Anoche, en la sede de la Editorial Terranova, en Ballajá Viejo San Juan, se llevó a cabo la presentación del libro “Ojos de luna” de esta servidora. El encuentro estuvo dirigido por Ana Ivelisse Feliciano, como maestra de ceremonias, y la Dra. Melanie Pérez Ortiz, catedrática de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras.
Asistieron colegas, compañeros, amigos y grandes escritores del patio.
A continuación las palabras de bautismo del texto por la Doctora Pérez Ortiz:
La mordida de la lunaPor Melanie Pérez Ortiz
Tengo un grupo muy bueno de estudiantes de Literatura Latinoamericana Contemporánea. Leen, preguntan y piensan con alegría. Cuando supieron que su profesora presentaría el nuevo libro de Yolanda Arroyo Pizarro, Ojos de luna, me hablaron de que habían leído otros trabajos de Yolanda Arroyo y que seguían su trabajo con interés, como el de cualquier escritor joven “del patio” (aquí hablo con palabras de ellos). Pensé, ¡qué bueno que en las artes se es joven hasta los cincuenta años, porque la escritora a quien dedicamos este homenaje hoy (presentar un libro es siempre una fiesta y un homenaje) es una escritora madura, según lo demuestran sus cuentos. Como la protagonista de este evento debe ser ella, no yo, la invito a leer segmentos del libro conmigo. También supongo que ustedes prefieren escuchar sus timbres, sus cadencias, sus tonos, para luego poder escucharla contándonos los cuentos que leeremos, imaginándonos que ella es la sacerdotiza oficiante del rito de contar historias que dan sentido, codifican, nuestras vidas y las de las distintas comunidades, mayores y menores a las que pertenecemos. La cualidad mítica de estos cuentos, (porque la literatura es mito) es lo que más me capturó cuando hice mi primera lectura del libro.
Los estupendos estudiantes de los que hablaba se sorprendieron al leer, sin embargo, de que el primero de los cuentos fuera sobre taínos… ¿Qué es, indigenismo tardío? ¿Taíno revival? Otros me han comentado que no entienden de qué van estos cuentos, que en definitiva cuentan historias en lugar de citar y hablar de la escritura o su imposibilidad. Acá nos enfrentamos al hecho de que en este momento histórico las letras hispanas están produciendo dos tipos de libros. Por una parte, historias con una textura que reta al lector a seguir leyendo por las veredas de un lenguaje fragmentado, fracturado, que no construye ni cuenta sino que diserta desde una fantasía desmesurada, también mítica. Esto no lo digo en tono negativo. Este tipo de escritura tiene también sus valores y produce sobresaltos. Sin embargo, ante el tono sorprendido de mi estudiante, mi interés hoy es el de reflexionar con ustedes, de forma expedita, para que podamos acceder al vino con mayor prontitud, sobre esta otra escritura que insiste en contar un cuento. Iba a decir “simplemente”, pero me detuve. Contar un cuento en este momento histórico no es cosa fácil. Creo que la incomodidad de los lectores con que se nos cuente algunos tipos de historia es que ya no creemos, ni en papas, ni gobernadores, ni democracias, ni en el pueblo, ni en los medios. Esto dificulta que nos sentemos en círculo a dejarnos seducir. ¿Con qué palabras? ¿De qué valores? ¿A qué realidad se referirán estas palabras si todo es mentira? Sin palabras, ni valores, ni fe, mucha de la escritura se ha tornado una reflexión sobre este problema mismo. Trata de hablar con palabras que se inventan su forma, su ritmo, su gramática, sus referentes, o decir desde las fracturas de las que hablaba, tal vez sobre cómo se sobrevive en un mundo roto. Mi propuesta es que, sea desde la reflexión sobre la forma o la fractura, o desde el cuento que cuenta cosas imaginables y entendibles, estas dos vertientes de escritura contemporánea se refieren al mito. En un gesto que se acerca al de los escritores de la vanguardia histórica, la mayor parte de los escritores contemporáneos se han dado a la tarea de escribir textos míticos. Sólo que esta vez los cuentos contarán lo que los mitos de orígenes que estamos abandonando no contaron, sin referirse tampoco a los relatos de historias nacionales que heredamos; esto distinto al boom.
