Escribir sobre mujeres en 2014: un ejercicio más allá
de la solidaridad
Texto de presentación del libro ‘Las divas de mi
barrio’ de Carmen Montañez
Por Yolanda Arroyo Pizarro
Escribir
sobre mujeres. Podría decir, por ejemplo, mi primera mujer ejemplar, o mujer
diva, como le llama la autora a estas criaturas míticas que una se va
encontrando en la covacha, la parada de autobús, la avenida o el barrio, y que
pasan a ser un hito en nuestras existencias. Entonces, retomando, podría decir,
mi primera mujer diva fue mi abuela. Mujer sobresaliente. Mujer amada y
amorosa. Mujer errática y contradictoria. A veces castrante, a veces católica,
a veces muy pecadora. Mami (así le decía yo), me construyó a su imagen y
semejanza. Pero las imágenes y las semejanzas son solo acercamientos, no copias
calcadas y exactas. Así que me le parezco, pero no tanto. Por ejemplo, mami
decía que debía yo tener cuidado con los blancos; que eran traidores, que eran
opresores, que hacían el daño a las mujeres negras y luego no saldaban cuentas.
Mami también me decía que atrapara uno, que capturara uno, que con uno me
casara para mejorar la raza. ¿Ve usted la dicotomía?
Así,
una primera diva del barrio en donde me crie, el barrio Amelia, vivió adentro
de la casa en donde me crie. Me la recordó el personaje de la santiguadora en el
texto de Montañez. Aquella que llamaban Virginia, la curandera. Mujer fuerte,
que manda y va. Que dictamina y no espera a que le digan, ella dice, ella
ordena. Pero con todo y su fortaleza, la vemos débil en la muerte de su padre,
en el recuerdo de la muerte de su madre. Y me hizo recordar de nuevo a mi
primera diva. Mami murió cuatro días antes de que muriera el amor de su vida,
Papi, su consorte eterno. Tenía 89 años. Él, 90, cuando 96 horas más tarde
cerró los ojos ante la pena de no volver a verla.
Montañez
provoca estas nostalgias. Este reencuentro de gente linda en los barrios.
Amalia la viajera, mecida en aquel último viaje en el sillón; María la menos
puta, extraviada para siempre en un manicomio, instigada por la voz; Maximina y
su alambique y su revolotear en el sahumerio del último incienso; Doña Paquita,
María del Pilar, Carmelina, Ana Flecha, varias más.
Ayer
encontré el ejemplo de otra diva, quizás una de las últimas que he conocido. Y
es que siguen apareciendo por aquí y por allá. Siguen sobresaliendo y dejándose
ver en mi entorno para que recuerde que nuestra libertad absoluta no ha sido
lograda. Las mujeres seguimos a la merced de quienes creen sujetarnos,
entregadas a quienes creen mandarnos, llámense esposos, esposas, el estado, la
iglesia, la sociedad o las infiltradas —otras mujeres— dentro de nuestra propia
comunidad que muy lastimosamente están al servicio de los que subyugan. Ellas
también nos esclavizan. Ser una mujer y decirle a otra mujer que no hable de su
sexo, que no hable de su regla, que no hable de sus abortos, de su corazón
roto, de su color de piel, de su precariedad, o de su denuncia (cualquiera sea
esta) es ser una infiltrada que solo sirve a la tiranía de la desigualdad. Es
ser una traidora que solo desea acallar la conciencia sucia. Ya lo dijo una de
mis divas favoritas, Susan Sontag, y yo lo refraseo: «Toda mujer ya liberada
que acepte con complacencia su situación de privilegio, sabiendo que hay otras
en la escasez y en la penuria, se hace cómplice y partícipe de la opresión de
las demás mujeres.»
Por
eso ayer cuando leí en 80 grados el nombre de Elma Beatriz Rosado, próxima a
graduarse de historia en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto y el
Caribe, compañera de vida y viuda del
líder independentista asesinado por el FBI, Filiberto Ojeda Ríos, me dije: allá
va otra diva. La pude reconocer. Textos como el de Carmen Montañez me facilitan
la radiografía.
Elma
Beatriz tuvo la deferencia de escribir un texto en homenaje a Dinorah Marzan,
uno que tituló “Siempreviva” y que me hizo recordar a esa otra gran diva que nos
abandonó en cuerpo el mes pasado.
Así
que si usted todavía se pregunta, ¿por qué seguir escribiendo sobre mujeres?,
tengo que adelantarles que la respuesta necesaria está en ‘Las divas de mi
barrio’, un libro que mueve a querer perpetuar el paso existencial de gente que
te toca de especial manera, gente que se encarga de hacerte madurar con su
quehacer o su deshacer.
«Un
buen escritor es aquel que tiene una mirada original sobre el mundo y sabe
contarnos lo que ve. Hay muchos escritores capaces de hacer lo segundo con
enorme habilidad, pero les falta lo primero.»
Esta cita de José Ovejero, escritor y premio Alfaguara de novela 2013 se
cumple cabalmente en el libro de Carmen. Ella sabe hacer lo primero y domina
magnamente lo segundo. Esto es un libro de huellas, de entornos, de
consecuencias, de militancias.
Finalmente, me gustaría dejarles con este extraordinario pensamiento de cierre que alguna vez le leí a la escritora Virginia Despentes: «Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las insatisfechas, las que nadie desea, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena mujer.» He aquí las divas, las de mi barrio, las del barrio de Carmen, las que nos han forjado, criado, servido de ejemplo. Pido un fuerte aplauso para un texto necesario, sobre mujeres necesarias.
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