira poco. Sus desangradas orejas y orificios nasales no le permiten gritar. Se retuerce, lucha, pero lo hace con un llanto silencioso mientras es levantada en vilo, desde el suelo, por los pies. Cabeza abajo y amarrada también de las manos, varios hombres colaboran para lanzarla al mar. (p. 57)
La escena se cambia.
Ahora otra mujer es lanzada al mar. Wanwe piensa que va a ahogarse, pero su
final es otro. Cuando deciden alzarla su cuerpo ya ha sido cortado a la mitad
por los tiburones. Es un acto de excesiva crueldad que sirve para aterrorizar
sicológicamente a las féminas.
Ante la violencia a
que son sometidas las negras la confesión de la esclava Ndizi antes de ser sometida a
la horca no resulta sorprendente, sino fruto de la desesperación y acto de
resistencia que nos hace cuestionar lo justo y lo injusto ante sus palabras
sobre la muerte de los niños:
Los ahogo en el balde de recolectar placentas, padrecito. Presiono sus negras gargantitas con mis dedos y los sofoco. O les asfixio con su cordones umbilicales, incluso maniobrando antes que salgan del vientre. (p. 93)
Autoritarismo,
gobernanza y lo (in) justo están íntimamente unidos en esta[s] obra[s], pues el
autoritarismo abole la gobernanza, borra las posibilidades de la normativa de
lo justo que parta de una ética de derechos humanos. Los autores
puertorriqueños han ejercido su palabra para contribuir a la elaboración de una
praxis que niegue el totalitarismo y que muestre los efectos del mismo en las
vidas humanas, particularmente en esta isla caribeña cuyo estado huele a
carroña y corrupción. El terror presentado nos recuerda las descripciones de
Eduardo Galeano ante las torturas. Son siempre las mismas, ayer y hoy. Lo mismo
en el estadio de Chile bajo Pinochet que en las zonas en que durante la Guerra
Civil Española murieron asesinados muchos liberales, cómicos, homosexuales,
mujeres valientes. La muerte es la misma en la matanza del 37 en República
Dominicana que en los actos de Cerro Maravilla en Puerto Rico.
[Se]
ha elegido llenar el vacío de la memoria rota de que nos hablara Arcadio Díaz
Quiñones, grabar mediante la escritura el autoritarismo vivido tanto como las
resistencias cotidianas; labrar otro horizonte a través de la denuncia y de la
invención de otra historiografía, una que nos libere de un estado aséptico,
autócrata y excluyente, una que rompa con la borradura de la historia y las
trampas del olvido. En este sentido [se] han enfrentado las relaciones de poder no
como entes pasivos sino con un campo entero de respuestas como ha propuesto el
gran francés [...] Michel Foucault: Una relación de violencia actúa sobre un
cuerpo o cosas, ella fuerza, doblega, destruye.
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