Así, a mis estudiantes respondí yo, que también soy estudiante y lo seré toda la vida, citando a una de las maestras que me ha enseñado a pensar mejor la literatura latinoamericana, Doris Sommer, en la apertura de su libro, titulado en inglés “Proceed with Caution, When Engaged by Minority Writing in the Americas.” El título de Sommer es una advertencia. Atención, cuidado, los libros escritos por minorías muerden, por un lado, y no lo sabrás hasta que te haya mordido, por el otro. Le acercarás las manos habiendo deducido, con erróneas pretensiones universalistas, que tienes las herramientas para leer. Tus lecturas te deberían servir, como siempre te han servido, para decodificar y en ese proceso entiendes que lo que lees es inofensivo. Te morderá el inofensivo texto. Dejo que hable Doris Sommer. Dice ella:
Cuídese de ciertos libros, pues muerden a los lectores que se sienten autorizados a saberlo todo y se acercan a un texto, al que sea, con el guiño del co-conspirador o del amante potencial. La cachetada que propician los textos particularistas es una figura retórica propia de las relaciones asimétricas de nuestro mundo actual, fracturado por diferencias de cultura y poder. Si pudiéramos anticiparla seríamos más cautelosos, lo que significa, mejores lectoroes. El rechazo tendría entonces el efecto de reducir el paso veloz de la lectura prepotente, de detenernos en la frontera entre el contacto y la conquista, en vez de forzar a la escritura particularista para que ceda su diferencia cultural en aras de un sentido universal. La familiaridad misma del universalismo como medida de valor literario es indicio de nuestra tradición interpretativa unilateral, aun cuando leemos textos de “las minorías.” (12)
Sommer escribe la palabra “minorías” entre comillas. Prefiere el término particularistas porque es un término co-dependiente. Se refiere a los abrazos y rechazos que propician estos textos, como atestigua la traducción al español de la advertencia del título en inglés. Un abrazo es un rito y como todos los ritos pertenece a lo sagrado. Pero para abrazar hacen falta dos que se leen y coinciden en el gesto de acercarse al otro. Si se lee mal, uno puede acercar el cuerpo y los brazos, mientras el otro se trinca o empuja. Por otra parte, estos cuentos hay que leerlos en conjunto, ya que los buenos libros de cuentos trabajan musicalmente o poéticamente un motivo y no se dejan abrazar hasta que leamos bien lo no dicho, o lo dicho en los intersticios, que es igual. Mi propuesta es que nos fijemos en como estos cuentos reescriben lo sagrado, el mito, desde una perspectiva de mujer. El mito está en título, Ojos de luna. Sabemos que la luna es mujer en la mayoría de los mitos y está relacionada con el agua, la lluvia y las mareas, además de, evidentemente, con las cosechas. A la mujer se la relaciona con la luna porque ella menstrua. La palabra Mensis proviene del griego mene (luna). La menstruación se produce aproximadamente cada 28 días, coincidiendo este período con el mes lunar. También sabemos que las mujeres tienden a ser lunáticas, lo digo con ironía, claro está, pero podemos acusar a la mayoría de las protagonistas de estos cuentos de serlo, lunáticas, quiero decir, ya que hacen cosas raras de las que leeremos varios ejemplos.
Ellas, en lugar de apartarse cuando sangran, mezclan en tono festivo su sangre con los instrumentos de guerra:
“En cada nueva emisión de sangre, parada frente a la luna durante el rito de las niñas, Amina le pide a la diosa brillante que la haga como ella, como Anacaona, la Gran Cacica.
