Paraíso sobre metal: Lunación de Yolanda Arroyo Pizarro
por Cindy Jimenez
We
all question our place in
the future.
The
artist’s job is not to succumb to despair
but to find an antidote
for the emptiness of existence.
Gertrude Stein to Gil Pender
Midnight in Paris Woody Allen
En días
pasados estuve en Pétion-Ville, Haití y escuché a Edwidge Danticat hablar sobre
las diferencias entre escribir ficción y no-ficción, ante una audiencia en su
mayoría haitiana. La autora de Krik?
Krak! (1991), colección de cuentos hilvanados en la lucha y la
supervivencia en distintos contextos históricos haitianos, decía que al
dirigirse a un público estadounidense, ellos asumen que ella sabe de lo que
está hablando. En el Caribe, sin embargo, hay que probarlo.
Nuestra historia (también de lucha y
supervivencia) está tejida en la oralidad de las palabras, en algunos casos
inventadas, pero palabras al fin. Los caribeños nombramos y creamos con el
verbo. Por eso, cuando tenemos de frente a un buen contador de historias, no
sólo abrimos los puños para recibir, también dejamos que esas fábulas, esos
mitos, esas nanas, esas sentencias, esas letanías para rituales se nos enreden
entre los dedos, como si tocáramos obras en óleo recién pintadas. Sí, el Caribe
está lleno de historias, la clave está en saber contarlas. Así, la colección de
cuentos, Lunación (2012) de la escritora puertorriqueña, Yolanda
Arroyo Pizarro, llega con la fuerza de la luna y de la sangre, para no
despegarse de una sola de nuestras extremidades. La autora boricua, nos prueba
una vez más que es una gran narradora.
El libro además de contar con un
prólogo por Mario Cancel, consiste de doce cuentos magistralmente escritos; los
ocho relatos que componen Ojos de luna
(2007), que han sido ampliamente reseñados y cuatro historias nunca antes
publicadas en alguno de sus libros. Estos doce textos logran completar un
especie de calendario lunar en la narrativa urgente de Arroyo Pizarro. Me he
centrado, no obstante, en los textos inéditos del libro.
Lunación
abre con un relato homónimo contado en doce viñetas. El lector, entonces, entra
a un ciclo de doce dentro de otro ciclo de doce, como si se tratase de una
muñeca rusa. Cabe señalar que astronómicamente hablando, se le ha atribuido el
origen de los meses del año a la lunación. El texto en cuestión, sin embargo,
nada tiene que ver con astronomía, ni con el calendario, aunque la luna en
todas sus fases está presente para ser testigo de lo que acontece en un museo
en el que ocurren actos performáticos poco ortodoxos, aún para aquellos
familiarizados con la obra de la extraordinaria artista guatemalteca, Regina
José Galindo. En una de las salas, en la que la protagonista trabaja como
conserje, una mujer especialista del body-art
se sienta a sangrar dentro de un círculo pintado en el piso, los miércoles
y viernes. La conserje debe limpiar la sangre que sobresale del círculo sin
eliminar el resto de la muestra de la obra de arte una vez la performera ha
abandonado su acto. En una sala contigua trabaja Benita, la otra conserje. En
ese espacio, una mujer yace en el piso sin agua ni alimentos. La observa una
cámara conectada a internet y a los medios de comunicación masivos. Su acto es
agonizar y morirse. El texto va mostrándonos lo que acontece tanto en ambas
salas del museo como entre las conserjes que trabajan en las mismas en el
transcurso de las doce viñetas como si tuviésemos los ojos cubiertos por
nuestros propios dedos abiertos. No queremos mirar, pero no podemos despegarnos
hasta saber si muere la chica de la segunda sala, si Benita, la conserje,
regresará a trabajar, o si al comenzar un nuevo ciclo de lunación tendremos el
corazón fuera del pecho o si habrá sangre fuera del círculo. Colegas lectores,
bienvenidos al ciclo de los voyeurs. Porque leer a esta autora boricua
significa dejar las inhibiciones de la censura a un lado. Lo prohibido se
vuelve la norma. La sangre mens(tr)ual se convierte en infusiones de ambrosía
libidinosa.
