El Cáliz de la nueva literatura Puertorriqueña (Parte II)
Serie de opiniones sobre el Arte de escribir
Por Yolanda Arroyo PizarroAl Nóbel de Literatura, Orhan Pamuk, le han preguntado “¿Por qué escribes?” Contesta él, que más bien, la pregunta debe ir por aquello de “para quién se escribe”, y añade:
“Los lectores de literatura de hoy esperan el nuevo libro de García Márquez, de J. M. Coetzee o de Paul Auster del mismo modo que sus predecesores esperaban la nueva novela de Dickens -como si fuesen las noticias de última hora. La lectoría mundial de novelistas literarios como éstos es mucho mayor que la lectoría que sus libros pueden alcanzar en sus países de origen. Los escritores escriben para su lector ideal, para sus seres queridos, para ellos mismos o para nadie. Todo esto es cierto. Pero es igualmente cierto que los escritores de literatura de hoy, también escriben para aquellos que los leen.”
A mis colegas escribientes les he hecho preguntas similares. En el caso de hoy, el gran Angelo Negrón, escritor publicado en la revista y colectivo Taller Literario, y poseedor de varios libros ineditos, ha contestado para mi insistente curiosidad esas tres preguntas que llevo haciéndole a mi grupo de literatos favoritos.
Las tres preguntas son:
1. ¿Por qué escribes?
2. ¿Qué papel juega la imaginación en la tarea y en la vida de un escritor?
3. ¿Se le pueden agotar los temas a un escritor?
Estas son las respuestas que muy amablemente don Angelo nos ha ofrecido:
1. ¿Por qué escribes?
Escribo porque si, porque me da la gana. Porque desde niño esa fue la manera que encontré de fugarme a un mundo mío donde no estaba el verdadero yo. Cuando voy juntando palabras con la única manía de llevarlas a un final, casi siempre predeterminado, los orgasmos de esta psicosis son tales que tengo que detenerme a disfrutar lo placentero que es leerme a mi mismo en la simbiótica forma de un desconocido. Que conste; no hablo desde mi forma ego centrista, (que si existe de forma sobresaliente y desarrollada en mí), esta vez platico desde la realidad que me acomete cada vez que al pasar los días leo algo que escribí y me pregunto quien era yo cuando junté tales palabras. Y es que escribir me aliviana el ser, me trastoca el alma enviándola a pasear con seres que desean ser tan protagonistas como yo de alguna hoja en blanco.
Algunos dicen que escribo bien, otros que me falta academia; a todos les digo que en el momento en que estoy frente a frente con una idea me abalanzo sobre ella. A veces la tomo por el cuello y la estrujo hasta matarla, otras, las más, las acaricio y les hago el amor con dulzura. En ambas ocasiones simplemente nace lo que tengo que decir y decirme. Tal como he descrito más de una vez:
“De seguro en el zafacón de los grandes escritores está la mitad de su obra más prodigiosa pues, aunque les salió del corazón, no era lo que dictaba el editor o lo que exigía, según ellos, su público lector. En mis líneas no existe nada estilizado. En realidad las palabras que tengo que decir salen del alma y las plasmo tal como son: sueños, pesadillas y desgracias. Que me perdonen pues los eruditos en las letras, los sabios en literatura; es que tal como me nombró alguna vez mi gran amigo y escritor Antonio Aguado Charneco; yo sólo soy un adicto de la palabra escrita...”
Si. Eso lo resume. Soy un tecato de la palabra escrita y ese es un vicio del que no quiero salir.
2. ¿Qué papel juega la imaginación en la tarea y en la vida de un escritor?
Algunos le llamamos musa, otros le decimos lado creativo, pero todos titulamos imaginación a la parte trascendental que en un sinnúmero de explosiones dieron vuelta al tornillo, o a la tuerca, para lograr de forma frenética crear el microcosmos que representa juntar palabras para contar o expresar algo.
Siempre he dicho que todos tenemos la capacidad de escribir la diferencia esta en querer hacerlo. Un ejemplo de esto es el siguiente: dos personas ven caerse un vaso de cristal al suelo. Uno lo vera hacerse añicos y seguirá su camino sin inmutarse. Otro en cambio, tratara de describir las vueltas que dio el vaso antes de caer. El sonido al hacerse añicos y la historia detrás de la persona que lo dejó caer, de la persona que recogió los pedazos o de algún presente que contempló la escena. Algo así como cortarse un dedo y que la sangre le traiga recuerdos al protagonista de la historia de aquella puñalada que recibió, que dio en el pasado o (en términos más idílicos) la vez que lloró lágrimas de sangre por un desamor. En fin, miles de historias podría salir de un suceso fortuito; todo dependerá de nuestras ganas de escribir y de utilizar nuestra imaginación como nos plazca. La imaginación es infinita; no sólo para quien escribe sino también para quien lee.
3. ¿Se le pueden agotar los temas a un escritor? ¿Por qué?