LAS YAGUAS CRECEN FUERTES, impermeables y hebrosas. Cada mes lunar se produce una en lo alto de los palos. Nueve Yaguas más tarde, cuando comienzas las noches calurosas y los vientos del dios Hurakán, Inoa da a luz. Las viejas la asisten mientras Amina y las guerreras pujan los cuágulos y la sangre que va a depositarse en los utensilios de piedras y madera, y que luego se usarán como ungüento para sellar las armas. El Bojike llega a tiempo para hacerse cargo de ella y las viejas regresan a las protadoras de otros pujos lunares a recolectar sus líquidos morados. Los baten, los suavizan con las mezclas de simpre y le dan vueltas hasta verificar que formen los dos bultos. Los dos bultos son los coágulos sin deshacer que quedan después de que se ha mezclado todo. Si permanecen visibles, por encima de la superficie, se forman los ojos de la luna dentro del envase. Cuando éstos aparecen, se hace llamar a la Cacica. Ella entonces, con la ayuda del Bojike y de los dioses, decide qué acción tomar. Si el grito que sale de su garganta luego de verle las cuencas y los irises a la luna es de “Guasábara”, significa que irán a la guerra antes incluso de que se les termine la sangre a las militantes. (Del cuento “Los ojos de la luna”, p22)
Decía, Yolanda Arroyo Pizarro se inventa mitos en los que, por ejemplo, las mujeres hacen la guerra aprovechando lo que ha sido su marca, la marca que había provocado que se les prohibiera la entrada en el templo, lugar donde se formula la ley, porque, según Julia Kristeva, lo sagrado femenino reside en el lugar donde la “sustancia femenina se transmuta en sustancia autónoma”. La cito:
Preocupado por esta prohibición del incesto, el texto bíblico parece muy severo en relación con las mujeres. De aquí que nadie renuncie a apuntar su misoginia. Esta violencia, que justifican la historia y el contexto del paganismo, no debe hacer olvidar que por ella, a pesar de ella, y gracias a ella asistimos a un “llegar a ser sujeto” de la sustancia femenina, a una verdadera alquimia de esta sustancia (“sangre o “leche”) que se transmuta en una subjetividad autónoma, vigorosa, responsable, cariñosa. Para mí, lo sagrado reside en esta transición, en ese paso. (129)
Lo que dice aquí la psicoanalista es que es dentro de la cultura nuestra y no fuera de ella es que se pueden mutar los códigos que nos ordenan, la ley. Esa ley la han históricamente dictado los hombres, porque la mujer estuvo y está expulsada del templo en muchas religiones y en la judeo cristiana, que es la que nos concierne. La Ley del Padre, se llama desde el psicoanálisis. Recuerda Walter Ong que la academia era en sus orígenes completamente masculina y que el latín culto en el que se escribía y se producía conocimiento era hablado y escrito sólo por hombres, fuera del hogar, en situaciones que llama tribales y que acceder a ellas se constituía en un rito de paso para los niños en su pubertad. También nos recuerda que el hebreo rabínico, el árabe clásico, el sánscrito, el chino clásico, el bizantino y el griego, todos han sido lenguajes quirográficamente controlados y ligados al sexo masculino, lejanos de las lenguas maternas que hablaban los pueblos. Así, el lenguaje sagrado y el literario han tenido sexo históricamente y publicar historias lunáticas, en las que se reescribe el mito, es permitirnos lenguajes y provocar leyes que buscan alejarse del orden patriarcal.
Este libro no trata de historias taínas. A ese primer cuento lo suceden cuentos con historias que suceden en distintas partes del mundo en distintas épocas cuyo nexo es el mito, insisto. “Alborotadores,” por ejemplo, es otro cuento en el que hay una referencia a la menstruación. El título se refiere a Jesucristo, quien estaba alborotando la ciudad de Jerusalén en una fecha próxima a cuando lanzó a los mercaderes del templo, lo cual provocó su posterior crucifixión. Los hechos del templo, sin embargo, serán el telón de fondo de otra historia. La del enamoramiento de una niña gentil y un soldado romano. Ella, dice el cuento, [cito] “en vez de desperdiciar el tiempo en él (Jesucristo)”… “Dibujaba uniformes de soldados romanos que circulaban la ciudad” (49). La escena en la que aparece la menstruación es la siguiente:
“La menstruación le llegó el día en que ofreció a Neris su trenza. Ella le pidió que la afeitara y que guardara para él la pizca de cabello. Neris se había sentido muy contento. Le enseñó la palabra griega émporos que significaba comerciante viajero o mercader. Mercaderes como quiénes vendieron a José en manos de Egipto y como quienes ahora casi se acercaban al Santísimo a vender y revender todo tipo de mercancías. La explicación surgía para hacerle entender cuanto apreciaba el regalo y lo caro que se cotizaba a los ojos de su cultura aquella trenza.