No confundamos el placer de ser
observadores con el dolor de mirar al dolor con ojos propios y ajenos a modo de
denuncia. Ni el mismo Edgar Allan Poe hubiese adivinado que al presenciar tanto
horror y miseria humana, aún las aves de rapiña gritarían alarmadas. No en
balde Steven Millhauser dijo que “el relato cree en la transformación. Cree en
poderes secretos. Su método es la revelación. Su pequeñez es el agente de su
poder. El relato no se disculpa de nada.“ Los cuentos de Arroyo Pizarro
muestran lo que la anestesia de la publicidad desea esconder. No se disculpa
para decir lo que las verdades hegemónicas han querido ocultar en libros de
historia, en parafernalias del mass media,
en libros de texto que han sobrevivido al censor gubernamental de la tiranía
colonial, ni en los textos sagrados de la escuela dominical. A propósito de
aves, Rapiña, incluido en la
antología de narrativa hispanoamericana contemporánea, El futuro no es nuestro (México, 2012), en su blog, Boreales, y el
cual ha sido alabado por la crítica hispanoamericana, es la primera vez que aparece publicado en uno de los libros de
Arroyo Pizarro.
Infusiones
es el tercer cuento de la colección, porque después de dos textos tan intensos,
el lector necesita un refrigerio. No
obstante, una vez hemos entrado en el texto, nos damos cuenta que ese tentempié, no es más que un juego de
justicia poética ante un pasado desgarradoramente violento. O un preámbulo a un
futuro desesperanzador como el de Fukushima
entre dos. Este último relato, de los cuatro primeros cuentos de Lunación, nos presenta un futuro en el
que el agua carga excesos de yodo radioactivo tras una explosión nuclear. A
pesar de haber regulado el proceso de terminación, que cada persona puede
gestionar de manera legal, la voz narradora quien al inicio del relato realiza
ese trámite, se encuentra en un futuro incierto y apocalíptico, pero ya sin
soledad. Así la muerte o la prolongación de la misma se convierte en un ritual
más de la vida doméstica.
Los
ocho cuentos que le siguen a los textos antes mencionados, entre los que
destacan, Ojos de la luna, Moridero de olas y Saeta, nos llevan por distintos espacios temporales entre pasados
históricos, (algunos ucrónicos) y futuros desolados. Sobre ellos han hablado
destacadas figuras como Mayra Santos Febres, Carmen Dolores Hernández, David
Caleb Acevedo, entre otros. No cabe la menor duda que la autora tiene una voz
muy firme tanto en nuestra literatura puertorriqueña actual como en la
hispanoamericana y seguirá sonando por mucho tiempo. Sus textos ya son materia
de estudio en universidades locales e internacionales.
La semana pasada anduve por las
calles de Port-au-Prince y noté que entre tantos escombros, piedras, casetas
con diminutas puertas improvisadas de zinc en una ciudad casi desaparecida ante
nuestros ojos, a pesar del futuro incierto, del dolor y la miseria, los
artistas haitianos, algunos autodidactas, pintan paraísos sobre rectángulos en metal de diversos tamaños. No hay uno
igual al otro porque cada pintor crea una pieza única basada en la noción que
tiene del paraíso. Fue como ver una producción en masa de metáforas. Así,
Yolanda Arroyo Pizarro se vale de la belleza de la escritura, la que en
nuestros tiempos funge como lenguaje e imagen, para pintar su paraíso en el
duro metal de lo que sobrevivimos desde los tiempos de nuestros ancestros, en
lugar de hacerlo sobre lienzo. Con este nuevo libro, la autora nos regala un
paraíso lunar, con su luz y su sombra, con lo hermoso dentro del horror.
Publicada en El Post Antillano:
Cindy Jiménez-Vera (New Jersey/San Sebastián del Pepino, 1978). Obtuvo mención de honor en el Primer certamen
de poesía de Casa de los poetas, 2011 (Puerto Rico). Textos suyos han sido
publicados en revistas literarias y antologías tanto a nivel local como
internacional. Acaba de publicar su primer libro de microtextos, Tegucigalpa.
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