Reseña: Yolanda Arroyo Pizarro, “Transmutadxs”, Carolina, Puerto Rico, Boreales (2016)
Por: Wilkins Román Samot
Yolanda Arroyo Pizarro (1970-) es poeta, cuentista, ensayista, novelista, editora, antóloga… escritora. Su sonrisa nos suele dibujar una sonrisa. Yolanda es irreverente y provocadora en las redes y fuera de las redes, en sus letras e imágenes literarias y no literarias, y forma parte de esa marea feminista que expresa su resistencia contra las políticas de austeridad en las calles y alamedas del país de los cuatro pisos, Puerto Rico. Arroyo Pizarro tiene en cuanto escritora, una actitud que me agrada. Su obra literaria, su trabajo creativo va de la mano a su personalidad. Recientemente, ha recibido el premio de Escritora del Año en Literatura Queer 2015 por el Centro Comunitario LGBTT de Puerto Rico. Eso también nos agrada, mucho, que sea parte de una comunidad de vida que le premia y valora su creatividad. Desde Origami de letras (Puerto Rico: Ediciones Puertorriqueñas 2004), no para de escribir sin permiso, Monseñor, sin permiso, como debe ser.
Transmutadxs, es en lo fundamental su trabajo de grado conducente a su Maestría en Creación Literaria con especialidad en Narrativa de la Universidad del Sagrado Corazón (febrero de 2016). De los cinco cuentos que contiene Transmutadxs, sólo uno no forma parte de dicho trabajo de grado. Nos referimos a “Final de Leticia”, trabajo inspirado fundamentalmente en los cuentos de Julio Cortázar (1914-1984) en Final del juego (1956), “Continuidad de los parques”, “Axolotl”, “La noche boca arriba” y “Final del juego”. En “Final de Leticia”, Yolanda trata de la perdida al miedo que se aborda mediante el querer “besar gente distinta.”
“Final de Leticia” se desarrolla durante tres meses de encuentros con Leticia en una casa de citas, a partir del acto de la iniciación bajo parámetros de excepción, y de precedente sexual aceptado por sus propios pares. Leticia toma su nombre del personaje de Final del juego que más le ha llamado la atención. Si Leticia toma su nombre del cuento de Julio, resulta que: “Final es ese miedo de no poder contar lo que sientes cuando tu Leticia anuncia que se va del pueblo.” Transmutadxs se divide en dos partes, Transmigradxs y Transformadxs. “Final de Leticia” forma parte de la primera parte junto a “Changó” y “Entre las nalgas”. De Transformadxs forman pate “Los niños morados” e “Hijos de la tormenta”.
En “Changó”, Yolanda aborda el tema de la migración dentro del contexto de la identidad del género y la orientación sexual como asuntos que se asumen o que permiten asumir roles sexuales diversos y transformativos dentro del contexto de la vida cotidiana, de la misma vida-deidad. De ahí que Changó Almonte, una deidad mujer en Puerto Rico, haya sido Fabián en República Dominicana, pasando luego a ser Juan Candelario en Puerto Rico. “Changó” es descrito como “hombre primitivo, musculoso”, y a su vez, con: “Nalgas de alabastro virgen, nalgas de sireno escamoso”. Resulta ser el mismo ser ahora deidad-mujer que en la República Dominicana es “hijo de un médico” que parece “preñó a la hija blanca y rica de alguien, y lo están buscando para limpiarle el pico”. En cuanto deidad-mujer, será el que, luego de olerle, lamerle, acariciarle, le escucharás “que finalmente Changó te susurra méteme los dedos”, aun cuando no era parte del acuerdo de intercambio de rebajas sustanciales por el servicio de acarreo brindado desde Isabela hasta Cataño.
En “Entre las nalgas”, Arroyo Pizarro nos habla desde el punto de vista queer de Yadira, un tanto personal también (en primera persona), la experiencia socio-cultural del deseo de ser-sentir ser la Iris Chacón. Yolanda narra cómo el fenómeno Iris Chacón impacta la vida escolar, familiar, comercial y religiosa. En especial -como si tratara en primera persona-, Arroyo Pizarro lo hace desde el punto de vista de un grupo de menores que van desarrollando su sexualidad o sexualidades a partir o dentro del contexto fenomenal que fue la Iris Chacón. Debemos recordar dos cosas, la autora es nacida en 1970 e intentará “reproducir detalles específicos de mis amigos, aquellos que pasados los años será muy difícil volver a encontrar” en Cataño. Pasa, pues, que:
“El dilema de contar lo sucedido antes de que nos suspendan a los dos por una semana implica que hay que discutir el asunto en presencia de la directora, de mis tíos y de la madre de Samuel, quien tiene que ausentarse por unas horas de su trabajo. Y por supuesto que saldrá a relucir el evento de los pantis de María Teresa apiñados dentro de sus nalgas, en clara imitación a la vedette de América. Y claro que habrá que contar distintas versiones, y habrá que citar a María Teresa y a sus abuelos para que hagan acto de presencia, y tanto la directora como la trabajadora social habrán de reprender a nuestros familiares y encargados por la mala supervisión de los más chicos.”