Fue una vergüenza estar pronunciando “emporos, émporos, émporos” muerta de risa, y de pronto darse cuenta que chorreaba piernas abajo. Ante la ley de su casta era una inmunda. Por ello las mujeres del judaísmo no podían tener responsabilidades en la Sinagoga, debido a su períodico estado de impureza. Ante Neris, por el contrario, era una muchachita en delicada situación que necesitaba atención. Muy grácil de actitud, él la llevó a escondidas, le colocó una toalla entre las piernas, como las que usaban las griegas de su comarca, y le preguntó “¿Te ha pasado antes?” Lea le contestó que no, que era su primera vez. (Del cuento “Alborotadores””, p59)
La menstruación es el rito de paso que simboliza que la niña se convierte en mujer y coincide en el cuento con el gesto de la protagonista, Lea, de entregarle su cabello, que representa su vanidad, su feminidad, su sexualidad, al soldado. Más allá de la revuelta de Jesús, que vino a reescribir la Ley del Padre, acá Lea se escapa con un soldado que se interesa por sus preguntas y su interés por acceder al conocimiento que le está prohibido, el que se produce en el templo. Que se escapen le permitirá acceder al conocimiento más allá de las sectas. “Pero se entrega a otro padre al escapar con el soldado romano, dirán ustedes”. Recuerdo, sin embargo, que la vida se ha organizado en términos femenino y masculino, y las personas dialogan con esos símbolos más allá de su sexo físico. Eso lo digo antes de que los hombres que están en la audiencia se levanten y se vayan por toda esta plática sobre menstruaciones y ciclos lunares. Lo sagrado, según Kristeva y Clément, también reside en lo femenino de los hombres, en cuanto lo femenino se identifica con los límites, lo sucio, los excrementos. Les propongo que Neris se escapa con ella, buscando escapar también él de la Ley del Padre. Ambos optan por el arte y el pensamiento libre porque, cito a Catherine Clément:
Sublimar es pasar de la sexualidad al ideal haciendo cortocircuito en la neurosis… mientras que la represión no sublimada no produce más que perturbación enfermiza, la sublimación produce arte. A diferencia de la perturbación neurótica que hace la vida insostenible, la perturbación artística provocada por la sublimación socializa al artista…” (160).
Pareciera que el libro opta, en la división naturaleza vs. cultura, por mujeres que producen cultura, más allá de la naturaleza. Así, la niña indígena embarazada ofrece el hijo a los sacerdotes porque éste es hijo de un blanco y por medio de él investigan sobre la mortandad de los “dioses” blancos recién llegados. La sangre de la menstruación colabora con la guerra y cuando el cuerpo no tiene esta opción y es sólo objeto de las manipulaciones de la ley, es preferible fundirlo con lo sagrado en la muerte, en aquel cuento. En el segundo que citamos, ambos escapan buscando otra Ley. Así, para dar el último ejemplo, leamos una sección en la que Sofía, mujer inglesa, contemporánea a Virginia Woolf, es sometida a escrutinios vaginales por parte de su marido, quien reclama descendencia, en el cuento titulado “Sin olas”. Acá no hay luna, porque si hubiera luna habría marea y el título anuncia que el cuento no tiene olas. Pero donde no hay luna el único fin posible es la muerte. La vida no merece la pena si se reduce a que nos intervengan:
