Gaza continúa haciendo titulares y el gato, prestado, me aruña los brazos mientras juega conmigo al picabuuuu. Me embadurno de triple antibiotic cada arañazo y recuerdo que he perdido toda capacidad de autocomplacencia desde que me hace compañía la melancolía.
Anoche me quedé dormida viendo la película Crash, y tarareando la canción tema de Bird York “Thought you had all the answers / to rest your heart upon. / But something happens, /don't see it coming, now / you can't stop yourself. / Now you're out there swimming./ In the deep.
Entonces en la madrugada me tocaron a la ventana y era otra vez el sabor del tamarindo, en esta ocasión, un poco más amargo y menos agrio que antes. Su vuelo de NY llegó de madrugada. Me puse muy contenta. Tú sabes, de esas contenturas estilo “quickies” que llegan y se van igual de rápido que llegaron. Nos abrazamos y nos dormimos juntitos, el tamarindo y yo. No hicimos nada, solo dormir, porque nos extrañábamos. Tú sabes cómo son estas cosas del desapego, del despegue paulatino. Pero ya en la mañana nos miramos como fieras, como rivales. Contestaciones secas. Monosílabos. Estudiadas de rostro de ambas partes. Análisis de guayazos, raspaduras, algún moretón mal puesto. Nos olimos, pasamos inventario a ver quién tenía jiquis, a ver a quién se le veía la boca hinchada… Como si cada cual buscara las respuestas de lo que se hizo en rebeldía, en el despecho, mientras nos cobijara la separación. Y por supuesto, nadie dijo nada. Nadie explicó nada. Pero la animosidad, la malquerencia, la animadversión podía cortarse con un sable.
Me levanté para irme a la oficina. El neumático de mi vehículo estaba reventado por un hoyo que cogí horas antes, doblando la esquina de entrada a la urbanización. Saqué el auto de la marquesina y tuve que llegar hasta una gomera a que me pusieran la repuesta. El tamarindo me siguió, supongo que para tranquilizarse asegurando mi bienestar. Justo antes de irse me dijo: “Eso te pasa por guiar borracha”. Así nomás. De la nada y sin preguntar nada. Regalando una acusación que nadie le había pedido. Yo le contesté: “Cágate en la madre que te parió” y entonces el tamarindo refutó con algo digno de todo un tamarindo: “Puta”, y por ahí yo me sonreí, me monté devuelta al carro y me largué. Same old, same old. Lo mismo de siempre y lo mismo que siempre sucederá. Recuérdalo, me dije. Esto es lo que pasa siempre con semejante tamarindo.
And then again, let us be pleasure delayers…
2 comentarios:
Nada que ver con el tamarindo de mi niñez. Estoy casi segura de que you pintaba graffitti en ese mismo lugar.
¿y qué podemos hacer cuando se le desarrolla un vicio por el tamarindo? Sabes que ese exceso parte la lengua y labios.
Yes pleasure delayers always mi amiga! :)
Publicar un comentario