Definitivamente NO se agotan los temas. Muchas veces podemos apasionarnos por alguno, es algo que me ha pasado y me seguirá pasando. Mi primer pensamiento cuando me sucede tal cosa es: No escribiré eso, ya he garabateado sobre el tema. Pero pasan minutos, horas o días y ese final que da vueltas en mi cerebro se siente incompleto. Quiere tener cuerpo, alma y lector. Si; algún leyente que descifre la maraña de ideas, que las sienta inconclusas para que les de su propio sabor al asunto. Y dejo de pensar en ellos, en los lectores, y pienso en mí porque pueden ser tantos leyentes, o tan pocos, que ese tema redundante en mí será para ellos, tal vez, uno singular.
Con la fotografía me pasa exactamente igual; me lleva a lugares similares a los que me llevan las letras. Cuando pulso el botón de la cámara, tal como cuando escribo o leo, se paraliza un instante de mi vida, pero se nacen escenas interminables.
Angelo Negrón ha sido lo suficientemente amable como para cederme parte de su trabajo. Aquí reproduzco el escrito
Amanecer en ti, publicado originalmente en su blog
Confesiones. Que lo disfruten.
Abrí los ojos. En la oscuridad del cuarto sentí frío. Aún soñoliento traté de encontrar la sabana que supuse había tirado al suelo. Sólo logré caerme. Aturdido aún, busqué el interruptor y al hacerse la luz estrujé mi rostro. Un buen vaso de leche tibia me ayudaría a dormir, pero en la nevera sólo quedaba agua y un poco de soda. Recogí la sabana y apagué la luz. Traté de dormir. Mas la sombra del recuerdo invadió los lugares más recónditos de mi mente y de manera extraña apareciste. Vestías de rojo. Yo invoqué a tu amistad. Te sentaste a mi lado y comenzó todo. Las escenas pasaban frente a nosotros. La forma en que nos conocimos, la playa y las fiestas. Te convertiste en amiga real; en mi confidente. Te hablé de mis amores pasados, tú me hablaste de los tuyos. No había problemas a los que juntos no encontrásemos solución. Muchos vieron en nuestro afecto algo más que una amistad y nosotros no llegamos a percibir el amor o tal vez no nos atrevimos a cruzar tan inmensa frontera. Te apartaste de mí. Desapareciste justo cuando deseé traspasar el límite de la realidad. Sentí soledad y en loco desvarío grité tu nombre. Sudando frió descubrí que todo había sido un sueño. Fui a la nevera y bebí agua. Calmado me dispuse a dormir.
Volviste a aparecer más radiante que nunca. Descubrí, esta vez, que a tu belleza interior le acompaña la hermosura física. Nuevamente te sentaste a mi lado. Pude ver de cerca tus ojos, tu nariz, tus labios y quedé perplejo. Sonreíste. Permanecí inmóvil. No sabía qué hacer ni qué decir. Deseé acariciar tu cabello y besarte. No me atreví. Varios minutos estuve observándote. Permanecías callada y sonriente. Mirándome como nunca antes. Esperando de mí el dilema que no parecía resolverse. Tu mirada endulzaba mi vida y pensé: “Si es sólo un sueño, ¿por qué no intentarlo?”
Y sucedió. Me acerqué a tus labios. Los besé sutilmente. Tu respuesta fue cálida. Mi cuerpo tembló de ternura y el tuyo respondió a mis intenciones. Nos abrazamos. Beso tras beso dejamos de ser amigos para convertirnos en amantes. Fui desvistiéndote. Cuando cayó tu traje al suelo logró teñir de rojo toda la habitación. Tu piel era como un manto tejido de flores suaves y tersas. Acariciar tu cuerpo desnudo despertó en mí sensaciones olvidadas en la tempestad del recuerdo. Noté mis manos húmedas y mi pecho agitado. Mi erección seguía palpitante. Tu rostro continuaba excitándome aún cuando la corriente máxima del placer ya había pasado, aún cuando fuimos dos aves que volando hacia la eternidad quedaron levitando en el cielo. El amor te aprisionó en mi corazón y te deseé mucho más.
Concluí que sería capaz de desnudarte miles de veces, aunque no pudiera acariciarte, con la sola excusa de recorrer tu cuerpo con la mirada. Reconocí que admirarte sería parte de mi futuro inmediato y de mi vida entera. Supuse que estos encuentros volverían a suceder aunque estuvieras lejos de mi cuerpo y no me diera cuenta que mis manos apretadas contra mi sexo eran las domadoras de tanta pasión. Un hilillo de luz a través de la ventana me hizo comprender que amanecía. Miré a mi lado. Tú ya no estabas. Te fuiste con la noche, te marchaste con mis sueños mojados. Fue divina esta aventura nocturna. Si, fue espectacular, sobre todo amiga mía, porque al soñarla yo estaba despierto.__________________________________________________________
Ver la primera parte de esta serie aquí.