En consecuencia, la supervisión requerida de los más chicos modificará conductas, o por lo menos eso ha de intentar. También, romperá grupo, alejará de la juntilla a la juntilla, por lo que “Iris Chacón desaparecerá para siempre de nuestra rutina”. No dejará, sin embargo, de provocar jaquecas, mal de amores, aquello que la ciencia médica ha de clasificar como “una enfermedad autoinmune” pero que no es más que el golpe que Yadira recibe ante la partida inesperada y forzosa de María Teresa de su vida escolar cotidiana en Cataño. De ahí, que más que la presencia visual de la Iris Chacón, trata de su impacto en la vida diaria, en la vida cotidiana o en la forma y manera en que ésta es absorbida y sobre-actuada por su público:
“Entonces tengo que hacer un gran esfuerzo para contar mis impresiones, porque entre lo que vi la noche anterior de la Iris Chacón y la muestra que en vivo y en directo nos acaba de hacer María Teresa hoy, me han dado escalofríos.No lo entenderé en ese momento, por supuesto.”
En “Los niños morados”, Yolanda afronta y confronta al lector con la vida cotidiana, ahora fuera del contexto de la migración, dentro del contexto escolar y del residencial público. Los golpes de la vida parecen ser símbolo de resistencia, de aguante, de lograr ser escuchados, de lograr que se acostumbren a que nos escuchen. El acto de escuchar y lograr ser escuchado sienta las bases del espacio-tiempo de la transformación. Elena, en primera persona nos dice:
“Nadie habla del morado pero me lo encuentro tan a menudo, resaltado en las pieles, mejillas y rodillas de tantos compañeros de escuela a mi alrededor, que por mucho tiempo me preguntaba qué significaría. Hoy lo sé.”
Ya al final del cuento, Elena narra como el Jefe que no le permite que le hable de Ricardo, le pide que le relate historias, y “que le cuente cómo imagino el rostro de Johana luego que nos demos nuestro primer beso”.
En “Hijos de la tormenta”, Arroyo Pizarro trata el tema del suicidio dentro del contexto del cambio político y de las transformaciones del cuerpo y del género. Narra para reescribir la historia política de las relaciones de poder entre Puerto Rico y los Estados Unidos, destruir la verdad de los acontecimientos tal cual post-verdad. No tiene razón ni le tiene que tener. Lo importante es que Paola nace hembra cual hija de un parto de dos mamás, Alfonsina, que le da a luz, e Isabel. Roberto, entiende que: “Este pendejo mundo está loco”. Mario es Paola, la hija de un emigrante dominicano oriundo de las Salinas, República Dominicana, donde nacen los güevedoce. Nixon ha renunciado a la presidencia en 1974, no sin antes indultar a Dolores en 1970. Resulta que en 1975 Dolores es electa gobernadora de Puerto Rico, habiendo sido reelecta en 1979. En 1982, al final del segundo término de Dolores, Paola deja de ser mujer, y pasa a ser Mario. Finalmente, Roberto “deja de existir tan de repente, tan destrozado”.
Los cinco antedichos cuentos de Yolanda no tienen que ser ciertos. Sí traen su trasfondo social, cultural, y digamos histórico-literario, lo que les hace susceptibles de ser constatados en hechos y entornos socio-históricos. Es por ello que no nos debe de extrañar su dedicatoria, a nosotrxs, lxs transmutadxs; a Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882); y a la Dra. Lizza Fernanda (1950-). Como cuentos presentados para obtener un grado, su calidad literaria delata que han sido leídos y releídos, revisados con el deseo de seducir, y seducen. Son textos que invitan a ser leídos con pasión, afección y confeccionados desde el sentir-ser. Se deben leer igual, y sin reverencia; deben también provocarnos e invitarnos a reflexionar, a conversar hasta que conversando nos acostumbremos a por lo menos conversar.