La poesía de José H. Cáez-Romero se construye y deconstruye
en marejadas efervescentes que oscilan y alternan con versos de extrema
inocencia. Maretazo nos abre a un abismo profundo en el que la sensualidad
descarnada y el vigor ardiente pueden, en momentos, dar paso a la más espaciosa
ternura. El juego erótico se hace eco de la totalidad del mar; pasión,
agitación, deseo, ira, ardor, coraje, saña que bulle y palpita en el mismo
espacio en que la voz deviene meliflua, dulce, arropada con una intimidad que a
veces nos hace intrusos de la palabra, auténticos voyeurs de y en la poesía. El
objeto del deseo se transforma: del mar inmenso se torna de repente en aquella
lluvia íntima que evoca recuerdos de la infancia, para convergir ulteriormente
en la sed más angustiosa del desierto. Esta es, sin lugar a dudas, una poesía
que reclama la boca llena de palabras, la lectura a viva voz, el golpe de agua
en la roca.
—Dra. Ivette Martí Caloca
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