“En demasiadas ocasiones el cuerpo de Sofía había tenido que ser sometido a un escrutinio eximido de pudores que exigía su presencia allí, quieta, mostrando a voluntad lo que su esposo pedía. Al principio, él preguntaba obsesionadamente. Inquría con un hastío devorado y expectante. La mantenía a ella acostada en una base horzontal comparando relieves o crecimientos de algún tipo. Buscando bultos, marcas, estrías, unformidades ya fuera que tuviera los ojos sobrios o ebrios. Más adelante incluyó en el escrutinio algo más que los ojos. Indagaba cada centímetro del vientre con los dedos, apretando desde el pubis, desde las caderas, solicitando una turgencia. Luego se dio cuenta que necesitaba más que tocar; necesitaba abrir, entrar, observar, oler, retirar. Palpando los pechos con violencia innecesaria mientras deseaba un abultamiento que no llegaba nunca, esa vez la hizo llorar. Los apretó hasta que se morataron y hasta que le dolieron, pero nunca exprimieron una sola gota de calostro. Luego vino el manoteo en el rostro por las protestas femeninas, la presión de los puños de él sobre la base de su cuello o los golpes en las orejas, a cada lado de la cabeza con cada descubrimiento vacío. Cuando el descubrimiento no se daba al vacío, cuando ella quedaba embarazada, pero luego perdía las criaturas, entonces aparecían las muñecas cernidas contra su garganta, que en más de una ocasión se apretaron interrumpiendo el paso de oxígeno. Ellas también entraron a escena la primera vez que Stephen metió la mano completa y con la punta del dedo corazón, del índice, del anular, sin lograr palpar nada. Ni feto, ni placenta, ni matriz revestida de lo que él entedía debía estar revestida. Nada. Ni siquiera algún tipo de tejido o cuerpo extraño que le hablara como en la cábala y que descifrara el enigma de lo inhóspito del vientre de su mujer. ¿Por qué no sucedía aquello? ¿Qué había hecho para que se le castigara de ese modo? ¿Dónde estaba la supuesta descendencia que la gitana alguna vez había vaticinado? La maldición de Sofía echaba sus planes por la borda. (Del cuento “Sin olas”, p88)
El marido, a pesar de sus intentos es incapaz de leer el cuerpo de ella y recuerdo la advertencia con la que comencé. Ese texto no se deja leer, al menos no como él quisiera. “La maldición de Sofía” alude a que ella, su cuerpo, está maldito o es ella la maldiciente, como el Calibán en La tempestad de Shakespeare. Así, quiero terminar esta reflexión citando nuevamente a Julia Kristeva, quien propone la muerte como un acto simbólico positivo en caso en que no haya “nada qué hacer.” [cito]
“Esos dos momentos chocaron ese día: la ausencia de miedo a la muerte, bajo mi edredón, ante el icono de santa Juliana, y la convicción de que no había nada que hacer en el campo de los pioneros… Pero no es hasta hoy cuando formulo los contornos: humildad y perduración del pensamiento, fuera de lo cual no hay nada – hasta el punto de que la misma muerte recula de forma natural a lo impensable y la nada. Esto no es todo. Estoy convencida de que esta conjunción del pensamiento y la nada puede celebrarse como algo “sagrado”, debería celebrarse como algo “sagrado”. (66)
Según esta versión de Arroyo Pizarro, ambas mujeres, Sofía y Virgina Woolf se suicidan ahogándose juntas en el río. El cuerpo de la escritora aparece y tenemos la historia y sus escritos para documentar su producción de cultura desde los límites que definen Kristeva y Clément como lo sagrado. El cuerpo de Sofía no apareció. Ella tuvo que producir cultura al escribir con las acciones. Su acción fue quitarse la vida, junto con la escritora, las dos cómplices y en solidaridad. Sofía tuvo que esperar hasta que Yolanda Arroyo Pizarro escribiera su historia ¿inventándosela? mediante la cual documenta la situación límite que representó el acto sagrado de su muerte.
Sólo he comentado tres cuentos, el libro ofrece mucho más que sangres periódicas y la exploración de entrañas femeninas. El lenguaje es poético y musical y nos cuenta de una nave de locos, lunáticos, condenados a muerte que se salen de la ley de las instituciones, la historia de un hermafrodita que copula con pollitos de colores, hasta que le aparece su pollo, de una mujer enjaulada que se divierte practicando ritos inicíaticos con estudiantes de secundaria… Para los amantes de los bordes, el libro es un banquete. Buen provecho.
FOTOS DEL EVENTO